Crítica ‘La edad dorada – Temporada 2’

Puntuación: 4 de 5.

En su segunda temporada, el melodrama costumbrista en formato seriado del momento de HBO, La Edad Dorada, parece haber finalmente alcanzado su propia era de oro. Tras una primera temporada en la tímida franja de las noches de lunes, la serie ha sido ascendida a la prestigiosa noche del domingo, reservada por la cadena para sus dramas de más éxito como Succession y La Casa del Dragón. Los efectos de tal cambio son pronto visibles en su creciente magnitud de producción. La impresión de que las ambiciones narrativas sobrepasaban el presupuesto se ha quedado en la primera temporada, presentando en su segunda temporada una riqueza visual aún más pujante.

Pero todo el desborde de los decorados y vestuarios no es un fenómeno independiente, si no que está acompañado por una potenciación dramática de los arquetipos, conflictos y contradicciones establecidos en la temporada anterior. Los nuevos ricos, Bertha y George Russell, continúan su campaña para establecerse como la vanguardia de la élite neoyorquina, con un nuevo escenario para sus batallas: con la construcción de un nuevo teatro de ópera para la ciudad de Nueva York, el bando de los New Money se esfuerza por conseguir que su Metropolitan Opera supere en todos los aspectos a la Music Academy, donde el bando de los Old Money se han atrincherado durante décadas con un sistema estamental impidiendo que nuevas caras se unieran a sus filas. Teniendo los preparativos para la gala de apertura de la temporada de espectáculos de las dos casas, y la noche más importante del calendario de actividades sociales de la élite de la ciudad, hay una escalada en los enfrentamientos entre los dos bandos, llevando a trucos y timos cada vez más arriesgados y con efectos y consecuencias más costosos a todos los envolvidos. Al final de la noche, los que intentan poner un pié en cada balsa se ven obligados a elegir, y nadie quiere estar al lado del bando perdedor.

Sin embargo, no todo son bailes, cenas y galas en la narrativa conducida a dos manos entre Julian Fellowes y Sonja Warfield. Si en la temporada anterior la lucha de clases y las contradicciones de la utopía norteamericana de movilidad social irrestricta y prosperidad sin fin para todos apenas aparecían cuando emanaban del subtexto, aquí, pasan a componer el centro del conflicto de determinadas tramas, con un abordaje más frontal de las desigualdades sociales y raciales. La idealización de la edad dorada americana se va desmoronando conforme George Russell se enfrenta a sus empleados sindicalizados que le amenazan con una huelga por derechos laborales básicos, o cuando Peggy Scott viaja, por encargo del periódico, a los estados del sur a visitar una universidad para negros, y se encuentra cara a cara con el Ku Klux Klan. En este cambio se demuestra una maduración del show y la conciencia de que los escritores tienen de como mejor aprovechar las potencialidades discursivas del género para sacar a su espectador de la zona de comfort, sin necesitar un giro que los aleje demasiado de la identidad que construyeron previamente.

De igual manera, lo que antes se sentían como inestabilidades de ritmo y una rara arquitectura narrativa, en esta nueva temporada resulta apropiado como un recurso de estilo que torna la serie única. En una era de saturación del lenguaje seriado narrativo y de series que se sienten cómo una película alargada y compartimentada, La Edad Dorada destaca por abrazar la fragmentación de su narrativa en un estilo más tradicional, casi procedimental, con arcos que se cierran dentro del mismo episodio y conflictos que desestabilizan las dinámicas de los personajes apenas para restaurarlas; y reconfigurarlas. Es inimaginable a día de hoy, dentro del modelo de drama “serio” que ha construido HBO como marca de la cadena, que una serie dedique preciosos minutos durante un puñado de episodios a la trama de un reloj con alarma roto y los intentos de un personaje marginal de arreglarlo. Pero es precisamente este tipo de dispositivo narrativo el que ha cautivado al público de la serie, y el que les hace vibrar tan intensamente cuando se logra arreglarlo. Por lo tanto, la segunda temporada de la serie la establece como un punto de alivio muy singular en el panorama del drama serial contemporáneo, proporcionando fuertes emociones y escenas apoteósicas desde la simplicidad, asegurando un grupo de fans apasionados que seguirá a la trama en su futura tercera temporada.


Título original: The Gilded Age – Season 2 Duración: 8 eps x 60 min País: Estados Unidos Idioma: Inglés Creador: Julian Fellowes Guion: Julian Fellowes, Sonja Warfield Dirección: Michel Enger, Deborah Kampmeier, Crystle Roberson Productores: Holly S. Rymon, Claire Shanley, Luke Harlan, David Crockett, Michael Engler, Julian Fellowes, Gareth Neame, Salli Richardson-Whitfield, Bob Greenblatt, Erica Armstrong Dunbar, Sonja Warfield Fotografía: Manuel Billeter, Lula Carvalho Montaje: Malcom Jamieson, Shelby Siegel, Beth Morgan Música: Harry Gregson-Williams, Rupert Gregson Williams Intérpretes: Carie Coon, Morgan Spector, Louisa Jacobson, Denée Benton, Taissa Farmiga, Harry Richardson, Blak Ritson, Simon Jones, Jack Gilpin, Ben Ahlers, Cynthia Nixon, Christine Baranski, Debra Monk, Kelly O’Hara, Taylor Richardson, Celia Keena.Bolger, Kristine Nielsen, Patrick Page

Sinopsis: Comienza en la mañana de Pascua de 1883, con la noticia de que la oferta de Bertha Russell para un palco en la Academia de Música ha sido rechazada. A lo largo de la temporada, vemos cómo Bertha desafía a la Sra. Astor y al viejo sistema y trabaja no sólo para hacerse un hueco en la sociedad, sino para asumir potencialmente un papel protagonista en ella. George Russell emprende su propia batalla contra un sindicato cada vez más numeroso en su planta siderúrgica de Pittsburgh. En Brook House, Marian continúa su viaje para encontrar su camino en el mundo enseñando en secreto en una escuela de niñas, mientras que, para sorpresa de todos, Ada comienza un nuevo noviazgo. Por supuesto, Agnes no aprueba nada de esto. En Brooklyn, la familia Scott comienza a recuperarse de un sorprendente descubrimiento, y Peggy saca a relucir su espíritu activista a través de su trabajo con T. Thomas Fortune en el NY Globe.


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