Crítica ‘Que nadie duerma’

Puntuación: 3 de 5.

Quizá sea por la proximidad temporal —aunque hace ya casi una década de su estreno— con Birdman de Alejandro G. Iñarritu, pero la adaptación a la gran pantalla de Que nadie duerma, novela homónima de Juan José Millás, ha rebajado bastante el nivel de fantasía que inundaba las (últimas) páginas de un libro que se sabía libre de los grilletes de la verosimilitud y, con ello, lograba volar muy lejos. En cierto modo, se puede decir que Antonio Méndez Sparza y Clara Roquet han domesticado a la bestia, pero, al mismo tiempo, la han convertido en un dispositivo mucho más sutil, quizá no tan profundo, pero con una capacidad de sugerencia incontestable.

Ya no hay mujeres y hombres pájaro. Pero sus fantasmas se dejan ver en cada uno de los fotogramas de la película. Al fin y al cabo, esta es una película en la que los rastros del material de origen son tan fuertes, es tan deudora de ellos, que es hasta cierto punto imposible hablar de ella sin compararla con la novela —y, por tanto, ideal para aquellos aspirantes a literatos que esgrimen el «el libro era mejor» como quien ordena compulsivamente las estanterías—. La fidelidad que imprimen Méndez Sparza y Roquet no añade sino leña al fuego y liga eternamente a ambas obras. Y esa es, a la vez, su mayor virtud y su mayor defecto.

Que nadie duerma no solo es una adaptación fiel o canónica, sino que es un grandísimo ejemplo de lo que traducción audiovisual debería ser. Leal al espíritu del material, entendida de las particularidades de cada medio y estableciendo puentes y diálogos entre ambas artes. Así evitan una voz que off que muestre el mundo interior de Lucía y éste queda sugerido, oculto en las imágenes; o, de la misma forma, ciertas ideas (los pájaros, Turandot, Pekín) quedan apuntadas, dejando vía libre al espectador que quiera rescatarlas. No obstante, el hecho de que (casi) todos los grandes aciertos sean deudores del libro y la dificultad para pensar la obra si cortamos el cordón umbilical revelan una obra esclavizada, que no logra volar en ningún momento con entidad propia. Solo parece librarse su actriz protagonista.

En el centro de la película está Malena Alterio. Una decisión de casting que, como la de Paco León en No mires a los ojos de Felix Viscarret, tiene una importancia fundamental a la hora de que la película funcione; no solo porque, sin su interpretación, todo el dispositivo tonal y subtextual de la película se vendría abajo, sino porque sus trabajos anteriores (La que se avecina, Vergüenza) y su imagen pública hacen que el espectador se muestre, a priori, a favor de su personaje, logrando así que entren en Lucía y en la historia y dando mucho más sentido al bizarrismo de la propuesta. A pesar de esto, no hay que hacer de menos el trabajo de la actriz, pues su actuación, entre el patetismo de la comedia y la hondura sutil y gestual del drama psicológico, eleva una película construida en torno a ella. Es Alterio y no la puesta en escena semidocumental y en celuloide de Méndez Esparza, ni el guión del realizador junto a Roquet, ni siquiera los ineludibles fantasmas de Millás. Es Malena Alterio, protagonista absoluta de todos y cada uno de los planos, la que insufla humanidad, empatía y ambigüedad a este personaje tan desquiciado, que tenía tantas papeletas de ser malentendido.

Alterio carga el peso de la película a través de una inversión de un personaje tradicionalmente masculino (Travis Bickle, los psicópatas de Joaquin Phoenix, el Nicolas Cage de Al límite o el Ryan Gosling de Drive resuenan con facilidad en los ojos del espectador); y lo hace con ligereza y gracia. Es gracias a los ojos de Alterio, a su sonrisa tímida que se va haciendo más segura, que entramos en un mundo de precariedad y soledad, de alienación, en un desdoblamiento de una realidad en la que ya no estamos seguros qué es ficción y qué no. Méndez Esparza y Roquet hilan las referencias y conducen los temas con inteligencia, desplegándolos como Lucía despliega sus alas de Mujer Pájaro, hasta llegar a un tramo final donde los cineastas arriesgan todo. Como ocurría con la premisa inicial de las película de Viscarret (un hombre se esconde en el armario y acaba en la habitación de un matrimonio donde acaba quedándose a vivir, oculto tras las paredes del mueble), el final de Que nadie duerma se erige desde un compromiso con la realidad liviano, desde un pacto con el fantástico más cotidiano, sujeto exclusivamente por el tono de comedia negra desquiciada; y, si bien los guionistas rebajan los decibelios respecto a la novela, el riesgo sigue ahí y el resultado es admirable.

El universo literario de Juan José Millás es, como sabe quien haya tenido a bien acercarse a cualquiera de sus exponentes, particularísimo; y, además de particularísimo, un universo complejo en su traslacción a imágenes (por su carácter esencialmente reflexivo) y a cine (por jugar en un estrato más alejado de la realidad de lo que suelen demandar la cámara y el espectador). Por eso, solo queda alegrarnos por esta suerte de ‘Millásverso’ que, junto con la mencionada No mires a los ojos, parece que empieza a despegar: ojalá más entregas, pues, fieles a la pluma o solo a su espíritu, pueden provocar un pequeño terremoto —no muy grande, tampoco es necesario el ruido— en el panorama del cine español, socavando los cimientos del realismo y el drama sobre los que se ha construido históricamente la estética de prestigio en nuestro país. Y, en lo respectivo a Que nadie duerma, estamos ante una de las más agradables y reivindicables sorpresas del año.


Título original: Que nadie duerma Duración: min País: España, Rumanía Idioma: Español Dirección: Antonio Méndez Esparaza Guion: Antonio Méndez Esparaza y Clara Roquet, sobre la novela ‘Que nadie duerma’ de Juan José Millás Productores: Amadeo Hernández Bueno, Pedro Hérnandez Santos, Migue Morales, Vlad Radulescu, José María Morales, María Beltrán, Mari Paz Garcés, Andrea Moya Acaso, Carmen Rizac Fotografía: Barbu Balasoiu Montaje: Marta Velasco Música: Zeltia Montes Intérpretes: Malena Alterio, Aitana Sánchez-Gijón, Manuel de Blas, Rodrigo Posión, José Luis Torrijo, Iñigo de la Iglesia

Sinopsis: Lucía pierde su empleo como programadora informática y decide dar un giro en su vida: convertirse en taxista. Al volante de su taxi, recorriendo las calles de Madrid, esperará pacientemente la ocasión de llevar en él a su vecino desaparecido, del que se ha enamorado.


Wanda Films

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