Desde muy temprano en la historia del cine, cineastas y teóricos han percibido la afinidad entre el cine y la memoria. No sólo por la forma presuntamente objetiva en que la imagen cinematográfica —y en este sentido muy heredera de la imagen fotográfica— capta lo real y lo encapsula para la posteridad, sino también porque el montaje, al enlazar fragmentos de imágenes en movimiento en una cadena de sentido, imita la operación de recreación de sentido, a partir de imágenes psíquicas, que la memoria y el sueño realizan en nuestra mente. Esta constatación fue la chispa que prendió el fuego del surrealismo y de otros movimientos vanguardias similares, llevándoles a romper con las representaciones excesivamente naturalistas del primer cine y permitir que este nuevo arte desarrollara un lenguaje que explorara la complejidad de sus potencialidades estéticas. Desde entonces, el cine se encuentra en una eterna tensión entre forma y contenido, formalismo y naturalismo, representación e imagen. Continúa leyendo Crítica ‘Aftersun’