Entrevista a Laura Mora Ortega

Laura Mora se coronó en San Sebastián. Primero, fue la juventud que otorgó el Premio de la Juventud a Matar a Jesús, su primera película que competía en Nuevos Directores; luego, llegó la Concha de Oro con su segundo largometraje, Los reyes del mundo. En su nueva aventura cinematográfica, la cineasta colombiana se adentraba en una road movie fantasmagórica de un grupo de jóvenes que buscan escapar de Medellín hacia el mar. Hoy, hablamos con ella.

Pregunta.: Después de Matar a Jesús, ¿cómo llegas hasta Los Reyes del Mundo?

Laura Mora Ortega.: Pues Matar a Jesús es una película tan autobiográfica porque está inspirada en el asesinato de mi papá cuando yo tenía 21 años. Fue una película que me demoré mucho en escribir y mucho en realizar. Por eso hacer Los Reyes del Mundo ha significado un acto muy liberador, como no tener una deuda con mi propia historia. Llegó también de una manera muy particular, como las imágenes. Justo cuando terminé de rodar Matar a Jesús en diciembre del 2016, hice el mismo viaje que hacen los chicos en la película. Es un viaje que he realizado miles de veces porque esa es la salida al mar desde Medellín. Medellín es un valle enquistado en medio de unas montañas enormes, hay que atravesar toda la cordillera para salir al mar.

Toda la vida me había intrigado esa carretera, toda la vida había dicho: “Algún día quiero hacer una película en esta carretera”. Cuando en el 2016 hice el viaje en carro, atravesando ese paisaje tan cambiante y tan extraño, tuve estas imágenes de unos chicos, (seguramente muy alimentada por el casting de actores naturales que había hecho para Matar a Jesús) y empecé a ver unos chicos muy jóvenes atravesando ese paisaje. Tuve que parar el carro y anoté en mi libreta tres frases que eran: “Chicos que reclaman un mundo, chicos que se vengan del mundo, somos los reyes del mundo”. Y así empecé a escribir con un hilo argumental muy, muy delgado: ¿qué pasa si no tienes nada y de repente te llega una carta del estado diciendo que te van a devolver una tierra que le quitaron a tu familia? De alguna manera era volver a los orígenes, empezando este viaje hacia una tierra prometida. Empecé a escribir y hasta la cuarta versión lo realicé sola, más tarde entró María Camila Arias a coescribir conmigo.

P.: Es como la mitología del viaje en La Odisea o El Éxodo de Moisés hacia la tierra prometida donde nuestra vida será mucho mejor.

L.M.O.: Sí, es un viaje épico… Es un viaje humano, un viaje universal. A mí me interesan esas cuestiones, me interesan las preguntas de dónde existiremos libremente, me interesan los viajes. Como dice en una cita Angelopoulos: “Dios decía, primero estaba el viaje “. Me interesan esas cuestiones en un país como Colombia y lo que pasa en ese paisaje, que finalmente, es un un gran contenedor de toda una historia de conflicto, que así no lo veas, está ahí presente. Hay una tensión inmersa en el paisaje.

P.: Esa tensión la percibimos en escenas tan oníricas y surrealista como la de la bici engullida en esa niebla tan amenazadora.

L.M.O.: Si, la había. Cuando empecé a escribir la película de una manera tan libre y con las imágenes en mi cabeza (al parecer como muy aleatorias) me di cuenta que atravesaban todo el tiempo la línea entre el realismo y lo delirante. Ahí empecé a entender que era una película sobre la búsqueda de ese territorio. Que la imaginación era un territorio en sí mismo, la belleza de ese territorio que era un territorio inexpropiable. Estos chicos están siendo todo el tiempo empujados, expulsados por el capitalismo, por la violencia y el único lugar donde existen libremente es en la imaginación y eso me pareció bellísimo. Empecé a comprender y a escribir en ese territorio de la imaginación que yo llamaba “El Territorio del Alma”. En ese territorio tenía una libertad que el mundo realista no permitía. Entonces comenzaron a aparecer unas escenas, explícitamente oníricas, explícitamente delirantes y fantasmagóricas y otras que quedaban como a la deriva, que están un poco en ese limbo entre ambos estados. Eso me interesaba porque es una película que exalta la desobediencia y en ese sentido también quería llegar hacia una película que desobedeciera a los géneros.

P.: Finalmente es un road movie embuida en realismo mágico, pero hay paradas para recuperar fuerzas; como la preciosa escena del burdel, una pequeña casa en medio de la nada donde vemos detalles en los cuales vemos la decadencia del país. ¿Cómo elaboraste esa escena tan delicada?

