Ficha técnica:
Título original:
Downton Abbey: A new era
Director: Simon Curtis
Duración: 120 min
País: Reino Unido
Idioma: Inglés
Intérpretes: Hugh Bonneville,
Michell Dockery, Maggie
Smith, Imelda Staunton,
Dominic West, Hugh Dancy,
Laura Haddock, Nathalie
Baye Tuppence Middleton

Sinopsis: Los Crawley y sus sirvientes vuelven a la gran pantalla para una nueva aventura: la Condessa Viuda ha heredado una misteriosa villa en el sur de Francia y un equipo de rodaje de cine viene a Downton Abbey para rodar una película con grandes estrellas del cine mudo.
Crítica
En la introducción de mi reseña de La Edad Dorada hablo brevemente de cómo Downton Abbey es una de las producciones culturales multiplataforma más rentables del Reino Unido y un marco cultural a nivel global. Después de ser ese éxito absoluto en su versión televisiva y en su primera película, la saga de los Crawley recibió un nuevo capítulo donde, según anuncia su título, comienza una nueva era. En este sentido, la narrativa de Downton Abbey: Una Nueva Era se ocupa de cerrar buena parte de los arcos dramáticos anteriores de sus personajes, aunque muchas de las resoluciones no sean tan revolucionarias como sugiere el subtitulo.
La acción propiamente dicha comienza cuando la familia recibe la noticia de que la Condesa Viuda (Maggie Smith) ha heredado una finca en el sur de Francia de un misterioso admirador fallecido, en contra de los deseos de su resentida esposa. Al mismo tiempo, los administradores de la finca inglesa reciben una oferta irrechazable para alquilar la mansión como escenario de una producción cinematográfica. El desarrollo paralelo de estos dos arcos narrativos definitivamente hace que la película sea más dinámica, yendo y viniendo entre estos dos hilos dramáticos, a la vez que deja espacio para que cada uno de los personajes del extenso reparto desempeñe un papel dentro de la estructura narrativa más ajustada que exige el formato de ciento veinte minutos.
En el clímax de la primera película, estaba claro que había llegado el momento de la despedida del personaje de Smith, donde ella misma anunciaba a su nieta, Mary (Michelle Dockery), que se estaba muriendo y la confirmaba como su sucesora como matriarca de la familia y guardiana de las tradiciones de Downton. Aquí el personaje recibe un protagonismo como nunca antes, en una nueva oportunidad para despedirse por todo lo alto y pasar el testigo oficialmente a las siguientes generaciones de la familia. Aunque la participación de la actriz de ochenta y siete años se vea reducida por motivos de sanidad debido a la pandemia de coronavirus, ella está presente en cada plano, como un éter que contamina la atmósfera y se niega a desaparecer. Es casi como si Maggie Smith fuera el propio cine con todo su encanto.
De hecho, la actriz es una de las figuras más emblemáticas del cine británico; y que estemos ante una película-tributo metanarrativo a su persona y a su personaje es algo muy bonito. Ambientada en la transición del cine mudo al sonoro —que muchos consideraban a la época como la muerte del cine—, la narrativa utiliza los contratiempos de una producción cinematográfica y los cambios técnicos y estilísticos que se vivían para sacar humor, muy al estilo de producciones cómo Cantando Bajo la Lluvia y El Artista. Del emparejamiento de esas dos tramas —la muerte de la Condesa Viuda y el fin del cine mudo— que realiza Fellowes, se construye un sentido mayor, alegórico, que demuestra que el cambio y la muerte no son un punto final, celebrándolos como un paso necesario para el nacimiento de una nueva era.
Es precisamente en este jolgorio donde encontramos, como en La Edad Dorada, la contradicción de su discurso. A lo largo de la película son muchas las pistas que llevan a creer, junto a los personajes, que la Condesa Viuda ha sido amante del noble francés de quien ha heredado la finca y que el señor de Downton Abbey es fruto de la relación; y, por lo tanto, un heredero ilegítimo medio francés. Esta trama tendría la potencia para explotar las bases de los códigos morales y sociales que sustentan y justifican la nobleza inglesa de una manera irreversible y que superaría a la trama del extranjero muerto en la habitación de Mary, la trama del embarazo fruto de una relación con un hombre casado de Edith o mismo el matrimonio entre Sybil y un chófer nacionalista irlandés y comunista.
Pero, como pasó con todas estas tramas que hicieron peligrar la inmaculada reputación de los Crawley, la angustia y histeria generadas por esta fueron puestas abajo con la declaración por parte de la condesa en su lecho de muerte que no ha cedido a las envestidas del marqués francés y que Robert es realmente un Crawley y heredero legítimo de Downton. Este viraje demuestra cuán frágiles y estancas son las ideas conservadoras, pero, al mismo tiempo, lo resistentes que son como estructura de manutención para las clases dominantes. Fellowes no lo hace con un sentido de crítica, ya que el mismo es aristócrata y parte del partido conservador en el Parlamento Británico, pero las grietas en su discurso revelan mucho más de lo que uno puede creer: revelan las contradicciones que sostienen su clase en el status quo.