Ámame

Ficha técnica:

Título original:

Corazón errante

Director: Leonardo Brzezicki

Duración: 106 min

País: Argentina, Brasil, Chile

Idioma: Argentino, portugués

Intérpretes: Leonardo

Sbaraglia, Miranda de la Serna

Eva Llorach, Iván González,

Alberto Ajaka, Thalita

Carauta, Tuca Andrada

Vértigo Films

Sinopsis: Santiago es un hombre quebrado emocionalmente. Parece no tener ningún tipo de eje y está totalmente a la deriva en su vida personal. Junto a Laila, su hija adolescente, vivirá lo que parece ser un verano caótico en Argentina y en Brasil, pero termina siendo un punto de inflexión en la relación y vidas de ambos.

Crítica:

Una de las grandes películas del año pasado, Otra Ronda de Thomas Vinterberg, narraba en clave comedia dramática las aventuras y desventuras de un grupo de cuarentañeros liderados por Mads Mikkelsen que, abocados a la cotidianidad y al vacío existencial, se entregan a un experimento etílico. En el fondo de la obra de Vinterberg había un carpe diem, una vitalista celebración del aquí y del ahora. Ámame, el segundo largometraje del actor y director argentino Leonardo Brzezicki, se construye casi como un respuesta involuntaria a esa película.

Aquellas pinceladas que Vinterberg daba a los momentos posteriores a la borrachera, la causa de la destrucción de la familia y del propio protagonista, aquí se convierten en el cuadro entero. Hay borrachera y diversión, pero siempre se muestran como elementos vacuos, como tóxicos sustitutos de las relaciones profundas. El alcohol como forma de olvidar, no como acto celebratorio. El gran interés está en el día siguiente, en el momento donde la resaca y los demonios atacan con más fuerza. La profunda soledad, fruto del narcisismo y de la superficialidad, es la causa y la consecuencia del sufrimiento de Santiago. La búsqueda de la felicidad no tiene baldosas doradas y termina siendo, por desgracia, un camino de autodestrucción. La película, por tanto, surge a raíz del contraste entre lo deseado y la realidad. Una dialéctica que es la base de (casi) todas las escenas: primero, la felicidad en potencia y, luego, el conflicto, la soledad y la desolación.

En su esqueleto narrativo es donde radican sus aspectos más problemáticos y, al tiempo, alguna de sus virtudes. En muchos aspectos, se podría decir que es un retorcida película-videojuego donde los problemas son casi «pantallas» que Santiago debe pasar a través del fracaso. O visto de otra forma estamos ante una dantesca sucesión de círculos concéntricos que conforman una espiral hacia el abismo emocional del protagonista. Y esta es su virtud. Si eres consciente (pero no demasiado) de la caótica estructura, ésta te lleva un paso más allá la espiral a la que se ve sometido el protagonista. Los personajes secundarios, para reincidir en el abandono, entran de casualidad y desaparecen después de su escena -muchas de ellas impuestas/desarrolladas a propósito de la coproducción con Brasil, España y Chile. Solo Laila y Federico regresan. El resto vienen y se van para no volver. De esta forma, Santiago, el corazón errante según el título original, es el pegamento de toda la cinta. Y es en el bajo grado de organicidad de ese ambicioso esqueleto donde se ve antes una repetitiva serie de pantallas en línea recta que una espiral descendiente.

Pese a todo, su vena melodramática hace que esto importe poco porque Leonardo Sbaraglia es la película. El actor se entrega en cuerpo y alma a los momentos desquiciados y a los de mayor calado emocional. El actor canaliza la experiencia emocional del espectador y, en gran medida, el intérprete aporta esa naturalidad que le falta a la estructura. En él vivimos la angustia, el dolor y la confusión, pero también el cariño de su hija, la sensualidad del sexo y la amistad de Federico. Es el permanente estado de vulnerabilidad, explícita u oculta, la causa última de nuestra identificación con Santiago, porque todos, en algún momento, nos hemos sentido así.

El otro gran apoyo es la forma en que Brzezicki expresa las emociones del protagonista a través de las imágenes. Hay una identificación absoluta entre el mundo interior de Santiago y la puesta en escena: la cámara agitada y el montaje acelerado y caótico captan los instantes más turbulentos o nerviosos, mientras que una fotografía más calmada, cercana al trípode, en planos que respiran más, hace lo propio con los momentos más próximos a la felicidad, donde la vorágine parece olvidarse durante unos instantes.

Ámame es la película de un hombre y del actor que lo interpreta. La historia de uno de los actores más destacados de su generación que vuelve a entregarse para crear un personaje único y el relato de un hombre empeñado en llegar a la felicidad por la vía rápida, empecinado en vivir en «el aquí y el ahora» por miedo al futuro y obcecado en que le amen porque no puede amarse. Pero, por encima de todo, Ámame es la enésima constantación de la negación del futuro que se vive hoy en día. Tras la huida al pasado protagonizada por Paul Thomas Anderson, Paolo Sorrentino, Kenneth Branagh o Richard Linklater, el carácter celebratorio y vitalista ante la muerte («morimos porque hemos vivido ¡y cómo hemos vivido!») de Otra Ronda, la cinta argentina muestra la ruptura interna que provoca la dificultad de seguir andando hacia delante. El carpe diem, el consumismo y el sexo casual se muestran como una válvula de escape superflua, irrelevante ante los males que sufre Santiago porque no requieren un compromiso. Esa falta de compromiso es aquello que le impide amar y que le amen. Y, por eso, el final abierto duele tanto.

Vértigo Films

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