Ficha técnica:
Título original: Doctor Strange
and the Multiverse of madness
Director: Sam Raimi
Duración: 126 min
País: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Intérpretes: Benedict
Cumbertbatch, Elizabeth Olsen,
Xochitl Gomez, Chiwetel Ejiofor,
Rachel McAdams, Benedict
Wong, Michael Stuhlbarg, Sheila
Atim, Adam Hugill, Ako
Mitchell, Momo Yeung

Sinopsis: Doctor Strange, quien, con la ayuda de tanto antiguos como nuevos aliados místicos, recorre las complejas y peligrosas realidades alternativas del multiverso para enfrentarse a un nuevo y misterioso adversario.
Crítica
En Bruja Escarlata y Visión, se exploraba el trauma de Wanda Maximoff tras la pérdida de su pasado (su hermano Pietro) y de su futuro (su marido Visión). La única posibilidad de continuación era, por tanto, la exploración del (los) presente(s) y es ahí donde entra el concepto del Multiverso con la misma naturalidad que en las franquicias arácnidas, en la serie de Loki o el cómic de Crisis en tierras infinitas; un concepto fundamentado en la crisis de personalidad, pues esconde una exploración del yo. No obstante, será en el cambio de protagonista, de Wanda a Dr Strange, donde se traiciona el espíritu de la serie y a Wanda.
Doctor Strange en el multiverso de la locura es una película, desde su título, sobre la maternidad. Resulta bastante obvio que el conflicto central reside en la voluntad de Wanda de tener hijos a toda costa. El gran problema viene del punto de vista con el que se afronta el tema: el masculino. No es difícil ver en la Wanda apocalíptica —interpretada por una magnífica Elizabeth Olsen— una representación extrema de «la histeria femenina» que tan presente, gracias a los grupos conservadores, ha estado estas últimas semanas a raíz del cuestionamiento del derecho al aborto en EEUU y del nuevo borrador promovido por el Ministerio de Igualdad español. Las formas de terror con las que Sam Raimi y Michael Waldron abordan la cinta, expresionistas por naturaleza, inciden profundamente en los temas que abordan hasta convertirse en la representación de miedos, colectivos o individuales. En otras palabras, no explora, como sí lo hacía la miniserie de Disney Plus, los miedos e inseguridades de Wanda respecto a la familia; en cambio, sí aborda el temor masculino, fruto de la incomprensión, a la maternidad. Pese a todo, hay comprensión hacia los sentimientos de Wanda por parte de Stephen Strange y la (auto)crítica realizada por el hechicero a las masculinidades que son incapaces de aceptar su vulnerabilidad (que el clímax sean unas palabras y no una acción o un puñetazo incide en esto con particular elegancia) y sus miedos sigue teniendo validez, poniendo sendas notas discordantes en una sinfonía de trasfondo patriarcal.
Además, esa posición traumática en la que se encuentra Wanda —sin pasado, sin (aparente) futuro— bien se puede aplicar también al propio Universo Cinematográfico Marvel. Son esta cinta y el Multiverso introducido en entregas anteriores (Loki, What if…, Spider-Man: No Way Home) los encargados de reiniciar y desatascar la situación en la que se encuentra la franquicia tras Vengadores: Endgame, un cierre perfecto a una saga memorable. Desde 2019, el Universo Marvel ha navegado sin un (aparente) rumbo fijo —entre nuevas presentaciones y viejas despedidas, entre salas y plataformas— con una crisis de personalidad muy marcada, mientras intenta resurgir de las cenizas generadas por Thanos. En el horizonte, poco a poco, el futuro comienza a coger forma y nombre: Jóvenes Vengadores.
Un futuro y un Multiverso que, esperamos, esté marcado por la diversidad. No solo en la representación (el pin que lleva América Chavez debe ser algo más que un pin), sino también en la propia concepción de las ficciones. En esa línea, Doctor Strange en el multiverso de la locura sienta un buen precedente. Si bien es cierto que todas las películas y series tienen algo de sus directores, siendo los casos más sonados Taika Waititi y James Gunn, pero también Ryan Coogler, Kenneth Brannagh o los hermanos Russo, el UCM sufre una estandarización de las formas y del lenguaje. Esta idea —tan criticada por algunos sectores que se ha convertido en uno de los lugares comunes que tan poco gustan a la crítica—, no es en sí misma negativa, sino natural a la narración seriada. En el fondo, el UCM debe concebirse como una serie cuyo showrruner, y El Autor, es el omnipresente Kevin Feige; sin embargo, para una buena salud (propia) es imperativo que, una vez construido un tronco sólido, éste se ramifique. Esto pasa por una diversificación de los géneros, de los tonos, de los personajes, de las formas, de lenguajes,… pues, de lo contrario, corre el riesgo de estancarse. Al fin y al cabo, toda aventura multiversal sirve para favorecer la variedad y la libertad o para reforzar, a través del enfrentamiento con uno mismo, la línea editorial principal —en otras palabras, definir personalidad(es). Estamos cruzando una puerta. Veremos si de entrada o de salida. Y, en función de los siguientes pasos que dé franquicia, la segunda entrega de Dr Strange, y la labor de Sam Raimi, ganará o perderá valor.
Es decir, Sam Raimi, quién ya se encargó de revitalizar y dar el impulso inicial al cine de superhéroes actual con su trilogía arácnida, volvería a ser quién renueve el Universo Marvel. Y lo hace gracias a su particular forma de entender el terror, el humor y la puesta en escena. Los continuos planos aberrantes, el montaje, el uso de la cámara, cameos, referencias, el gore y los monstruos explotan en la segunda parte, tras una primera más procedimental —salpicada por un par de montajes que se dejan entrever en los trailers. Una delicia visual que, sumado al carácter vocacionalmente pulp, logra equilibrar el fiasco temático y entregar una película entretenida y muy disfrutable.