Ficha técnica:
Título original:
Top Gun: Maverick
Director: Joseph Kosinski
Duración: 134 min
País: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Intérpretes: Tom Cruise,
Miles Teller, Jennifer Connelly,
Jon Hamm, Glen Powell,
Ed Harris, Val Kilmer, Lewis
Pullman, Bashir Salauddin,
Monica Barbaro, Jay Ellis,
Danny Ramirez

Sinopsis: Después de más de 30 años de servicio como uno de los mejores aviadores de la Armada, Pete «Maverick» Mitchel se encuentra donde siempre quiso estar, superando los límites como un valiente piloto de pruebas y esquivando el ascenso de rango, que no le dejaría volar emplazándolo en tierra. Cuando se encuentra entrenando a un grupo de graduados de Top Gun para una misión especializada, Maverick se encuentra allí con el teniente Bradley Bradshaw, el hijo de su difunto amigo «Goose»…
Crítica:
Comentaba Robert Eggers durante la campaña de promoción de El Hombre del Norte que había intentado hacer la película de vikingos históricamente más realista, llegando a confesar que no es la mejor forma de hacer cine pero que es la suya. Esa obsesión con el realismo, con la falta de CGI, con recalcar que Tom Cruise realiza sus propias escenas de riesgo también ha estado presente durante la promoción de Top Gun: Maverick, el remake-secuela del clásico de Tony Scott, dejando patente una de las grandes problemáticas estéticas de la actualidad.
La voluntad de mímesis, de entender el cine como registro, marca parte de la producción audiovisual… y es la llave para el respeto crítico e intelectual. Todo esto debe entenderse, cómo no, como movimiento de reacción a la estética predominante —en este caso, la imagen trabajada en post-producción digital por el cine (más) mainstream norteamericano. Y esta dinámica explica desde la tendencia a utilizar actores no profesionales (o, por el contrario, actores «de método») hasta el auge del documental en las últimas décadas, pasando por el éxito crítico de películas tan dispares Alcarràs, Seis días corrientes o The Batman o la obsesión cinéfila por el plano secuencia. La visión del cine como un arte fotográfico, que huye de la ilusión y la magia, sigue siendo una de las claves estéticas de la actualidad, pero, hoy en día, el péndulo que registra la dialéctica histórica entre estas dos tendencias está llegando especialmente lejos en su trayectoria, pues la mímesis empapa una parte significativa del cine mainstream y no se limita al cine más indie o de autor.
La fascinación que produce Top Gun: Maverick, al menos en aquellos que son consciente de cómo se ha rodado, no dista mucho de la fascinación que producían en su momento las imágenes grabadas por Thomas Edison o los hermanos Lumière o la que sigue produciendo hoy en día el cine de Buster Keaton. Una fascinación por lo extraordinario, por lo suicida, por un compromiso extremo con el trabajo, pero también por la imagen registrada. Sobre estas ideas ha construido Tom Cruise su carrera, especialmente desde que comenzó la franquicia Misión Imposible, y eso en la cinta que nos ocupa se traduce en que gran parte del metraje se compone por impresionantes imágenes tomadas en los F-18 en vuelo. Imágenes que, irónicamente, se ven elevadas por la labor de montaje y postproducción hasta transformarse en una experiencia fílmica extraordinaria, catapultando al espectador al interior de las cabinas. Al fin y al cabo, sigue siendo un blockbuster, es decir, una obra de corazón idealista.
Hay dos películas enfrentadas en la secuela, de la misma forma que los guionistas confrontan el pasado y el presente. Esta última es la que acabamos de describir, aquella que ocurre en el aire; la primera se desarrolla en tierra firme y es el remake, el precioso, pero anacrónico, homenaje a la cinta de Tony Scott (y a Star Wars). La trama amorosa, la música, la rivalidad entre Rooster y Hangman, Iceman, la secuencia de créditos, la estructura del guión, la moto… Todo está construido para generar ecos con la película de 1986; sin embargo, sabe jugar bien la carta de la secuela para introducir un elemento dramático potente —la relación padre-hijo entre Maverick y Rooster—, al tiempo que reflexiona sobre el tiempo.
El tiempo entre ambas películas (36 años), el tiempo que nos queda (poco), el tiempo que perdimos (demasiado) y el que vivimos (muy poco), el tiempo pasado y el posible tiempo futuro, los dos minutos y treinta segundos de misión. Sí algo queda claro del discurso de Top Gun: Maverick es que el tiempo es oro líquido, lo más preciado que tenemos. Así nos encontramos la enésima película sobre el carpe diem que se estrena en los últimos meses. No obstante, este tema no solo se enuncia de forma particular a través de la aviación —»no pienses, siente» o «si piensas, estás muerto» le dice Maverick a Rooster—, sino que se construye también de forma metaficcional, pues Tom Cruise, Joseph Kosinski y compañía no hacen sino entregar, a través del simulacro de vuelo, al espectador, dos horas de puro presente. Más allá, la muerte.
O no. Mejor otro día. Pues sí algo diferencia esta cinta de otras similares, es su carácter laudatorio hacia su actor protagonista y productor. Una película-altar que celebra a su estrella. Maverick-Tom Cruise es representado (por partida doble) como un ser mesiánico, como un dios entre mortales —recientes tenemos tanto el audio filtrado como la ovación recibida en el Festival de Cannes, donde se presentó como el paladín de las salas. La cinta está tan comprometida con este mensaje que abraza con total confianza, solemnidad y épica el ridículo en más de una ocasión. Es la gloria, la llave a la inmortalidad.
Un mensaje tan merecido —estamos ante el último gran actor/autor, según la prensa internacional— como problemático, políticamente hablando. Top Gun: Maverick es tan conservadora como se podía esperar. Sorprende, eso sí, la explicitud, teniendo en cuenta que la película de Tony Scott era mucho más discreta y ambigua al respecto. Desarrollada a finales de la Guerra Fría, era una película donde la alteridad se veía reducida al mínimo y se sustituía por una constante competición de los pilotos con sus compañeros y consigo mismos —»no es el avión, es el piloto» se afirma en la secuela. Esta idea sigue igual de presente, particularmente en su faceta intimista; sin embargo, el espectador se ve bombardeado por una ingente cantidad de banderas estadounidenses -algunas de semejante tamaño que rozan la sátira más absurda- y otros elementos iconográficos propios del cine bélico reaganista. Algo similar ocurre con los personajes femeninos, pues, si bien se molestan en hacer de Phoenix la mejor piloto de su promoción, esta queda opacada dentro de la Academia por el conflicto entre Rooster y Maverick y, fuera, por el interés romántico de éste por Penny, la camarera interpretada por Jennifer Connelly.
Top Gun: Maverick es una película que viene y va; y en ese vaivén el espectador se encuentra con uno de los blockbusters del año. La apuesta por el realismo estético más potente y emocionante del cine de acción de los últimos años —probablemente hasta que en julio de 2023 salga Misión Imposible 7. Un espectacular altar a su estrella que se convierte en una cinta donde el pasado, el presente y el futuro dialogan y chocan entre sí, reflexionando por el camino sobre el tiempo, sobre no vivir en el pasado para poder mirar al futuro, sobre el presente, sobre el cine.