Ficha técnica:
Título original:
The Gray Man
Director: Anthony Russo,
Joe Russo
Duración: 122 min
País: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Intérpretes: Ryan Gosling,
Chris Evans, Ana de Armas,
Billy Bob Thornton,
Regé-Jean Page, Alfre
Woodard, Jessica Henwick

Sinopsis: El agente de la CIA Court Gentry, alias Sierra Seis, es sacado de una cárcel federal reclutado por su supervisor, Donald Fitzroy. Gentry fue en su día un mercader de la muerte altamente cualificado, autorizado por la Agencia. Pero ahora las tornas han cambiado y es el objetivo, perseguido por Lloyd Hansen, un antiguo compañero de la CIA que no se detendrá ante nada para acabar con él. La agente Dani Miranda le cubre las espaldas.
Crítica:
El agente invisible comienza con una muestra de lo que vamos a ver en el resto del largometraje: explosiones de luz y color, fuego y humo, sangre y balas. La definición de acción al más puro estilo norteamericano. La trama avanza con un ritmo rápido e hipnotizante, que no te deja apartar la vista de la pantalla, pasando los primeros cuarenta minutos sin apenas darte cuenta. No hay espacios vacíos para aburrirse —sí momentos de relativa calma, pero siempre precediendo a la tormenta. A pesar de ser una carrera de asesinos a sueldo por sobrevivir, también queda espacio para un poco de humor, algo de romance e, incluso, para la música, utilizando en varios momentos de elevada tensión canciones que contrarrestan las imágenes en pantalla. Por supuesto, también para el drama, aunque sin recrearse demasiado, y para una bella muestra de la arquitectura (que explotan literalmente) en un paseo por medio mundo.
Ryan Gosling da vida a un súper espía, que se enfrenta a un Capitán América muy poco ético. Un antagonista egocéntrico, altivo y satírico, que persigue a este aparentemente inmortal hombre que, como se espera de él, escapa de las situaciones más inesperadas, dejando experimentar al público ese placer de ver cómo con ingenio, ideas disparatadas y un buen puñado de suerte le va saliendo todo bien.
Si te gustan las películas de acción con su buena dosis de ficción, falseadas en cuanto a posibilidades de sobrevivir en situaciones límite y con el final deseado por el espectador, El agente invisible te dará dos horas de puro entretenimiento, que es para lo que está pensada y hecha. Ver y disfrutar del caos, la destrucción, la lucha y las persecuciones llevadas al extremo. No para que el final te sorprenda, no para pensar demasiado o entender nada más allá del espectáculo. Por supuesto, todo podría tener una doble lectura. Un análisis del poder y la falsa moral que parece que este otorga a quien lo posee el derecho a decidir quiénes son los buenos y quiénes, los malos —¿hay buenos y malos cuando hablamos de asesinos a sueldo?—, quién debe morir y quién vivir… pero no es el caso, no está hecha para ello.
Pero hay algo que destaca especialmente en este filme entre el resto de aspectos: la postproducción. En películas con tantas situaciones de acción irreales (prácticamente todo lo que te puedas imaginar, aquí aparece: coches volcados, explotados, helicópteros en llamas, peleas y robo de paracaídas en el aire, derribo y explosión de edificios…), el trabajo y la preparación que hay detrás de cada escena son inmensos y demuestran el nivel en el que juegan los hermanos Russo. Además, toda esa edición y montaje son combinados con unos movimientos de cámara muy controlados y planeados, que luego se convierten en enérgicas y dinámicas escenas.
Y como no podía faltar en una película de estas características: una decisión estúpida patrocinada por el ego y la testosterona. Los dos protagonistas nos brindan esa pelea de gallos —por qué eliminar a un hombre a distancia y sin peligro, pudiendo luchar cuerpo a cuerpo— que sirve de antesala a un final que deja buen sabor de boca. Es lo que se espera, pero aun así no se puede evitar sonreír. Una película muy ajustada a los clichés del género, lo que para muchos será decepcionante, pero que, en cualquier caso, cumple sin mucha singularidad, pero con un buen nivel, su propósito. Para cerrar no se puede dejar pasar por alto unos créditos finales originales, que aunque se haya acabado la película te retienen algún minuto más pegado al asiento.