Crítica ‘TÁR’

Puntuación: 4 de 5.

Asistir a TÁR es como observar una catástrofe ocurrir en tiempo real. Porque algo hay de accidente. Durante dos horas y pico seguimos a Lydia Tár, una directora de orquesta importante, y observamos las diferentes formas que adoptan los abusos de poder: un caso de abusos sexuales que tendrá implicaciones legales, el nuevo interés depredador en la nueva cello de la orquesta, el desprecio a su asistente, la condescendencia hacia su esposa, los juegos para acallar a aquellos que puedan ser un obstáculos en su camino. Todo a favor del arte. De la forma. En otras palabras, estamos ante una película de tesis, una suerte de ensayo ficcionado sobre el poder y el arte que busca ser relevante en uno de los debates más candentes de la actualidad —habría que mirar si es un debate de verdad o una serie de entelequias chocantes.

Hay algo muy valioso, tanto por poco habitual como por su dificultad, en TÁR y es que está escrita desde la duda sin que eso esté reñido con la precisión. Todd Field, actor transformado en realizador que regresa tras dieciséis años desaparecido, durante dos horas y media, analiza, a veces de manera burda (la masterclass en Julliard y el montaje posterior, el final), otras con finura (el uso del lenguaje, la decisión del protagonismo femenino), las relaciones entre arte, lenguaje, cultura, clase, identidad, esfera pública y vida privada en el mundo digital actual. Es un desafío hacia el espectador. Desde el primer plano de la cinta: un teléfono móvil de Lydia Tár durmiendo en su jet privado mientras una persona anónima chatea con otra, uno de los mensajes reza «¿Aún así la amas?». Desde ese momento, una serie de opuestos en tensión, contradicciones y contrapuntos dialogan entre sí, hasta el tramo final, de forma armónica y tranquila, generando, como buen ensayo, un espacio de debate y análisis muy rico. En conjunción, el director norteamericano, en la línea del cine de Paul Thomas Anderson (El hilo invisible, Pozos de ambición), crea un mundo gris, frío, racionalista y compartimentado, donde los matices y las sutilezas se descubren a través de miradas, pequeños gestos y un trabajo extraordinario de puesta en escena.

A través de la forma descubrimos que la imagen pública de Lydia Tár es una prolongación de su vida privada, que no hay separación. Los planos secuencias o los viajes en coche (la posición de la cámara en ellos revela el nivel de poder que puede ejercer) unen ambos mundos; a eso se suma la omnipresencia de puertas (en muchas ocasiones, siendo el vano solo, sin la puerta en sí), cristaleras y espacios diáfanos que hablan de lo transparente que realmente es ella. Por si no fuera suficiente, lo rectilíneo de las composiciones y la paleta fría y gris se comparten en sendas esferas, es decir, es imposible separar a Lydia Tár directora de orquesta de la Lydia Tár persona; es imposible separar arte y artista. Es más, si atendemos a los créditos iniciales, que alteran la jerarquía tradicional (empezando por los agradecimientos y terminando por el director), y las segundas lecturas que se abren en algunas escenas a medida que aprendemos más del personaje (la escena en la casa de su infancia es particularmente reveladora) sí podemos afirmar que hay una voluntad de ejercicio de contra-poder y de revisionismo.

Todo ese trabajo de puesta en escena, al mismo tiempo, permite profundizar en la psique de la música, a la que da vida una totémica Cate Blanchett, auténtica razón de ser de la cinta. La actriz es el centro de la película —el propio director ha afirmado que si la actriz australiana hubiese rechazado el proyecto, éste no se hubiera llevado a cabo, pues lo escribió para ella— y ella carga sobre sus hombros todos los dobles significados, ambivalencias y contradicciones de la cinta. No hace falta decir a estas alturas de la función que la actriz australiana es uno de lo grandes talentos del panorama actual, pero, en cualquier caso, la intérprete de Carol vuelve a demostrarlo vía tour de force. Es gracias a ella que descubrimos que el poder se ejerce en masculino, que la meritocracia se esconde en el lenguaje y que todo empieza con un desarraigo de clase y una alienación de la identidad.

