Ficha técnica:
Título original:
Smile
Director: Parker Finn
Duración: 115 min
País: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Intérpretes: Sosie Bacon, Jessie
T. Usher, Kyle Gallner, Caitlin
Stasey, Kal Penn, Rob Morgan,
Judy Reyes, Gillian Zinser, Kevin
Keppy, Scot Teller, Nick
Arapoglou, Sara Kapner,
Setty Brosevelt.

Sinopsis: Después de presenciar un incidente extraño y traumático que involucra a un paciente, la Dra. Rose Cotter (Sosie Bacon) comienza a experimentar sucesos aterradores que no puede explicar. A medida que un terror abrumador comienza a apoderarse de su vida, Rose debe enfrentar su inquietante pasado para poder sobrevivir y escapar de su nueva y horrible realidad.
Crítica:
El contagio siempre ha sido una veta de oro para el género de terror, desde la reciente It Follows (David Robert Mitchell, 2014) hasta el vampirismo, por su capacidad para mostrar múltiples formas de corrupción corporal, siempre desde la perdida del control. La enfermedades mentales, por otro lado, también se han asociado con los monstruos que muchas veces protagonizan estas historias, desde el Dr Jekyll y Mr Hyde hasta Norman Bates, hasta el punto de generar un estigma que ha provocado que la salud mental no haya formado parte de la conversación pública hasta hace relativamente poco. Solo era de esperar que una película juntase las dos ideas; esa película ya ha llegado y es una de las sensaciones del año: Smile.
Dirigida por el hasta ahora desconocido Parker Finn, la gran apuesta de terror de Paramount para este año es una anomalía. En primer lugar por la confianza de ese presupuesto (17 millones) a un director novel basándose en un cortometraje, Laura Hasn’t Slept (2020); en segundo lugar, por ser una película que realiza el camino inverso, de cinta de plataformas a gran éxito en salas; y, por último, por su carácter novedoso, de cómo-no-se-ha-hecho-esto-antes.
Eso no quita que los ecos de la dinámica (un monstruo alto que puede adoptar el rostro de cualquier persona y debe «pasar» la enfermedad para librarse de ella) con las reglas de It Follows, como muchos críticos y usuarios ya han comentado, sean muy sonados; sin embargo, y dejando a parte los ecos que ésta tenía con otras películas anteriores, como The Ring, son parecidos superficiales, pues Parker Finn ahonda en capas de oscuridad y de tragedia a las que a David Robert Mitchell no le interesa ir. Cuando el director de Lo que esconde Silver Lake es optimista; la nueva promesa es inexorablemente trágico; cuando el primero ofrece un poético giro final (una cinta sobre el miedo al sexo cuya catarsis es practicar más sexo), el segundo ofrece una mirada de cruel lírica en la ausencia de giros y de momentos catárticos; y, sobre todo, cuando para Mitchell el horror es un vehículo ideal para su discurso, para Finn el terror es el fin último, y eso termina plasmándose en momentos de pequeña disforia entre lo temático y la puesta en escena.
Por un lado, con ese título y esa premisa, bien podría haber discurrido por caminos cínicos y pesadumbristas. Por fortuna, Parker Finn va más allá y ofrece un discurso sobre la importancia de la salud mental y de su tratamiento público. La sonrisa como tapadera que termina por agrietarse y romperse, dejando un caudal de dolor y sufrimiento; y los traumas personales como epicentro de la identidad, y su represión, de la sociedad. Su producción —tras una pandemia global que solo ha hecho que agravar las ya de por sí preocupantes tendencias en cuanto a salud mental y un mundo cada vez más social, con la represión de lo propio que eso conlleva— ha llegado en el momento justo, como en su día The Ring hizo lo propio con el mercado del vídeo; y ahí reside gran parte de su interés, en su capacidad para comentar sobre el presente de una forma ligeramente novedosa. Aunque ese comentario no vaya muy lejos.
Por otro lado, la puesta en escena del terror navega —a veces con torpeza, a veces con precisión— entre los jumpscares y el horror que se mete bajo la piel, entre lo físico y lo psicológico, encontrando un equilibrio no fácil que le permite sacar lo mejor de ambos lados. Tampoco hay que despechar el papel protagonista, interpretado con elegancia por Sosie Bacon, que hace una scream queen particularmente activa, siempre moviéndose y siempre intentando solucionar el problema por todas las vías posibles. No obstante, la mejor decisión de puesta en escena tomada es la de situar al espectador en el medio de la acción, ya sea en medio de una conversación sin mayor importancia o entre la víctima y el monstruo. La cinta está construida en base a primeros planos y miradas a cámara que interpelan al espectador sobre su propia salud mental y sus traumas, haciendo que el miedo tome forma más allá de la pantalla.
Smile es una de las películas de terror de este año. Entretenida, tensa y malrollera, la gran duda que queda al salir de la sala es: ¿cuál será la fecha de caducidad de una cinta tan arraigada en el presente?