En Crímenes del futuro, David Cronenberg apostaba por la fluidez (sexual, de órganos, de sociedades) como elemento revolucionario, capaz de generar un movimiento antisistema (“hay belleza en el control”, se repite en No te preocupes, querida) y hacer avanzar a la sociedad (en un sentido, puramente evolutivo, pero también estético; una apuesta que entronca profundamente con los humores sociales del mundo del siglo XXI. Este es un debate contemporáneo. De hecho, palabras como «fluidez» y «líquido» han aparecido con fuerza en los textos desde finales del siglo pasado hasta el punto de parecer indispensables a la hora de definir las sociedades actuales. Y, sin embargo, David Bowie siempre estuvo ahí.
Quizá esa sea la mejor virtud de un documental que no anda corto de aciertos: estrenarse en el momento justo con la narrativa adecuada. David Bowie es representado como un extraterrestre, pero también como alguien adelantado a su tiempo. O la fusión de ambos: como un mesías venido a la tierra para mostrarnos el camino. Ya desde la cita que abre la cinta, de resonancia filosófica y teológica, esta se muestra como un vehículo, confeso, de sacralización del cantante. Del cantante, del actor, del pintor, del artista. De su figura; no de su obra, que queda relegada a un segundo plano. Es tal su compromiso con esa narrativa que cualquier otro momento u obra del artista que no fuesen los de esplendor desaparece del documental —a excepción de aquellos que puedan servir para complementar algunas escenas. Así se echan de menos imágenes, canciones y momentos del David Bowie del siglo XXI, de su último disco, de su muerte… O comentarios y reflexiones de mayor calado sobre su persona, sobre sus relaciones, sobre sus pensamientos políticos, sobre su infancia, sobre aquello que, en definitiva, le hace humano. El David Bowie que retrata Morgen es un hombre solitario, apasionado por su trabajo y en constante cambio; descripción similar a la que hace Baz Luhrmann de El Rey del Rock’n’roll en Elvis.
La adopción de este relato mesiánico tiene mucho más de pop y de convencional que de revolucionario, más de feligrés que de cura. De esta manera, la impresionante estética visual solo sirve como simulacro de aquello representado, pero un simulacro orgulloso de serlo, aceptando su condición iconódula. En ese sentido, no se separa de otras obras, de ficción o no, centradas en los grandes músicos —el propio Brett Morgen ha realizado documentales sobre Kurt Cobain (Kurt Cobain: Montage of Heck) o The Rolling Stones (Crossfire Hurricane)—; sin embargo, pocos de esos documentales se muestran tan entregados al delirio como Moonage Daydream —también pocos documentales tienen la valentía de dejar de lado el didactismo para entregarse al universo puramente sensorial. Por ponerlo de otro modo: pocos biopics y documentales (musicales o no) que esconden narrativas mesiánicas son tan honestos.
La fluidez, que constituyó el epicentro del mundo creativo de Bowie, se convierte de mano de Brett Morgen en un montaje acelerado de imágenes de archivo, sobreimpresiones y juegos de color que no distan mucho de la experiencia estética de una catedral gótica; mística y arrebatadora. Y, al final, es esa experiencia la que marca la diferencia y teletransporta a un lugar muy especial a la cinta, que se convierte, casi automáticamente, en uno de los grandes documentales musicales de la Historia del Cine.
Título original: Moonage Daydream Duración: min País: Estados Unidos Idioma: Inglés Director: Brett Morgen Guion: Brett Morgen Productores: Andrew Murray, Tracy Flannigan, Brett Morgen, Aisha Cohen, Tom Cyrana, Eileen D’Arcy, Kathy Rivkin Daum, Debra Eisenstadt, Bill Gerber, Justus Haerder, Hartwig Masuch, Heather Parry, Michael Rapino, Bill Zysblat, Helen Butcher, Jessica Berman Bogdan Montaje: Brett Morgen
Sinopsis: Odisea cinematográfica a través de la obra creativa y musical de David Bowie. El documental, que saca a la luz imágenes inéditas, ha sido dirigido por Brett Morgen, y ha requerido cinco años de trabajo, con el respaldo y la complicidad de la familia y los colaboradores de Bowie.