Por Rafael Bürger y Judith Perez
Inisherin es el pequeño pueblo costero en el que se sitúa esta, dramática y cómica por igual, historia. Este particular lugar parece estar sacado de la clásica fábula que se le cuenta a los niños, incluida su moraleja final. El paraje lo pueblan/habitan personajes que rápido nos pueden recordar a otros relatos o a otras figuras con estos mismos roles, muy definitivos y marcados dentro de un prototipo como podrían ser: la bruja silenciosa siempre con algún mal augurio del que avisar; el tonto del pueblo del que todo el mundo se ríe; el tabernero-consejero; el policía adeudado con su trabajo; la tendera chismosa; y no falta una mujer culta y entusiasta que sueña con un mundo más allá del lugar en el que está –ésta por ejemplo podría recordar mucho a Bella de La Bella y la bestia–. Pero la historia de Martin McDonagh coloca como protagonistas a los que se podría encasillar como el viejo gruñón y desengañado y su fiel admirador o joven aprendiz. ¿Qué hubiera pasado –por supuesto salvando las distancias– si el detective William Somerset se hubiera jubilado abandonando a su suerte al novato Mills (Seven, 1995)? o un ejemplo más disparatado, ¿qué sería de Shrek sin asno (Shrek, 2001)? Pues es justo lo que plantea el director, el fin de un fuerte vínculo de amistad, adentrándonos en un mundo de cuento con aire nostálgico y trágico.
A pesar de no aparecer de forma explícita en las imágenes, la profundidad de la relación de largos años de amistad entre Pádraic y Colm queda más que evidente para el público precisamente por la reacción desencadenada por su ruptura. Al andar esa ruta, no hay explicaciones racionales, apenas reacciones viscerales, pero, aún así, tan contenidas e introvertidas como la propia Inisherin. Este poblado parece estar situado en un pequeño limbo sin más vida alrededor que la ciudad que se vislumbra al otro lado del brazo de mar que le separa del resto del mundo. Pero, al igual que la distante guerra que se desarrolla en el resto del país, en Inisherin, un tranquilo pueblo campestre, se confunden cielo e infierno. El guionista Martin McDonagh parte de lo pequeño, de lo personal y de lo aislado, para hablar de lo grande, de lo social y de lo nacional. Porque la trayectoria que sigue la ruptura de esta relación de amistad entre los dos compañeros de copas mimetiza la guerra civil irlandesa que sucede a algunos kilómetros de allí. Este recurso de metáfora, para bien o para mal, parece sostener el hilo narrativo, a veces más desapercibido, otras más evidente, con desdoblamientos a veces justificables, a veces al borde de lo irracional e incomprensible.
Será precisamente el recurso discursivo de la metáfora el talón de Aquiles de esta película, que solo tiene que ofrecer otros aspectos más sólidos. A la cuadriga de actores —Farrell, Gleeson, Condon y Keoghan— es casi imposible ponerles crítica: logran desarrollar en escena el interior de sus personajes con un rango emocional envidiable por cualquiera. Y, sin embargo, como esas almas en pena con brillantes interpretaciones que inundan la gran pantalla, están condenados a la rutina como si vivieran destinados a cometer los mismos errores, como si fueran los NPCs (Non Playable Characters) de un videojuego. Su trayectoria y acciones parece condenada a siempre corresponder a lo que necesita el guión para que su metáfora se concretice. Claro que así funcionan todos los guiones, con un grado mayor o menor de justificación narrativa, pero Las Almas en pena que vemos no es la película que intenta McDonagh. Son esas pequeñas disconformidades las que rompen el pacto emocional de la narración con el espectador en esa aspiración metafórica de la narrativa. Una decisión narrativa que acaba por minar la gran fuerza que las imágenes y las actuaciones poseen por su cuenta.
Porque, si nos introducimos en los aspectos técnicos, hay que destacar como ingeniosa la puesta en escena —la dirección artística y la fotografía, particularmente— que se nutre del gran aporte de la naturaleza y del paradisíaco lugar donde se desarrolla la acción. Los colores, la composición de las escenas, los movimientos de cámara,… todo ello se utiliza contra ese frío y encandilador telón de fondo, permitiéndose ser minimalista y ensanchando el miedo a la soledad que se hace presente en la mayor parte de la película. Sin embargo, aunque el paisaje siempre puede servir de gran apoyo, no lo es todo. En este caso el guión, en su construcción de los diálogos, pone fácil sumergirte en la historia, y a pesar de todo lo explicado anteriormente —que puede parecer que estamos hablando de un gran drama—, el humor crítico y serio prevalece por encima de las desdichas, siendo este un gran aliado capaz de minimizar daños y penas. Un texto protagonizado por interesantes diálogos donde se expresan claros los sentimientos, los deseos, las dudas, los miedos y las inseguridades. Lo que ayuda a establecer cierta simpatía e intentar entender el comportamiento de cada uno de los personajes principales, el porqué de cada situación. A través de Pádraic –uno de los personajes más transparentes y verdaderos que se han podido ver en mucho tiempo– interpretado majestuosamente por Colin Farrell se pone de manifiesto un elemento de la naturaleza humana, la gran dificultad para aceptar los cambios, la pérdida y entender actos que se escapan de nuestro control.
Título original: Banshees of Inisherin Duración: 192 min País: Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos Idioma: Inglés Director: Martin McDonagh Guion: Martin McDonagh Productores: Graham Broadbent, Peter Czernin, Martin McDonagh, James Flynn, Jo Homewood, Morgan O’Sullivan, Daniel Battsek, Ben Knight, Diarmuid McKeown Fotografía: Ben Davies Montaje: Mikkel E. G. Nielsen Música: Carter Burwell Intérpretes: Colin Farrel, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan, Gary Lydon, Patt Short, Sheila Flitton, David Pearse, Aaron Monaghan.
Sinopsis: Dos amigos de toda la vida, Pádraic y Colm, se encuentran en un callejón sin salida cuando Colm pone fin a su amistad de un modo abrupto. Un Pádraic atónito, ayudado por su hermana Siobhán y por el joven Dominic, se esfuerza por reconstruir la relación, negándose a aceptar las negativas de su amigo de siempre.