Crítica ‘La edad dorada – Temporada 1’

Puntuación: 4 de 5.

La primera temporada de La Edad Dorada arranca con la gran misión, que también es una carga, de repetir en Estados Unidos el éxito que la anterior serie de Julian Fellowes, Downton Abbey, tuvo no solo en Reino Unido, sino en todo el mundo. Fenómeno cultural mundial desde su primera temporada, pese a ser planteada como miniserie, la producción de la cadena de televisión británica ITV fue alargada por cinco temporadas más, así como dos continuaciones de la trama en formato cinematográfico -la segunda de las cuales se estrenará a finales de este mes. Alcanzó nuevos récords de audiencia y de premios, como ninguna otra producción televisiva británica había logrado jamás. Tales hechos atrajeron la atención de los productores estadounidenses hacia el guionista y showrunner, que ya había sido premiado con un Oscar por el guión de Gosford Park, y la impresión es que todos quieren sacar tajada.

El origen de la narrativa está en la posibilidad de una precuela centrada en el germen de la relación entre el conde y la condesa de Grantham, los protagonistas de Downton Abbey, una alianza matrimonial entre una familia aristocrática inglesa en bancarrota y unos millonarios estadounidenses sin una gota de sangre noble en sus venas. Cuando esta información salió a la luz, en 2012, aún no se había definido si sería una serie o incluso un libro. La idea se fue cocinando poco a poco, con la garantía de que Fellowes no comenzaría la producción de una nueva obra mientras estuviera involucrado en otra. 

En 2018, tras la conclusión de la narrativa televisiva de Downton, la producción de La Edad Dorada fue confirmada por la cadena de televisión estadounidense NBC, con una propuesta que ya superaba el papel de precuela de una gran serie. La grandiosidad que exigía la producción hizo que se trasladara a los canales de cable, que pueden gastar presupuestos más virtuosos, en este caso HBO, en 2019. La serie aún se enfrentaría a un nuevo aplazamiento, ya que el rodaje se detuvo por la pandemia a principios de 2020. El rodaje se restableció en 2021 y se estrenó finalmente el 24 de enero de 2022, casi 10 años después de las primeras noticias sobre la serie.

La transición de la NBC a la HBO está realmente justificada visualmente en la serie. Los decorados son grandiosos, con mansiones laberínticas ricamente decoradas con todo el refinamiento que cabría esperar de las familias más ricas del mundo de la época, pero también con una ambiciosa ambientación exterior que reproduce algunas manzanas de la 5ª Avenida de Nueva York, tal y como debían ser en la década de 1880. Entre los trajes, hay reproducciones fieles a la época realizadas por los principales museos estadounidenses en el vestuario de los personajes relacionados con las familias tradicionales de la ciudad, así como decenas de trajes confeccionados para la señora Russell, un personaje que representa a los nuevos ricos de la ciudad, donde se buscó la libertad creativa para utilizar diseños anacrónicos. Aun así, se puede tener la impresión de que la serie resultó ser demasiado grande incluso para una cadena con el nivel de exigencia de HBO, ya que la serie depende mucho más de las reconstrucciones digitales que su homóloga británica y sigue sin presentar un nivel de preciosismo visual como el de Juego de Tronos y otras grandes producciones de la cadena.

Otro aspecto grandilocuente de la serie tiene que ver con el reparto y la cantidad de personajes y sus tramas y subtramas. Además de explorar la dinámica habitual de los Upstairs (jefes) y los Downstairs (empleados), aquí se añade otro elemento aún más definitivo en la dinámica social: Old Money y New Money. Los primeros serían las familias que se han asentado en la ciudad de Nueva York desde la época de los colonos holandeses e ingleses, que aprecian la riqueza pero aún más la tradición; los segundos serían las familias de los nuevos ricos, que hicieron grandes patrimonios muy rápidamente por la desenfrenada especulación capitalista de la época, pero son considerados sin gusto ni educación adecuada por los primeros. De este modo, se produce una división muy marcada entre los personajes que pertenecen a los de upstairs, que acaba repercutiendo consecuentemente a sus respectivos empleados.

Hay un cierto afán por presentar los conflictos de todos los personajes de la serie -unos treinta-, lo que acaba perjudicando el ritmo general a nivel de temporada. Algunas tramas, que desaparecen durante episodios consecutivos, reaparecen de repente por pocos minutos para volver a las sombras de la intrascendencia poco después. A pesar de estas inestabilidades narrativas, Fellowes consigue construir unos personajes interesantes y carismáticos que te retienen en frente a la pantalla episodio tras episodio. Además, la presencia de grandes nombres del mundo del espectáculo de Broadway y del drama televisivo es una gran ayuda en esta tarea.

