Crítica ‘Las ocho montañas’

Puntuación: 3 de 5.

Las ocho montañas no es una película perfecta. Su temática entra dentro de una tendencia moderna, la de la vuelta al campo. Su estructura capitular pueden parecer como si arrancásemos fragmentos del libro homónimo que adapta y se trasladasen a la pantalla. Su fotografía puede pecar de pretenciosa o de falta de narratividad. Su montaje elíptico puede sentirse pobre o su música típica… Las ocho montañas no es una película ni histórica ni perfecta. Ni falta que le hace.

Lo primer es llamar la atención sobre el nuevo lugar común de la crítica cinematográfica: la constatación de «tendencia» de lo que se ha llamado «neorruralismo». Como alguien preguntó alguna vez en un sitio que no recuerdo, ¿por qué el cambio de paisaje se tilda de moda? Si tras una aplastante mayoría de obras de ficción localizadas en las grandes urbes, surgen un puñado de obras que cambian su paisaje y se estudia, no sin condescendencia, como tendencia. ¿Qué dice eso de nosotros, de nuestras inseguridades y nuestros miedos? Y, si así fuese, ¿cuál es el problema de las modas? ¿Cuál es el beneficio de la búsqueda de lo perenne y lo inmanente? En Las ocho montañas podemos escarbar la respuesta.

La película del matrimonio belga Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch cuenta la historia de dos amigos. Uno de ellos, Bruno, nunca ha salido del pueblo en los Alpes italianos donde nació. El otro, Pietro, es de Turín, pero veranea en el pueblo de Bruno. Esta será, por tanto, la historia de una hermosa amistad masculina, pero también el relato de la batalla entre dos visiones del mundo. El título hace referencia a una pregunta filosófica que Pietro escuchó en Nepal: ¿quién aprendió más, aquel que subió las ocho montañas y cruzó los ocho mares, o aquel que subió el monte Sumeru, el centro mismo del universo? En otras palabras, ¿quién aprendió más, aquel que fue curioso y probó mil cosas efímeras o aquel que se mantuvo firme y fiel a una sola durante toda su vida? ¿Aquel que se supo adaptar a las circunstancias o aquel que profundizó en su estilo de vida? El primero es Pietro, nuestro protagonista, el segundo es Bruno.

Bruno es la personificación de una cultura en desaparición, una forma de vida que, si bien en la película está emplazada en las hermosas laderas de los Alpes italianos, se puede localizar en cualquier otro espacio. Sin ir más lejos, Alcarràs articulaba el mismo tema desde los campos de cultivo catalanes. Y, sin ir más lejos, su aproximación, lejos de ser romántica, es problematizadora y es trágica. No solo se cuestionan explícitamente los acercamientos neorrománticos al campo, sino que la visión de Bruno se presenta como una condena más que una salvación. En última instancia, no se trata tanto de la vida rural, que también, sino de una cultura popular —aunque por momentos (la coopertativa, las leyes) se acerque al deseo de una utopía anarcocapitalista—, una cultura donde el individuo, sin importar su clase, genera esa misma cultura (quesos, casas, alcohol, vida social) y no solo la recibe de agentes externos.

No obstante, el verdadero interés de sus directores es de carácter existencial, no sociológico o político. Es acercarse al sentido de la vida desde dos visiones tan opuestas como complementarias. Por tanto, esa estructura capitular y el montaje elíptico están más que justificados: accedemos a algunos momentos, a otros no, de la vida de Pietro y de Bruno. Los cineastas, si bien se identifican más con Pietro y su visión —no en vano, narran desde él, es su historia—, en ningún momento juzgan a Bruno, sino que el alcance de la cinta está el tratamiento profundamente humano de los personajes. Cabe recordar de vez en cuando que todas las guerras culturales no solo agotan papel y tiempo, sino que también tienen bajas humanas, siempre invisibilizadas. Y es eso lo que le interesa a Las ocho montañas, pues no deja de ser la historia, primero, de una amistad m a s c u l i n a, de un puente entre (o)posiciones, y, segundo, de una relación paternofilial, de aprendizaje.

Su fotografía si bien bebe de ciertas modas actuales, como el uso del formato cuadrado o el regreso al celuloide, también lo hace de la pintura decimonónica, en concreto de los paisajistas románticos. Ya sea en su visión más optimista, que puede recordar a la obra del pintor de origen belga, Carlos de Haes, y al Caspar David Friedrich de El Watzmann o El amanecer, en su faceta más fatalista y sociológica al Caspar David Friedrich de El mar de hielo, o en su faceta más existencial al Caspar David Friedrich de El caminante sobre el mar de nubes —pintura con la que comparte temática— o El monje frente al mar. La omnipresencia de la montaña como forma simbólica, con particular interés en su relación con la casa de verano que construyen Bruno y Pietro, es la constatación de un motivo visual interesante, pero que no llega a explorarse demasiado, solo algunas estampas sueltas, donde, ahí sí, las imágenes adquieren un talante expresivo significativo.

Las ocho montañas es una inteligente película que es más interesante leerla desde las formas textuales y el desarrollo temático que desde las visuales; sin embargo, cuando estas últimas alcanzan su plenitud expresiva, cercana al pictoricismo, la trágica y neorromántica epopeya existencial alcanza lo sublime.


Título original: Le otto montagne Duración: 147 min País: Italia, Bélgica, Francia, Reino Unido Idioma: Italiano, inglés, nepalí Dirección: Felix Van Groeningen, Charlotte Vandermeersch Guion: Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, basado en la novela ‘Las ocho montañas’ de Paolo Cognetti Productores: Hans Everaert, Lorenzo Gangarossa, Mario Gianani, Louis Tisné, Olivia Sleiter Fotografía: Ruben Impens Montaje: Nico Leunen Música: Daniel Norgren Intérpretes: Luca Marinelli, Alessandro Borghi, Lupo Barbiero, Cristiano Sassella, Elisabetta Mazzullo, Andrea Palma, Surakshya Panta, Elena Lietti, Filippo Timi.

Sinopsis: Pietro es un chico de ciudad. Todos los años pasa el verano con su familia en el pueblo de Bruno, el último niño de una localidad de montaña olvidada. Con el paso de los años, Bruno se mantiene fiel a su montaña, mientras que Pietro viene y va. Sus experiencias les harán enfrentarse al amor y a la pérdida. Y con el paso de los años, Pietro y Bruno descubrirán lo que significa ser amigos para toda la vida.


Avalon

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