Crítica ‘El combate de Keiko’

Puntuación: 4 de 5.

El cine de boxeo siempre juega con desventaja. Juega con unos códigos establecidos y contra unas expectativas férreas. Es difícil que una película o serie navegue bien por este subgénero sin que recuerde a otras. Las tramas deportivas ocupan la mayor parte del foco narrativo; en cambio, El combate de Keiko de Shô Miyake el boxeo deja de ser un deporte para ser un ritual.

Tras un breve paso por festivales (Berlinale) y una gran acogida en Japón, donde fue condecorada como la Mejor Película del año, se ha estrenado directamente en Filmin sin paso previo por salas. Basándose en la novela autobiográfica de Keiko Ogasawara, el director de And your bird can sing nos relata la vida de una mujer joven con problemas de audición que encuentra en el boxeo su escape de una realidad turbulenta y siempre cambiante. La pandemia COVID, el cierre de su club de boxeo y, finalmente, la muerte de su entrenador por una enfermedad amenazan con un cambio rotundo en su vida, una vida media marcada por un trabajo insulso y sus aspiraciones de convertirse en boxeadora profesional. Y, en medio, el lenguaje.

Keiko vive rodeada de silencio por una discapacidad auditiva, aislada, y el director juega a equilibrar esa calma con los sonidos que ella no puede escuchar, pero el espectador sí —o al contrario: cuando decide no subtitular una conversación de señas. Así, se producen incomunicaciones constantes. Con su hermano músico que parece aprovecharse de ella para no pagar alquiler, con su madre, con extraños en su día a día,… Solo el entrenador, su mujer y una compañera del trabajo parecen superar esas barreras y conectar con ella. Pues el lenguaje no es tanto algo que hay que comprender si no algo a lo que enfrentarse con interés, atención y cariño, de la misma forma que Keiko se acerca al boxeo, un deporte que no puede terminar de conocer debido a su sordera. Pero tampoco hace falta comprender la totalidad de algo para entenderlo, o para disfrutarlo. Esto se aplica también a la puesta en escena de la cinta, sencilla y concisa, que deja fluir la emoción a través de sus formas, al tiempo que pone orden en el mundo de la joven boxeadora.

Como la rutina de Keiko, la película se construye desde la repetición. Volvemos con frecuencia a planos, momentos o escenas que cambian en cada viaje —a veces se afianzan, otras mutan— de la misma forma que la joven boxeadora realiza sus pequeños rituales laicos que le permiten no desmoronarse. De todos ellos, el más importante es el boxeo. Su constancia termina por hablar no de su gran fuerza de voluntad, sino de su fragilidad, no del deporte, sino de la soledad. Y aquí es donde se encuentra la gran diferencia con el resto de obras del subgénero. Ya hemos visto películas donde el boxeo es una expresión del interior del personaje (Toro Salvaje), una competición y, por tanto, un ascensor social (Rocky) o una metáfora de la vida (Million Dollar Baby); sin embargo, abordar el boxeo como un lenguaje, capaz de alcanzar terrenos que otras formas de comunicación no alcanzan, es una perspectiva nueva, muy anclada en la cotidianidad contemporánea. Porque, en última instancia, El combate de Keiko es eso, una historia cotidiana de una mujer contemporánea y la escena donde su entrenador y ella practican en silencio una última vez frente al espejo es uno de los momentos más bellos del cine reciente.

Y la contemporaneidad está atravesada por la dialéctica entre la fragilidad y la fortaleza, algo que termina por emparentarla con la gran película japonesa de los últimos años según la critica, Drive my car. Si en la cinta de Ryusuke Hamaguchi es el teatro el canalizador que permite a sus protagonistas que sus heridas salgan al exterior, en la de Miyake es el boxeo, tanto en su faceta performativa como en la primitiva. El boxeo al igual que la sordera de Keiko son parte de su fortaleza y de su fragilidad: el primero la mantiene en forma físicamente, pero también mentalmente, alejándola del aislamiento y la soledad que sufre; mientras que la segunda la vuelve vulnerable en un mundo capacitista, al tiempo que le permite vivir tranquila entre el enloquecedor bullicio de Tokio. Es precisamente en su retrato de la ciudad de Tokio donde empezamos a descubrir que hay un mundo contemporáneo alternativo al inexorable avance capitalista, que tiende al individualismo, a la competición, a la tecnología y a la incomunicación como pilares. Tokio es una ciudad japonesa más, no es la imagen de la gran urbe tecnócrata que se tiende a exportar a Occidente, sino un lugar mucho más pedestre y cotidiano, un lugar mucho más mediocre y, por ello, un lugar mucho más humano.

Por María Valdizán CuendeJorge Sánchez


Título original: Keiko, me wo sumasete (ケイコ 目を澄ませて) Duración: 99 min País: Japón Idioma: Japonés, lengua de señas japonesa Director: Shô Miyake Guion: Shô Miyake, Masaaki Sakai basado en la novela ‘Makenaide’ de Keiko Ogasawara Productores: Koichiro Fukushima, Masahiro Handa, Keisuke Konishi, Shunsuke Koga Fotografía: Yûta Tsukinaga Montaje: Keiko Okawa Intérpretes: Yukino Kishii, Masaki Miura Masaki Miura, Shinichirô Matsuura Shinichirô Matsuura, Himi Satô Himi Satô, Hiroko Nakajima Hiroko Nakajima, Nobuko Sendô Nobuko Sendô, Tomokazu Miura

Sinopsis: Una joven mujer con problemas de audición quiere convertirse en boxeadora profesional. La pandemia de Covid-19 combinada con la amenaza de cierre de su club de boxeo y la enfermedad de su veterano presidente, que ha sido su mayor apoyo, la llevan al límite.


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