Como todos los años desde hace 12 años, el Atlàntida Film Fest se celebra en Mallorca y, desde hace cinco, Filmin acoge una versión online. De esta forma, se ha consolidado como uno de los principales festivales híbridos de Europa. Este año ha vuelto con una programación más ambiciosa tanto en los cines de la capital balear (Albert Serra, Gaspar Noé, Marina Abramovic, Isabelle Huppert) como en la plataforma. En las próximas semanas, hablaremos de los títulos que podréis encontrar en la plataforma, reseñando y comentado aquellos que más nos llamen la atención. Aquí, la primera (pequeña) tanda:
America latina (Damiano D’Innocenzo y Fabio D’Innocenzo)
Este thriller italiano dirigido por Damiano D’Innocenzo y Fabio D’Innocenzo comienza de forma original, sobria y seria. A lo largo de la producción ponen en juego algunos recursos clásicos del thriller y del misterio: la composición con reflejos; un seguimiento de cámara inquietante al protagonista, como si el espectador estuviera siempre detrás de él; muchos primerísimos planos de miradas; largos planos secuencia, de cuales muchos son fijos, lo que hace que la película sea pausada y lenta, creando una atmósfera de tensión continua; escenas tintadas de fuertes colores que junto con ángulos de cámara diagonales transmiten la locura del protagonista; y un sonido chirriante que hace que la película se torne desquiciante en algún momento.
Pasada la hora, se crea, a través del montaje, una escena con la mujer y las tres hijas en la que se aprecia un juego de miradas brutal: un contraste de imágenes frías que rozan la psicopatía, con la calidez del calor hogareño. Imágenes que acompañadas por la música llegan al momento álgido de la película que se convierte en un punto de inflexión, y desde el cual la película comienza a decaer. A pesar de que parte de una premisa muy atractiva y al comienzo te hace plantearte varias veces qué es real, quién está loco, si todos están vivos, si le están engañando… todo parece sospechoso y algunas de estas divagaciones que se crean durante el largometraje podrían haber desembocado en un final más contradictorio y menos previsible que de la manera poco sorprendente con la que finalmente se resuelve. Judith Pérez.
Atlantide (Yuri Ancarani)
Hay algo de Nicolas Winding Refn en cómo Yuri Ancarani mueve a sus personajes, cámara incluida. Una lentitud rápida, muy condicionada por la propia estética del plano. La influencia del director danés también se cuela a través de los neones y los colores, que termina siendo uno de los recursos expresivos del cineasta, pero, además, la forma de tratar la violencia, o de entenderla, está muy próxima a la del director de Solo Dios perdona (2013). Pero, sobre todo, hay algo de Sean Baker en la opresión de esos personaje contra un fondo de fantasía: de la misma forma que The Florida Project (2017) se dibujaba en los alrededores de Disney World en Orlando, Atlantide toma forma en una isla de la bahía de Venecia, alejada de turistas, de lujo y de capitalismo. No obstante, ese relato del desengaño no se realiza a través de la comedia o el drama ligero, sino que es a través del retrato de la soledad de su protagonista, Daniele Barinson, que se desarrolla la crítica social. La influencia del director estadonunidense también se cuela a través de la vocación documental y de la utilización de actores no profesionales como modelos. La obra de, por tanto, se erige (no muy alta) de entre los restos de la colisión entre esos mundos tan contrapuestos. Logra ser propia, que ya es, pero es más interesante cuánto más se parece a Refn o Baker, o en una última secuencia final que, si bien extenuante, nos gustaría haber visto más. Porque el conjunto de la película es, a menudo, confuso y, a ratos, repetitivo. La vocación libre (no hay guión y el seguimiento casi documental durante varios años al grupo de jóvenes que conforman la película) y sensorial no siempre funciona y puede hacerse pesada, particularmente si no se ve en una sala en condiciones. Jorge Sánchez.
