Los últimos dos días de la SEMINCI fueron más relajados que de costumbre. Con la competición ya terminada, se proyectaron películas fuera de concurso mientras el jurado debatía y el público y prensa apuraba los últimos pases del festival para poder disfrutar de algunas de las obras seleccionadas en esta edición.
La cinta indonesia La venganza es mía, todos los demás pagan en efectivo choca por su presencia (más allá del éxito que obtuvo en el Festival de Locarno) en SEMINCI, una película de humor negro y artes marciales que no parece encajar en el espíritu de un festival de cine de autor. Confusa y caótica, utiliza la impotencia de Ajo, el protagonista, causada por un trauma de su infancia para abordar el tema de la masculinidad tóxica y su relación con la violencia. Con ese enfrentamiento entre la venganza y la historia de amor de los dos personajes principales como eje, incluye otras tramas y personajes que desvían la atención y confunden más que aclaran ideas.
También se presentó la última obra de Carlos Saura, El rey de todo el mundo, coproducción entre España y México. A caballo entre la ficción y el documental, relata el proceso de creación de una obra de teatro titulada con el mismo nombre. Fiel a ese arte que retrata, interpretaciones, escenarios y fotografía resultan muy teatrales, articulando una historia sobre la creación de la misma. Revela en contados momentos sus propios procesos, a través de cámaras reflejadas en espejos y un final en el que nos muestra que hemos acudido a la propia obra de teatro en un ejercicio metaficcional. Siendo una obra que trata de homenajear el baile y la música tradicional mexicana, resultan confusas algunas decisiones, como el fundido sonoro de una pieza musical a otra.
La siguiente película, fuera de competición, se trata de la cinta dirigida por la presidenta del jurado internacional Deepa Mehta. Funny boy es un relato de la infancia y juventud de Arjie Chelvaratnam, un chico tamil homosexual durante la Guerra Civil en Sri Lanka. A pesar de tratarse de un coming of age y una historia LGTBIQ, la directora se centra en las hostilidades de los cingaleses hacia los tamiles, utilizando, de una forma un tanto maníquea, un conflicto pasado que le sirve de base para hablar de la polarización mundial actual. Sin embargo, el controvertido casting, donde la etnia tamil se ve infrarrepresentada, se suma a un equipo canadiense — el país de residencia de la directora —, estadounidense o español (la montadora Teresa Font) y un lenguaje europeo, dejando patente que es un producto hecho al paladar occidental.
Como Saura, Agustí Villaronga reaparece con El vientre del mar, una película de fuerte carácter teatral, adaptando el texto para las tablas de Alessandro Baricco, sobre un atemporal naufragio en el siglo XIX. Los naufragios siempre han sido buenos representantes de la sociedad real y los autores retoman esa tradición, con homenajes explícitos a Delacroix, para generar un complejo relato de la moral actual. Si bien los refugiados aparecen referenciados a través de fotografías, es en el cuestionamiento hobbesiano de la humanidad donde alcanza las más altas cotas de compromiso político. Fascinante en lo visual y con un gran duelo interpretativo, logra ser cinematográfica a través de lo teatral en un sugestivo juego entre Charlie Kaufman y Bertold Bretch.
Nuestro último paso por las salas fue con Un Blues para Teherán, un documental sobre la música iraní, donde se aborda la tradición en contraste con la modernidad. Se trata de un documental bastante contemplantivo, con largos planos fijos sobre todo respecto al protagonista, Erfan, guía e hilo de la narración y a través del cual se nos presentan diversas personas y estilos musicales. La película incide en la situación de la mujer en Irán a través de su participación en la música — ya que tienen prohibido cantar por considerarse indecoroso —, la situación sociopolítica de los músicos en el país y la propia relación de la música con el cine.
Para cerrar el festival, accedimos al visionado de Buscando la película (a través de la sección dedicada a SEMINCI en Filmin, durante la duración del mismo, aunque también se proyectó en salas dentro de la sección Castilla y León en Largo) de la joven productora vallisoletana Moraleja Films y dirigida por Enrique García-Vázquez. El documental sigue a cuatro jóvenes que se han encontrado con un mundo patas arriba; la pandemia y la crisis se unen para alimentar ese miedo y frustración de las nuevas generaciones a un futuro cada vez más incierto. Fruto de esos sentimientos y la necesidad de crear, se lanzan a la carretera en busca de una película, sin saber lo que encontrarán; retrato de una generación empujada a actuar sin un plan claro, ya que ya nada es seguro. Con algunos tintes metanarrativos y a través de testimonios que encuentran en su viaje, narra lo inevitable de los fracasos y lo importante de canalizarlos para avanzar, al mismo tiempo que cuestiones como la necesidad de contacto social o la confrontación de la velocidad del mundo actual con la sensación de estancamiento.