L.M.O.: Intente explicar muy bien esa escena a todo el equipo porque estaba muy llena de detalles. Las lecturas de mis guiones son de semanas enteras porque, de verdad, ya vengo con un imaginario muy armado. Les decía que entrar en ese burdel era como entrar a una Matria, como una patria de mujeres, y en ese sentido era Colombia. Colombia es un país donde las mujeres han sido las supervivientes de esa violencia y unas supervivientes muy dignas, pero igualmente aporreadas y heridas. Son unas mujeres en la que que no son solo los chicos los que encuentran una figura de esas madres, hay una nostalgia de ellas hacía unos hijos, que quizás, hayan perdido en la tierra. Hay un momento en el cual vemos a una mujer cantando en ese burdel, y está cantando sobre una llanura pintada cuando al frente tiene una montaña. Está lleno de detalles de estas mujeres que han sobrevivido al olvido y que tienen esta suerte como de universo sostenido por ellos. Para mí eso es mucho Colombia, también Colombia tiene mucho de burdel y tiene mucho de mujer digna, herida y amorosa. Por eso el burdel está lleno de símbolos patrios alterados: tiene una bandera de Colombia ensangrentada, tiene un escudo de Colombia tejido a mano por una mujer (los colores son de la bandera de Colombia donde el amarillo es el oro y el rojo es la sangre), vemos a una mujer vestida de amarillo que baila con un chico con una camiseta roja. Oro y sangre, que tanto van a tener que ver en la película, ese piano desafinado. Son todas estas cosas que uno crea y piensa y que operan de manera muy inconsciente en el espectador, pero que son bellísimas.

P: Dentro del burdel está la planificación de esa preciosa escena que es la del baile entre ellas y los chicos.

L.M.O.: Esa coreografía fue muy bien pensada, ese espacio lo construimos. Encontramos una casita que estaba como abandonada y sus dueños nos permitieron tumbar uno de los muros para poder planificar ese gran baile con todos los detalles, con esas mujeres maravillosas. Esas mujeres pertenecen a un colectivo que hay en Medellín de trabajadoras sexuales, ya muchas de la tercera edad. Son dos colectivos que se llaman “Putamente Poderosas” y “Las Guerreras del Centro” que son increíbles. Ellas son las que aparecen en la película y la mujer grandota que aparece, la que baila con Rá, murió cuatro semanas después de rodar la escena por Covid. Y fue súper fuerte porque ella se emocionó mucho con la escena, ella llora, ella se limpia una lágrima, y era tan tan dulce y tan tan hermosa, y bueno, ahí quedó inmortalizada en el cine.

P.: Cada uno de tus cinco personajes protagonistas representa un sentimiento diferente.

L.M.O.: Sí, de hecho cada uno tenía una palabra: Rá era la justicia; Nano, que es el chico afro, es la dignidad; Winny, que es el pequeñito, es la revolución; Culebro, que es el antagónico, es la rabia, y Sere, que es el personaje que tiene la discapacidad en la manita, es la mística.

P.: Y eso lo podemos enlazar con el personaje de Paula de Matar a Jesús, que también representa los valores de la revolución y la dignidad.

L.M.O.: Yo creo que es mi relación con el mundo, no concibo el mundo maniqueo. Me gusta el mundo que tiene contrastes, grises, contradicciones. Me gusta que todos somos buenos y malos. Me gusta la complejidad de los seres humanos y creo que eso se hace evidente en los personajes que escribo.

P.: Parece mentira que después de tantos años un conflicto como Los Olvidados de Buñuel siga presente en la actualidad.

L.M.O.: Sí, sí. Había tres películas que fueron muy importantes para mí. Son importantes en la vida, y fueron muy importantes en esta película. Por una parte, obviamente, Los Olvidados de Buñuel; también Paisajes en la niebla de Teo Angelopoulos y Accatonne de Pasolini con ese personaje tan Culebro, tan trágico y tan bello. También estaba La vendedora de rosas de Víctor Gaviria en esas películas inspiradoras. Y en el proceso encontré una película que me causó mucha fascinación por este viaje entre lo delirante y lo realista que se llama Diamantes en la noche de Jan Nemec. En fin, como películas que estuvieron ahí, presentes.

P.: Hablando de Culebro, ¿cómo creas un personaje tan difícil como Culebro, porque, además, se nota en pantalla que lo quieres, que es especial?

L.M.O.: (Risas) Los quiero a todos, claro. Yo pensaba mucho en los personajes de Dostoyevski para la construcción de Culebro, porque son personajes que son malos, están condenados y lo saben. Por eso la conciencia de saberlo, les causa un profundo dolor, porque no pueden huir de ellos mismos. Me interesaba ese personaje, está condenado y le duele saber lo que lo está.

P.: Ese destino final y encontrar esa gran sorpresa.

L.M.O.: El capitalismo nunca lo va a permitir. Y va más allá del conflicto colombiano, porque la tierra está agarrada y ya tiene dueño. Creo que en eso dialogan mucho las dos películas, a pesar de que son muy distintas. Personalmente tengo una clara obsesión con la idea de justicia y con el aparato de justicia y también con la idea de que los reales responsables no tienen rostro, no tienen nombre, son invisibles. En Matar a Jesús nunca sabremos quien fue la persona que dio la orden de matar al padre de Paula y en Los Reyes del Mundo no sabremos quien es el dueño de la tierra y evidentemente no es ese capataz.

BTEAM Pictures

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