Diarios de Myanmar (The Myanmar Film Collective) & Pedra i Oli (Àlex Dioscórides Gomis)
“¿Podéis oirnos?” Esa es la última frase de Diarios de Myanmar, una mezcla de videograbaciones mezcladas con realidad ficcionada en clave poética/performativa que ha realizado The Myanmar Film Collective como denuncia de la vida tras el golpe de estado militar del 1 de febrero de 2021. También es el mensaje, si bien no tan imperioso, de Pedra i Oli, una cinta que busca hacer memoria de las tradiciones en vías de desaparición de las poblaciones serranas de Mallorca. Dos documentales muy diferentes entre sí a diversos niveles, pero con un mismo mensaje:
El documental de Álex Dioscórides Gomis lleva al espectador a los olivares de la sierra de la Tramuntana. Allí, el director de Overbooking (2019) despliega su propuesta de un carácter etnográfico, buscando documentar tradiciones en vías de desaparición y crear memoria, al tiempo que realiza una ligera crítica social que sirve de llamada de atención ante una situación preocupante. Quizá los mayores aciertos son cómo muestra que la cultura (en este caso, la música) está condicionada, en primer lugar, por el estilo de vida y, en última instancia, por economía; y cómo enseña los estragos que causan la globalización y el capitalismo.
En una pieza, como Diarios de Myanmar, donde la urgencia es el fin último de la existencia de la cinta y donde cualquier individualidad desaparece por una causa superior —los cineastas birmanos permanecen en el anonimato por su seguridad, las personas no birmanas, por solidaridad—, la valoración formal y los gustos personales no tienen cabida. Es una llamada de socorro a un mundo que se ha olvidado de lo sucedido; que los festivales y su presencia en circuitos comerciales no nos impidan ver el bosque. Escuchemos. Jorge Sánchez.
Heartbeast (Aino Suni)
Hay algo del cine de Julia Ducournau en el debut de la finlandesa Aino Suni, de su exploración de la alteridad (“Alien” es el apodo de su protagonista en un anagrama con su nombre, Elina), de su violencia interna y de sus imágenes —ese primer plano secuencia recuerda mucho al de Titane, mientras que el resto se relaciona más con Crudo. Heartbeast cuenta el fatal enamoramiento de Eline, una aspirante compositora y cantante de trap, por su hermanastra, Sofía, una bailarina prometedora. Así comienza una espiral de celos y tensiones llenas de mala baba que culminan en un final tan retorcido como magnífico. La cinta va de menos a más y, pese a algunos momentos donde la tensión se pierde por confusión o repetición de momentos, siempre vuelve con más fuerza. Si bien la trama principal es suficiente para sostener la película, la ausencia de subtramas u otros elementos contextuales hace que la película sepa a poco. Algo similar ocurre con la puesta en escena, donde algunas soluciones interesantes y valientes (el espacio que deja muchas veces a los personajes, el uso de los zooms como un elemento para inducir al agobio) se yuxtaponen con otras más planas o comunes (el plano de Eline flotando en la piscina, que parece sacado de una película escrita por Clara Roquet). Con todo, Heartbeast es un opera prima que puede ser prometedora y, desde luego, una de las películas más grotescas de la versión online Atlàntida Film Fest 2022. Jorge Sánchez.
Miss Osaka (Daniel Dencik)
Miss Osaka es un drama que podría describirse como una película de observación. Se recrea en situaciones cotidianas y naturales, en conversaciones sin mucha relevancia entre amigas, dando mucha importancia a las relaciones interpersonales e interculturales. Estas características la convierten en una película tranquila, pausada, para disfrutarla poco a poco, pero que, a veces, puede resultar algo pesada. La necesidad de la protagonista de escapar de ella misma la lleva a lugares nuevos y la necesidad de adaptarse a una nueva cultura, a crear nuevas amistades y nuevas formas de relacionarse con otras personas. Un mundo completamente nuevo que vamos descubriendo a la par que ella, acompañándola en cada una de las escenas. Daniel Dencik nos narra un período de tiempo en el que la protagonista decide buscarse a sí misma e intentar encontrar la felicidad en un acto que muchos consideraran de valentía y rebeldía al querer empezar su vida de cero, escapando y dejando todo atrás, pero con cierta cobardía por la forma en que lo lleva a cabo, sin atreverse a buscar una personalidad propia. Un camino de aprendizaje y superación en muchos sentidos, marcado por una imagen poco contrastada y un color poco saturado que da el contrapunto a las luces del bar donde se desarrolla gran parte de la película y los neones de las calles de Japón. Durante todo el largometraje se genera una extraña mezcla de sentimientos, pero en el tramo final se acentúa aún más, con una última escena que despierta la curiosidad y genera expectación por saber qué es lo que sucederá a partir de ese momento. Judith Pérez.
