A sus 56 años, João Pedro Rodrigues parece haberse consolidado como uno de los grandes estandartes del cine portugués actual. Siempre en clave queer y con una vena melodramática que lo vincula con Pedro Almodóvar, su filmografía empieza a abrirse camino en el panorama de cine internacional. Presenta en el Festival de Cinema D’Autor de Catalunya, tras su paso por la Quincena de Realizadores de Cannes y el Festival de Sevilla, donde se alzó con el Premio del Público, Fuego Fatuo su última obra que narra, en clave de comedia musical, el amor imposible entre un príncipe y un bombero para hablar de colonialismo, monarquía y crisis medioambiental.
Pregunta.: Fuego Fatuo es una película donde la monarquía tiene un gran peso y donde no sale particularmente bien parada, así que la pregunta es obligada: ¿monárquico o republicano?
João Pedro Rodrigues.: (Risas) En Portugal, vivimos en una República después de más de cien años, entonces es que no tiene sentido la monarquía. Es una cuestión que yo no la he vivido ya. Lo que me hizo gracia es que los descendientes de la familia real todavía siguen apareciendo en esa revistas como el Hola portugués. Por eso pensé en contar una historia que no es sobre ellos, sino una especie de familia que todavía vive en una ficción de que son herederos de una tradición, que claro que lo son, pero mantienen una tradición que ya no tiene sentido ahora. Entonces por eso me pareció gracioso. También porque es una especie de cuento de hadas, con príncipes… No es de princesas, pero bueno.
P.: De un drama intimista como fue El Ornitólogo, que era muy personal, vas ahora a esta película con esta alegría, este tema político, esta distopía y esta libertad que hay en su película. ¿Por qué este contraste?
J.P.R.: Me pareció que era el momento. Yo nunca sé muy bien cuál va ser mi próxima película. Bueno, llega un momento que sí, ya sé cuál va a ser. Yo siempre quise hacer una comedia y la comedia musical es un género que me encanta, que tampoco hay muchas comedias musicales, sobre todo en el cine de autor. Entonces me pareció que podía jugar un poco con esa idea y con la comedia también traer esos temas que son más serios, pero tratarlos con algo de ironía y con ligereza. Porque yo creo que el cine también a veces necesitamos, después de no sé cuantas películas dramáticas y graves, algún momento de relajación.
P.: Y explotar, porque su película es una explosión de alegría y música. A pesar del drama interior que tenga cada uno, con sus temas. Pero son personajes positivos, bueno a parte de la familia, pero incluso ellos son felices en su mundo.
J.P.R.: A mi no me gusta un cine que mire por encima del hombro a los personajes. Yo creo que son entes que se rigen por sí mismos.
P.: ¿Cuál fue el proceso de creación y de la relación de personajes en el casting? Porque cada uno está en su sitio, ¿cómo se llega hasta ahí?
J.P.R.: Primero, la película ya estaba escrita, más o menos. Normalmente, lo que escribo es muy parecido al resultado final. Cuando empecé a buscar los actores, ni Mauro Costa, que hace del príncipe ni André Cabral, que hace del bombero, tenían experiencia de actuación en cine. El príncipe viene de una escuela de actuación, más de teatro que de cine, pero un poco de todo. Y estaba terminando la escuela. André tenía experiencia de actuación de danza, porque es bailarín, pero nunca había actuado con palabras ni hecho cine. Cuando los puse juntos, funcionaban muy bien. Una escenificación un poco ingenua, un poco naif… y un poco como el Principito, muy rubio y el otro es un hombre muy físico.
P.: Y juega mucho a los contrastes: blanco y negro,…
J.P.R.: Sí, claro y también hombre y mujer, porque no hay muchas mujeres en los bomberos. Sí que hay, pero solo hay una comandante mujer en toda Portugal. Y entonces me pareció muy gracioso poner una comandante y encima una comandante como Claudia Jardim, que es muy, muy divertida.
P.: ¿Cómo elaboró usted, que viene del cine de autor más dramático, las escenas musicales y las canciones?
J.P.R.: Trabajé con una coreógrafa que se llama Madalena Xavier, que es profesora de la escuela de danza de Lisboa, y ensayamos muchos. En la coreografía del baile de los bomberos en el garaje, la escena precedente es la que están ensayando y los gestos de la coreografía parten de esos gestos, de alguna forma es una continuación. Esos gestos que ya son coreografiados del salvamento, los utilizamos para el inicio de la coreografía, partimos de ahí. Entonces empieza como una especie de dueto entre los dos chicos. Después los otros van llegando y hacen la primera celebración pública del amor de ellos dos.
P.: Pero luego en la escena del amor, aunque no haya música, también está muy bien coreografiada.
J.P.R.: Sí, era muy complicada. Sobre todo era algo incómoda para los chicos porque estaban ahí desnudos sobre el suelo, pero se divirtieron mucho. Era una película divertida pero no hemos podido rodar durante la pandemia entonces, hemos rodado justo cuando pudo ser seguro. Como hay mucho contacto físico, esperamos para que fuera menos complicado por la pandemia. Pero el hecho de que estábamos haciendo una cosa divertida juntos después de tanto tiempo encerrados en casa, hizo que se produjera algo especial.
P.: ¿Cómo surge la idea de jugar con los cuadros?
J.P.R.: El inicio es la idea del calendario de los bomberos. Entonces jugando con esa idea, a mi me gusta mucho la pintura y me influencia mucho. Pero no me gusta un cine que recrea la pintura, pero aquí tenía como una especie de segundo grado, vamos a recrear pintura, pero por la broma y eso es lo que me ha gustado, jugar con la ironía y divertirme.
P.: Sus personajes siempre están al margen pero son empujados hacia una sociedad que a veces quieren y a veces no.
J.P.R.: Yo cuando empecé a hacer cine siempre hice personajes que son homosexuales, pero me pareció muy natural. Porque yo nunca he escondido mi sexualidad, entonces para mí era importante estar cerca de lo que conocía. También para entenderlo. Y también para compartir con los espectadores cosas que quizás no está muy presentes en el cine actual.
P.: ¿Puede ser su película más accesible?
J.P.R.: Yo espero que sí. Cuando hago películas quiero que lleguen a mucha gente. Después es un poco difícil (risas) pero yo tengo esperanza.
P.: Me gusta todo el tema de la identidad colonial que está implícito desde la primera escena de la película.
J.P.R.: Sí, el cuadro representa el pasado colonial. Si piensas, el pasado colonial portugués fue hecho durante la monarquía, esa idea de conquista. Portugal surgió como una idea de conquista. Conquistar y rechazar a los musulmanes. Como acá.
P.: La película da juega con el presente y el futuro y le da una perspectiva…
J.P.R.: Sí, de una forma un poco irónica. Porque tenemos que ser conscientes de eso pero al mismo tiempo nos podemos relajar un poco. Reír un poco.
P.: Siempre rompe con la libertad formal en sus películas ¿Cuál es el planteamiento?
J.P.R.: Yo busco encontrar la forma de cada película. No pienso que estoy rompiendo, yo solo pienso que esa es la mejor forma para hacer la película. Sí, quizás es sorprendente. Pero a mi también me gusta que me sorprendan cuando voy al cine. Entonces es un placer también alguien que tiene consciencia de que la historia también se cuenta con la forma, cómo se filma, cómo se encuadra. Todo eso cuenta la historia, no sólo con las palabras. Pero, para mí, era importante que se hablase de la representación. Lo que la madre quiere que sea visto de su familia y lo que quiere dejar escondido cuando cierra la puerta. Es un juego también.