Ficha técnica:
Título original:
Les choses humaines
Director: Yvan Attal
Duración: 130 min
País: Francia
Idioma: Francés
Intérpretes: Ben Attal,
Suzanne Jouannet,
Charlotte Gainsbourg,
Mathieu Kassovitz,
Pierre Arditi, Audrey Dana,
Benjamin Lavernhe, Judit
Chemla

Sinopsis: Un joven es acusado de haber violado a una chica. ¿Quién es él y quién es ella? ¿Es él culpable o inocente? ¿Es ella una víctima o simplemente busca venganza como afirma el acusado? Los dos jóvenes protagonistas junto a sus familiares y amigos serán testigos de cómo sus vidas, convicciones y certezas se rompen en pedazos pero… ¿hay una única verdad?
Crítica:
El Acusado juega en la misma liga que Men (Alex Garland, 2022) o El último duelo (Ridley Scott, 2022); es decir, en la de las obras realizadas por hombres sobre los problemas sistémicos del patriarcado. Claramente distanciada de sendas películas, tanto en términos de puesta en escena como del carácter histórico/fantástico, la nueva cinta de Yvan Attal se mueve en los terrenos del drama judicial contemporáneo para poner en el centro del debate la cuestión del consentimiento y, por tanto, se acerca a Garland en su intento de rebatir el «Not all men» y a Scott en el carácter judicial, rashomoniano, y en el propósito (¿fallido?) de enarbolar un «hermana, yo sí te creo».
La cinta se construye a través una imagen de tonos fríos alejados de cualquier emoción que no sea la quirúrgica y un devenir entre la cámara en mano y los planos fijos centrados que parece simular el paso de la posverdad y la agitación del mundo social a la rectitud, la calma y la objetividad de la justicia. Pese a ello, la cinta se abandona a esa agitación, a las verdades subjetivas, y enfrenta las versiones de la víctima y del verdugo.
El también actor busca confrontar esas dos realidades respecto a un mismo hecho que el espectador nunca llegará a ver. Solo a intuir e interpretar. Esta decisión, colocando en el asiento del juez al público, choca de frente, en su indagación por una reflexión matizada e íntegra sobre el tema, con una idea que se pretende rebatir repetidamente: los juicios mediáticos, ya sean en las redes sociales, en los medios de comunicación o en el ámbito privado. Esto queda reforzado por el gran plano secuencia que captura (casi) todo el tercer acto, poniendo al mismo nivel el alegato de la acusación, la (ridícula) intervención de la Fiscalía y el discurso del abogado defensor. Como en El último duelo y en Men, la víctima, la mujer, da igual.
Poco le importan a Pattal Mila, sus sentimientos o sus palabras; apenas tiene cuatro escenas, sin contar los flashbacks rodados en 16mm, y dos de ellas son las declaraciones de la violación, otra es anterior y la última son las horas. La película se centra en el resto: en el acusado, que da título a la película, en su madre y en su padre. De ellos sabemos que son una familia importante (el padre es director de un programa de televisión de máxima audiencia, la madre es una ensayista feminista reconocida y el hijo es un brillante alumno en Stanford), que los padres están divorciados, que él está enamorado de la que fue su jefa cuando él era becario y que la nueva pareja de su padre es una de sus becarias, e incluso, se nos abre una mirilla a la vida sexual de ambos; de ella, solo sabemos que sus padres están divorciados, que su madre es judía ortodoxa y que quiere irse a Nueva York a estudiar cine. No hay personalidad, no hay nada más allá de la víctima. Prueba de ello es la incapacidad de darle un espacio propio a Mila, interrumpiendo sus declaraciones (en un plano medio-contrapicado, fijo) con contraplanos irrelevantes, ya sea del abogado defensor o del policía que tramita la denuncia. Es la negación de ese espacio lo que la sitúa en el polo opuesto de obras como La Asistente (Kitty Green, 2019) o Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Eliza Hittman, 2020), cintas que son todo espacio.
Eso, sumado al hecho de que la madre, Charlotte Gainsbourg, es la esposa del director y ambos son padres del acusado, interpretado por Ben Attal, lleva a una lectura menos literal y más metaficcional e interesante. Estaríamos ante la exploración de los miedos familiares, es decir, de los miedos sociales, pero, sobre todo, la exploración de los miedos de Yvan Attal, como padre, como marido y como hombre, pues, a diferencia del discurso del personaje de Gainsbourg en la que separaba sus facetas de madre y mujer, son uno solo. Uno solo y muchos, pues esta cinta no deja de ser una invitación a la autorreflexión y deconstrución.
La película se desarrolla lejos de esa pretensión de choque de realidades; en su lugar, discurre por un catálogo de situaciones, diálogos y comportamientos que ilustran la realidades de las víctimas y de situaciones, diálogos y comportamientos que usan los acusados para convertirse ellos en víctimas y, con ello, silenciar a las verdaderas víctimas; una idea que, para su desgracia, no deja de entroncar con la naturaleza de la cinta. La cinta, pese a que en muchos momentos otorga razones a la defensa, está lejos de la matización, pues desmiente, de forma muy poco sutil, ciertas zonas llamadas grises en torno al «debate» sobre el consentimiento.
No obstante, hay muchos aciertos en la cinta, desde un increíble pulso narrativo que hacen de sus 130 minutos de metraje, sin perder carga dramática, algo ligero y ágil hasta las actuaciones de sus protagonistas, pasando por lo lejos que llega la propia deconstrucción, mostrando las diferentes formas adopta el privilegio y lo hondo que ha calado en nuestra sociedad; una deconstrucción necesaria, sí, pero que sigue siendo una muestra, otra forma más, de ese privilegio.
El Acusado es una película importante porque interpela al presente explorando un futuro; es una película a medias porque propone falsos debates que ella misma desmiente; es una película que se vuelve más interesante cuando circula entre las contradicciones personales que cuando busca reflexionar sobre la verdad y la justicia; es una película privilegiada; y, sobre todo, es una película se entiende mejor como respuesta calmada, pero reivindicativa, a los movimientos reaccionarios que como película feminista. No obstante, también es una obra con el corazón en el lugar correcto y con razones de sobra para ser una de las mejores obras de la añada francesa alejada de los grandes nombres. Al fin y al cabo, la cinta bien podría resumirse en la pregunta que le hace la nueva pareja le hace al padre del acusado, haciendo que no vuelva a hablar (ni a aparecer) durante el resto de la misma: «¿qué harías si fuese tu hija?» Pues eso, la empatía como revolución.