Ficha técnica:
Título original:
Aftersun
Director: Charlotte Wells
Duración: 98 min
País: Reino Unido
Idioma: Inglés
Intérpretes: Paul Mescal,
Francesca Corio, Celia
Rowlson-Hall, Kayleig
Coleman, Sally Messham,
Harry Perdios, Ethan Smith

Sinopsis: Sophie reflexiona sobre la alegría compartida y la melancolía privada de unas vacaciones que hizo con su padre 20 años atrás. Los recuerdos reales e imaginarios llenan los espacios entre las imágenes mientras intenta reconciliar al padre que conoció con el hombre que no conoció.
Crítica:
Desde muy temprano en la historia del cine, cineastas y teóricos han percibido la afinidad entre el cine y la memoria. No sólo por la forma presuntamente objetiva en que la imagen cinematográfica —y en este sentido muy heredera de la imagen fotográfica— capta lo real y lo encapsula para la posteridad, sino también porque el montaje, al enlazar fragmentos de imágenes en movimiento en una cadena de sentido, imita la operación de recreación de sentido, a partir de imágenes psíquicas, que la memoria y el sueño realizan en nuestra mente. Esta constatación fue la chispa que prendió el fuego del surrealismo y de otros movimientos vanguardias similares, llevándoles a romper con las representaciones excesivamente naturalistas del primer cine y permitir que este nuevo arte desarrollara un lenguaje que explorara la complejidad de sus potencialidades estéticas. Desde entonces, el cine se encuentra en una eterna tensión entre forma y contenido, formalismo y naturalismo, representación e imagen.
Pero, volviendo a la memoria, la llegada del formato super-8 y su posterior popularización en las décadas de 1960 y 1970 propiciaron un auge de la producción de películas caseras, en las que los propios miembros de la familia grababan la vida familiar. La posterior aparición de las cámaras de vídeo, las cámaras digitales portátiles y los smartphones con cámara intensificó este proceso, en el que el individuo empezó a producir y consumir imágenes de sí mismo con aún más frecuencia. Se ha ido ganando cuerpo un cine en primera persona, que da mayor peso a la subjetividad y a la memoria del individuo, en este caso, del narrador-autor, y que encuentra gran resonancia en el documental, el cine-ensayo y el cine de vanguardia.
Aftersun no sólo es uno de los muchos ecos de esta tendencia, sino también uno de sus mejores representantes en los últimos años. Charlotte Wells invita al espectador a participar en un ejercicio de autofabulación: a partir de imágenes grabadas veinte años antes por una cámara miniDV, Sophie Paterson (alter-ego de Wells) revive las vacaciones de verano en Turquía con su padre divorciado. En su narrativa, la película encuentra un interesante término medio entre la claridad y la fragmentación. Los huecos entre un fragmento y otro de los vídeos de la época se rellenan con los recuerdos, que a menudo podemos considerar igual de fragmentarios e imprecisos. La hermosa sutura que supone el montaje de Blair McClendon confiere a las imágenes una clara lógica interna al conjunto, en consonancia con la sencillez, quizá objetividad, de la narración, pero la película nunca deja de ser una experiencia en la que se anima al espectador a adoptar una posición activa en la construcción de su significado.
A pesar de su tono de coming of age, se trata de una película profundamente anclada en el pasado, cargada de la melancolía que produce enfocarse en lo que ha quedado atrás y nunca volverá a ser. Hay mucho poco espacio para el futuro, de hecho casi no hay interés narrativo a la vida de la Sophie adulta. Como sugiere el título de la peli, el esfuerzo está concentrado en el intento (en sentido figurado) de un dispositivo capaz de mirar al sol después de que éste se haya puesto, comprender a una persona después de su despedida. En este caso, Paul Mescal tiene merecidamente todos los focos puestos en él, pues es sobre su personaje sobre el que gira con mayor atención la meticulosa investigación del protagonista. Es, a partir de la experiencia de una Sophie adulta, que volvemos a las vivencias de la Sophie niña, intentando resignificar esa relación entre hija y padre, y vislumbrar los dramas interiores de un adulto que pasan desapercibidos de niño. Así que Paul, en la piel de Calum, tiene la difícil tarea de evocar en su interpretación lo que no se dice, lo que no es evidente, lo que no se sabe. Es una labor de sutilezas, de un encanto que sólo podía resultar en algo brillante, o en un tremendo fracaso.