Crítica ‘Avatar: El sentido del agua’

Puntuación: 4 de 5.

Por Rafael Bürger y Jorge Sánchez

Es evidente el desprecio de James Cameron por los guiones perfectos en Avatar: El sentido del agua, su nueva epopeya de tres horas, pero James Cameron no está produciendo otro producto genérico del ‘cine palomitero’ —aunque no me guste esta clasificación— a merced de la presión directa de los directores ejecutivos e inversores preocupados solo por un rápido retorno de su dinero. Dentro de su proyecto artístico autoral, Cameron, que lo maneja muy bien a escala de blockbuster de una manera que solo él sabe hacer, tiene como principal objetivo recuperar lo más primitivo del cine: el encanto por la novedad tecnológica y el entretenimiento por la belleza puramente estética de las imágenes. Antes de que los cineastas buscaran equiparar el cine como un arte narrativo a la altura de las grandes obras de la literatura y la dramaturgia, la experiencia cinematográfica se basaba puramente en estos elementos para fidelizar a su público. Basta con mirar lo que produjeron y comercializaron los pioneros Lumière y Edison, o incluso Méliès y Guy-Blaché, y su atractivo para el público en su tiempo.

En su retorno en búsqueda de un estado elemental del cine, Avatar 2 no solo vive de referentes del primer cine, sino que también revisita temas y tramas de la propia filmografía de su director. El regreso del villano de la primera cinta, ahora en cuerpo de Na’vi, junto a la superestructura militar de colonización, recuerda al carácter cíclico de la persecución del Terminator y la Skynet a Sarah y John Connor en la franquicia Terminator. El agua vuelve cómo elemento central, tras Abyss (1989) y Titanic (1997), una fuerza implacable que supera hasta los mayores horrores producidos por la civilización humana. La tecnología y el capitalismo como herramientas de destrucción de la propia humanidad, como en Aliens (1986), Titanic (1997), Terminator y Avatar. En sintonía con la tendencia a que muchos directores se están adscribiendo –  como Spielberg en The Fabelmans, Scorsese en El Irlandés, Almodóvar con la Voz Humana – Cameron construye la película como una amalgama de su cine, expandiendo el discurso para un nivel metanarrativo al crear una mitología llamada a ser infinitamente resignificada.

En Avatar: el Sentido del Agua regresamos a la luna alienígena, Pandora, donde pronto comprendemos que la continuidad de la narrativa épica de la jornada de Jake Sully no es mucho más que una hermosa prerrogativa para que la secuela explore nuevas áreas de un mundo tan complejo y diverso como la realidad en la que se basa. En este sentido, la película se presenta como una interesante y muy singular dinámica entre realismo y formalismo, donde cuanto más busca Cameron los recursos estéticos y tecnológicos que le den a la película un realismo único, más se aleja de la realidad misma y revela los mecanismos de puesta en escena. O sea, para que el espectador sienta la experiencia de Pandora lo más realista posible, recurre a una serie de artificios intermediarios, desde nuevas cámaras subacuáticas, hasta el extensivo trabajo de CGI y la predilección por el 3D, que al percibirse como artificios niegan ser la propia experiencia de lo real. El resultado efectivamente es una experiencia estética como pocas en el cine estadounidense mainstream y, para quienes se dejan sumergir por completo en el universo sensible propuesto, una experiencia emocional catártica.

Hay algo poético en que el regreso de la franquicia evasiva por excelencia coincida con el estreno de Top Gun:Maverick y en que sendas cintas se conviertan en los dos grandes blockbusters del año 2022, pues no pueden concebirse en lugares más alejados del espectro. Si Top Gun es militarista hasta niveles risibles, Avatar es antimilitarista hasta niveles también risibles; si Maverick sigue siendo el centro indiscutible de la cinta, Jake Sully es desplazado por las nuevas generaciones hasta convertirse en uno más de una película coral; si, ante la cinta de Joseph Kosinski nos fascinamos por el hecho del registro, ante la de Cameron lo hacemos por la sofisticación del cine como terreno de lo irreal —lo más interesante y atrevido es que el director de Terminator para alcanzar su objetivo camina por el sendero realista, aunando y equilibrando ambas corrientes y demostrando a lo grande que, lejos de estar reñidas, van de la mano.

James Cameron dobla (o triplica, o cuadriplica,… nunca uno está seguro dónde tiene el límite el exmarido de Kathryn Bigelow) sus ambiciones respecto a la primera entrega: amplía su abanico temático, abandona el simulacro por el documental a lo Flaherty, deja de lado durante buena parte de la película la narrativa clásica que sujetaba la primera parte para abrirse a un mundo guiado por la observación y la recreación en los detalles y, como decíamos, renuncia al individualismo heroico por la coralidad —la deconstrucción el viaje heroico a través de su continuación tiene resonancias con algunas manifestaciones preliterarias (a día de hoy, se pueden establecer relaciones entre Avatar y Avatar 2 con La Íliada y La Odisea, respectivamente). Quizá estas ambiciones hagan parecer a la nueva entrega como fallida o, al menos, como no tan sólida como la primera. Y quizá sea cierto. Pero igual de cierto es que estamos ante una película-puente, como el año pasado fue Dune Parte 1, y eso le resta impacto; y que la promesa con la que termina Avatar 2 es más grande que aquello que la primera película pudiese entregar.

Es precisamente ese carácter intersticial, de valle entre dos montañas dramáticas, lo que termina de dar un valor extraordinario a esta segunda entrega de la franquicia interplanetaria. No en vano Avatar 2 es una película que se construye en oposición a Avatar, que la desmiente y la pone en entredicho y, en el estudio comparativo entre ambas, podemos encontrar todas las claves para entender las dinámicas internas de la Historia (del Arte). La secuela y James Cameron no dejan de recorrer, a su propia manera, las tendencias estéticas occidentales de los últimos siglos: una tendencia al realismo, a la verosimilitud y al documental, acompañada de un deseo de superación de «las prisiones»—en este caso, la prisión de la historia y de la narrativa— a través de la experiencia estética. En otras palabras, si Avatar bebía del cine clásico («es Pocahontas en el espacio» decían los resabidos), en Avatar: el sentido del agua, éste se hibrida con las estéticas vanguardistas y contemporáneas, que buscan alternativas al discurso predominante. Entre Lawrence de Arabia y Jeanne Dielman; bienvenidos a la (pos)modernidad de James Cameron.


Título original: Avatar: the way of water Duración: 192 min País: Estados Unidos Idioma: Inglés Director: James Cameron Guion: James Cameron, Rick Jaffa, Amanda Silver, JOsh Friedman, Shane Salerno Productores: James Cameron, Jon Landau, Richard Baneham, David Valdes Fotografía: Russell Carpenter Montaje: David Brenner, James Cameron, John Refoua, Stephen E. Rivkin Música: Simon Franglen Intérpretes: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Kate Winslet, Cliff Curtis, Joel David Moore, CCH Pounder, Edie Falco, Brendan Cowell, Jemaine Clement, Jamie Flatters, Britain Dalton, Trinity Jo-Li Bliss, Jack Champion, Bailey Bass

Sinopsis: Más de una década después de los acontecimientos de ‘Avatar’, los Na’vi Jake Sully, Neytiri y sus hijos viven en paz en los bosques de Pandora hasta que regresan los hombres del cielo. Entonces comienzan los problemas que persiguen sin descanso a la familia Sully, que decide hacer un gran sacrificio para mantener a su pueblo a salvo y seguir ellos con vida.


20th Century Studios España

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