Rose (Aurélie Saada)
Cuando Rose se queda viuda, su vida da un vuelco, la rutina que había construido con su marido de pronto se desvanece. Un relato que se construye sobre la supuesta emancipación de esta mujer mayor que, de acuerdo a las convenciones sociales, se ha construido en torno a la figura de madre y esposa y de las que tras el duelo, anhela desprenderse. Es respecto a esta voluntad de autodeterminación donde parece faltarle algo a la cinta. La narración abarca a toda la familia, sin centrarse propiamente en la viuda, dotándoles de un peso dramático similar. Además, en la pérdida de esas etiquetas que se impusieron a Rose, también parece perderse a sí misma, ante lo que acaba definida de forma simplista bajo un carpe diem sin profundidad. Enfrentada a un mundo sin su marido, antes centro de su vida social, es la cercanía a la muerte lo que le devuelve la vitalidad y, al mismo tiempo, la hace renegar de su edad. En busca de una juventud perdida, decide entregarse al desfase, a una aventura romántica, a conocer gente en los bares al descubrimiento de conexiones fugaces; al encuentro de sí misma, obtiene en su lugar, una confusa y desequilibrada amalgama de sentimientos. En este sentido, la emancipación no parece un tema tan claro en la cinta, en contraposición con el afrontamiento de la vejez. La libertad de Rose solo parece reducirse a salir a divertirse con desconocidos (con la excepción de ese bonito gesto de volver a conducir después de 40 años), sin más intereses anteriormente desconocidos o sin nuevos retos cotidianos a los que podría enfrentarse una mujer acostumbrada a la vida matrimonial. Aunque no es lo que Aurélie Saada propone en un principio, la película se construye entorno a la dificultad para establecer relaciones socioafectivas en el marco de la tercera edad. Rose se enfrenta a su miedo a envejecer, a morir sin haber vivido, aferrándose a maquillar sus años bajo la evasión; son esos delicados planos de sus manos los que recuerdan su verdadera lucha. María Valdizán Cuende.
The timekeepers of eternity (Aristotelis Maragkos)
Las premisas de Stephen King siempre son un buen tirón para los amantes del género; hay gente que ama sus libros y odia las adaptaciones y todo lo contrario. El mundo de la adaptación fílmica es complicado por la necesidad de equilibrio entre el material original y el ritmo y códigos cinematográficos. Lo que demuestra este tipo de industria es, pues, la infinidad de formas de aproximarse a un mismo texto. Maragkos va un paso más allá, retomando no solo el relato de King, sino el material original del telefilme The Langoliers (1995), donde montaje y animación demuestran todo su potencial creativo y narrativo. Una obra que pasó sin pena ni gloria y cuyos efectos especiales han envejecido sin mucho éxito, queda transformada en un resultado completamente distinto. La duración queda reducida a un tercio del material original y se resuelve el desenlace anticlimático de la obra de televisión.
The timekeepers of eternity es una propuesta destacable independientemente del visionado de la miniserie, si bien resulta interesante su comparación sobre todo desde un punto de vista técnico, aportando consciencia sobre el montaje. El uso de la animación aporta a la película una estética muy sugerente, blanco y negro a modo de imprenta, rasgados y collages a modo de creativas pantallas partidas, conceden dinamismo a la acción. La potencia visual no queda descolgada a nivel narrativo, si no que se relaciona coherentemente con la cinta, convirtiéndose en un personaje más de la misma. María Valdizán Cuende.