Por un lado, tenemos a las estupendas Christine Baranski y Cynthia Nixon interpretando a las hermanas Agnes y Ada, parte de una familia tradicional de la ciudad, que ven cómo sus vidas cambian cuando los Russell, una nueva familia rica, construyen un enorme palacio en estilo neoclásico justo delante de su puerta. Bertha y George Russell, interpretados por la siempre excelente Carrie Coon y Morgan Spector, son dos auténticos tiburones que están dispuestos a romper todo lo que encuentran en su camino para ser aceptados en la alta sociedad neoyorquina. Entre estos dos mundos, está la joven recién llegada del campo, Marian Brook (interpretada por la más joven del clan Gummer-Streep), sin dinero ni padres. Vive bajo la protección de sus tías Agnes y Ada, pero sin someterse a la rigidez de las normas sociales que se le imponen. Marian encuentra en Peggy Scott, una joven afroamericana que se convierte en secretaria de su tía al mismo tiempo que aspira a una carrera literaria, una valiosa aliada ante los peligros que puede sufrir una joven soltera al moverse tan cerca del límite de las convenciones sociales.

La dupla encarna dos arquetipos clásicos de la narrativa melodramática: la joven ingenua capaz de desafiar cualquier cosa por amor y la joven ambiciosa que busca a través del trabajo superar un pasado oculto y las propias limitaciones sociales que se le imponen. No tardamos en darnos cuenta de que no son los únicos y que la serie recupera muchos de los temas y arquetipos melodramáticos de la ficción de finales del siglo XIX, lo que hace que se empareje, como heredera de esta tradición, junto al cine clásico de Hollywood y el folletín televisivo o la telenovela. De esta forma, entronca más profundamente con el universo Downton Abbey y otras producciones de Fellowes, estableciéndolo como una marca autoral propia.

Pero si en la contraparte británica encontramos una familia aristocrática que lucha contra la decadencia de su modo de vida, aquí vemos mucho más una celebración de la modernidad, de los cambios de paradigma y de la movilidad social. A diferencia de la sociedad británica, altamente estamental incluso a principios del siglo XX, en la sociedad estadounidense las ideas del hombre hecho a sí mismo y de Estados Unidos como tierra de oportunidades ya están arraigadas en el imaginario popular a finales del siglo XIX. Ricos y pobres celebran juntos en las calles el gran acontecimiento que supuso la instalación de la primera red de iluminación eléctrica por parte de Thomas Edison, e incluso entre los empleados de Russell y Brook existe la idea de que algún día podrán asistir a los mismos bailes y círculos sociales que sus empleadores.

Aquí es donde entra la clásica contradicción que acompaña al melodrama, cuanto más utópica e idealizada es la representación de un discurso ideológico, más evidentes son sus defectos. La dificultad con la que se encuentran los Russell para ser aceptados por la sociedad, la cuerda floja en la que vive Marian entre lo que la sociedad espera y su deseo, y los prejuicios a los que se enfrenta Peggy, a pesar de su talento, su educación e incluso una situación económica muy holgada por parte de su familia, ponen constantemente en jaque la promesa de que todo el mundo puede disfrutar de las infinitas oportunidades y la floreciente prosperidad americana.

Es en esta contradicción, la polarización entre el Old Money y el New Money, y la excelente apropiación del ethos melodramático, donde La Edad Dorada brilla a su manera. A pesar de que se emitió un lunes, un día en el que la audiencia suele ser menor, la serie consiguió duplicar la audiencia del estreno a lo largo de los nueve episodios. Y ahora, con la confirmación de la producción de una segunda temporada, sólo podemos mantener la esperanza de que, en lo que venga, encontraremos una narrativa aún más madura y cautivadora.

Título original: The Gilded Age Duración: 9 eps x 55 min País: Estados Unidos, Reino Unido Idioma: Inglés Guion: Julian Fellowes (creador), Sonja Warfield; spin off de ‘Dowton Abbey’ de Julian Fellowees Productores: David Crockett, Gareth Neame, Erica Armstrong Dunbar, Michael Engler, Julian Fellowes, Salli Richardson-Whitfield, Bob Greenblat, Holly S. Rymon, Claire Shaneley, Luke Harlan Dirección: Michael Engler, Salli Richardson, Deborah Kampmeier Fotografía: Manuel Billeter, Vanja Cernjul, Lula Carvalho Montaje: William Henry, Malcom Jamieson, Colleen Sharp Música: Harry Gregson-Williams, Rupert Gregson Williams Intérpretes: Christine Baranski, Carrie Coon, Cynthia Nixon, Morgan Spector, John Douglas Thompson, Ben Ahlers, Denée Benton, Michael Cerveris, Linda Emond, Taissa Farmiga, Katie Finneran, Amy Forsyth

Sinopsis: Acompañada por Peggy Scott, una aspirante a escritora que busca un nuevo comienzo, Marian se ve envuelta de forma inesperada en una guerra social entre una de sus tías, hija de la vieja riqueza, y sus vecinos tremendamente ricos, un magnate ferroviario despiadado y su ambiciosa esposa, George y Bertha Russell. Expuesta a un mundo al borde de la Edad moderna, ¿Marian seguirá las reglas ya establecidas por la sociedad o forjará su propio camino?


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