Por eso duele tanto el giro, gratuito y forzado, que la película da en el último tramo. Al final, el poso que deja TÁR es el de una película incompleta, a la que le faltan cuarenta y cinco minutos, y esto es porque casi ninguna de las subtramas tiene un cierre apropiado y quedan, como mínimo, alejadas de su desarrollo potencial, cuando no olvidadas. Un cambio brusco que busca la oposición: el ruido, los espacios caóticos, la gente, los colores cálidos, la falta de ángulos rectos, las nuevas angulaciones de la cámara, etc. se contraponen con el mundo previo, aquel que controlaba Lydia Tár, para mostrar el particular infierno de la directora de orquesta. En otras palabras, sí hay una búsqueda de cierta clausura en la trama principal, pero no con las secundarias, ¿por qué?

A todo esto hay que sumar que, a nivel conceptual, el propio final parece ir en contra de todo lo desarrollado en la cinta. Según TÁR, hoy en día Plácido Domingo está cantando en un país del sudeste asiático (¿en serio? ¿En una película sobre el poder se despersonaliza al único país que no es occidental?) porque ha sido «cancelado». Cuando deja de atenerse a la realidad, la cinta de Todd Field se despega de lo real y entra en un terreno puramente simbólico, donde ya no está comentando sobre nuestro presente, sino imaginando futuros. ¿Y desde dónde se imagina esos futuros? Pues lo hace desde una posición de poder que genera narrativas de autopreservación (relatos creados para desactivar las críticas con capacidad transformadora), desde una visión tremendamente moralista donde él mismo castiga a su propio personaje (en la lógica judeocristiana de la penitencia) o desde un humanismo insultantemente ingenuo, pues asegura que una persona como Lydia Tár puede cambiar (ojalá). En cualquiera de los casos, no se trata del final que las dos horas previas demandan, principalmente porque es precipitado, apresurado e inconsistente—Todd Field asegura que escribió el guion en doce semanas, quizá ahí encontremos la respuesta. Uno no puede evitar sentir que han tirado, en los últimos diez minutos, una gran película por la borda, que ese final es un grito de pánico cuando el resto es un diálogo calmado.

Durante dos horas y media, la película es absolutamente fascinante. Todd Field nos sumerge en el mundo, a priori áspero de la música clásica, pero, en última instancia, absorbente. Ese mundo, más adelante, se transforma con sutileza en una reflexión sobre el poder y las distintas narrativas que atraviesan en la actualidad el mundo del arte. Todo está construido al detalle con inteligencia y sutileza y durante dos horas y media es una de las mejores películas del año; quizá la mejor. Durante dos horas y media.


Título original: TÁR Duración: 158 min País: Estados Unidos, Alemania Idioma: Inglés, alemán Director: Todd Field Guion: Todd Field Productores: Todd Field, Scott Lambert, Alexandra Milchan, Sebastian Fahr-Brix, Cate Blanchett, Phil Hunt, Stephen Kelliher, Marcus Loges, Compton Ross, David Schiff, Uwe Schott, Nigel Wooll Fotografía: Florian Hoffmeister Montaje: Monika Willi Música: Hildur Guðnadóttir Intérpretes: Cate Blanchett, Noemi Merlant, Sophie Kauer, Nina Hoss, Julian Glover, Mark Strong, Adam Gopnik, Sylvia Flote, Sydeny Lemmon

Sinopsis: La mundialmente famosa Lydia Tár está a solo unos días de grabar la sinfonía que la llevará a las alturas de su ya formidable carrera. La notablemente brillante y encantadora hija adoptiva de Tár, Petra, de seis años, tiene un papel clave en la tarea. Y cuando los elementos parecen conspirar contra Lydia, la niña es un apoyo emocional importante para su madre en apuros.


Universal Pictures Spain

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