Crítica ‘Suro’

Puntuación: 4 de 5.

La pandemia aceleró muchos procesos que ya se estaban gestionando en los años previos. Uno de esos procesos ha sido el cuestionamiento de la vida urbana, por capitalista, y, con ello, una mirada a los pueblos que, en muchos casos, termina en una romantización de la vida rural. Esto se ha trasladado al cine, quizá también por razones industriales, y películas como Alcarràs, As Bestas, Cerdita, El Agua, No nos mataremos con pistolas, Espíritu Sagrado, Libélulas o Chavalas son algunos de los últimos ejemplos de este fenómeno. En este contexto, Mikel Gurrea lanza su opera prima, Suro, la historia de un matrimonio de jóvenes activistas que se muda a la masía heredera de un familiar en medio de la sierra catalana para dedicarse a la tala del corcho.

Así comienza un particular descenso a los infiernos, que bien podría haber resultado en una película de corte reaccionario, una bala que el director donostiarra esquiva con inteligencia para terminar revelándose con una feroz crítica a las diversas máscaras del capitalismo. Es decir, el matrimonio, la clase, el racismo, la explotación laboral, la masculinidad y, sobre todo, supeditación del campo a la ciudad. Todas ellas, cuestiones que tienden a no salir a colación en estos nuevos relatos rurales (salvo el racismo en Alcarràs, la masculinidad en Libélulas y Cerdita o la supeditación del campo a la ciudad en las cintas de Carla Simón y Luc Knowles o en Chavalas) y todas ellas, la que más entra en crisis es la idea de pareja y, desde ese retrato intimista, entra en cuestión el resto del mundo social y político. Tanto Helena como Iván —magníficos ambos, aunque el trabajo de Pol López sorprende por ser más desconocido que Vicky Luengo— terminarán por representar dos formas distintas de romanticismo: por un lado, él buscará recuperar las esencias del campo y adaptarse a él con todas sus consecuencias, mientras que ella buscará adaptar su vida en la ciudad al mundo rural; y de esas diferencias y del choque entre las ideas y la realidad surgirán las tensiones que pondrán a prueba las relaciones humanas.

Suro, que también puede leerse como comentario meta a todo este neorruralismo contemporáneo, es también la más honesta de todas estas cintas. Muchas de esas obras nunca terminan de hacerse desde los propios pueblos, sino que todos pasan por un proceso de adecuación a los gustos estéticos impuestos desde las ciudades (desde ciudades extranjeras en no pocas ocasiones, pues la formación cinéfila resulta crucial): actores no profesionales, naturalismo estético casi documental, cámara digital en mano, etc. Ni siquiera El Agua y Alcarràs —magníficas películas ambas que, en lo temático, sí encuentran esa voz rural— se libran de estas cuestiones. No es que Suro no tenga una iluminación naturalista o que no emplee algunos actores no profesionales. Al contrario, su imagen sigue siendo muy deudora de esa «escuela catalana» de cineastas, aunque mantiene un interés por la historia, más que por el documento, y por el aparato fílmico (¡esas transiciones!) que no es la tendencia. Sin embargo, su equipo creativo, encabezado por su director, nacido en San Sebastián y educado en Barcelona, es urbanita, sus formas son urbanitas y para urbanitas y es la historia de dos urbanitas que se van a vivir al campo; y en ningún momento la película juega a ser otra cosa. Es decir, es consciente que su privilegio es el mismo que el de sus protagonistas y, una vez aceptado como tal, busca explorar las contradicciones de esos personajes, pero que, en última instancia, son las del director y guionista.

Quizá el personaje más importante, pese a todo, sea el burro. En un primer momento, un amigo/empleado de la familia le explica a Helena que deberá comprar otro burro, pues son animales sociales, que no pueden estar aislados. Cuando el matrimonio desoiga este consejo, el burro servirá de símbolo de todo: primero, se pierde y, en última instancia, muere. Los seres humanos, como animales sociales que decía el filósofo, necesitamos al Otro para la supervivencia propia y esto genera una serie de tensiones con el Yo que son el caldo de cultivo de muchas historias. Y es en el análisis de estas tensiones donde Gurrea encuentra que el individualismo (pilar ideológico fundamental para el capitalismo) ha calado tan hondo que muchas veces, incluso cuando uno se tiene sí mismo como anticapitalista, pasa inadvertido, pero que influye desde la sombra. De esta forma, el segundo personaje más importante de la cinta es uno que apenas tiene unas escenas al final: el bebé que espera la pareja. Ese niño se convierte en personificación del futuro y, por tanto, de nuestra capacidad para no abandonar al burro, de establecer relaciones fuertes y de que nos guíe la empatía, es decir, de nuestra capacidad para corregir errores y mejorar la sociedad.

Mikel Gurrea debuta en el largometraje con la misma coherencia y fuerza que en sus cortos. Suro no solo es una de las mejores óperas primas del año (seguimos en la tendencia a que los cineastas noveles debuten en torno a los 40; en este caso, con 37), sino que es una de las mejores películas sobre la relación entre el mundo rural y la ciudad que se han hecho en España y, por ello, una de las mejores películas españolas de este año.


Título original: Suro Duración: 116 min País: España Idioma: Catalán, español Director: Mikel Gurrea Guion: Mikel Gurrea, Francisco Kosterlitz Productores: Xavier Berzosa, Tono Folguera, Clàudia Maluenda, Laura Rubirola Fotografía: Julian Elizalde Montaje: Ariadna Ribas Música: Clara Aguilar Intérpretes: Vicky Luengo, Pol López, Ilyass El Ouahdani

Sinopsis: Helena e Iván se proponen construir una nueva vida en los bosques de alcornoques, pero sus diferentes puntos de vista sobre cómo vivir en la tierra emergen, desafiando su futuro como pareja.


A contracorriente Films

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