Dune

Ficha técnica:

Título original:

Dune – Part One

Director: Denis Villeneuve

Duración: 155 min

País: Estados Unidos

Idioma: Inglés

Intérpretes: Thimothée

Chalamet, Rebecca Ferguson,

Oscar Isaac, Josh Brolin,

Jason Momoa, Stellan

Skarsgård, Zendaya, Javier

Bardem, Sharon

Duncan-Brewster, Charlotte

Rampling, Chang Chen, Dave

Bautista

Warner Bros España

Sinopsis: En el Año 10.191 el desértico planeta Arrakis, feudo de la familia Harkonnen desde hace generaciones, queda en manos de la Casa de los Atreides después de que el emperador ceda a ésta la explotación de las reservas de especia, la materias prima más valiosa de la galaxia, necesaria para los viajes interestelares y también una droga capaz de amplificar la conciencia y extender la vida. El duque Leto, la dama Jessica y el hijo de ambos, Paul, llegan a Arrakis con la esperanza de mantener el buen nombre de su casa y ser fieles al emperador, pero pronto se verán envueltos en una trama de traiciones y engaños que les llevará a cuestionar su confianza entre sus más allegados y a valorar a los lugareños, los Fremen, una estirpe de habitantes del desierto con una estrecha relación con la especia.

Crítica:

La anterior aventura al universo de Dune -encabezada por el prometedor David Lynch y el productor Dino De Laurentiis- fue un convulso relato que intentaba condensar toda la información de la novela en apenas 2 horas -el primer montaje del director llegaba a las 8 horas. En aquella cinta, el éxito de Star Wars y la obsesión de su productor por repetirlo se cernían sobre toda la producción. El resultado fue un estrepitoso fracaso injustamente maltratado por el público, la crítica y la cinefilia amante de los proyectos más personales de Lynch. El gran pecado fue la condensación de la creación de Herbert en apenas dos horas, generando una constante sensación de confusión donde solo los lectores de la novela sabían qué pasaba.

Denis Villeneuve vuelve al texto de Frank Herbert para intentar hacerle justicia, con un proyecto más «libre» -tampoco en exceso, pues los remakes parten en desventaja por las continuas comparaciones con la original y por el continuo cuestionamiento de su existencia. De hecho, se puede ver el gran peso que ha tenido la cinta de Lynch en la nueva obra, evitando cometer los errores del pasado y moviéndose en dirección contraria. No se busca repetir un éxito en taquilla (aunque se busque un éxito de taquilla), sino que el director de La llegada pueda dejar su impronta personal; la extensión total del proyecto rondará las cinco horas, pues la producción se dividió en dos películas; el propio ritmo interno es pausado, explicando con detalle el mundo y sus reglas; o los diseños más minimalistas, menos barrocos y mucho más grandilocuentes (el caso del Barón Harkonnen es el más ejemplar, pues ha pasado de ser un ser pustulento y monstruoso a un coronel Kurtz gigantesco y sobrenatural de piel tersa y cabeza afeitada). No obstante, hay dos diferencias que sobresalen por encima del resto.

En primer lugar, su inscripción dentro de una realidad política y temática más «adulta». Las referencias al conflicto en el Oriente Medio y el papel de Estados Unidos en él (cómo culmine el relato en su segunda parte condicionará si esto se trata de una crítica o no a las acciones del país norteamericano) son claras y el relato mesiánico-colonialista es mucho más acusado. El relato del colonizador que tiene una revelación y se pasa al bando colonizado y los lidera en su liberación tiene mucha tradición en el cine (Lawrence de Arabia, Bailando con lobos, Pocahontas o Avatar, pero también La lista de Schindler o El ángel de Budapest). En este caso, la figura de Paul Atreides como referente bíblico aún está por despegar, pues en esta primera entrega, a modo de Antiguo Testamento, se ha hecho poco más que poner las piezas sobre el tablero y,anunciar su carácter de «elegido». Algo que, con razón, puede saber a poco.

Y, en segundo, y es en este punto cuando la relación con la citada película de James Cameron se hace más estrecha, es la megalomanía de su director. La voluntad de Denis Villeneuve de crear una película más gran de que la vida misma -como lo fue Avatar en su día y como lo serán las 4 secuelas rodadas a la vez por Cameron, la primera de las cuales verá, según lo previsto, la luz a final de año- está presente en la magnitud de sus imágenes. Todo ello está construido para epatar a través de la escala. La escala de las imágenes logradas, la escala de las naves, la escala de los gusanos, la escala del desierto, la escala de los edificios, sus pasillos y salas, la escala del Barón Harkonnen,… y la relación de inferioridad de Paul Atreides con todo (para, en su segunda parte, sobreponerse a todo ello y hacer más épico su relato). Es decir, es una obra destinada a adentrarse en nosotros, no tanto a través de la emoción que podrían generar los personajes, fruto de nuestra identificación con ellos -que es muy poca, pues una película muy fría en ese aspecto-, como de la sensorialidad de su propuesta. En ese sentido, estamos ante una película cuyo principal valor es lo sublime -entendido en términos estéticos- y lo romántica que resulta.

Y ese romanticismo no es algo que debiera extrañar, pues vivimos tiempos convulsos a causa de la irrupción de internet y las plataformas de streaming. Son claros los paralelismos con la aparición de la televisión, la dinámica de pérdida de espectadores iniciada a finales de los 40 y la respuesta de los estudios a lo largo de las dos siguientes décadas: Technicolor, pantallas panorámicas o mejoras en el sonido -muchas veces introducidas a través de remakes (Ben-Hur, Ha nacido una estrella, Los diez mandamientos)- fueron algunas de las innovaciones tecnológicas que permitieron aquel lavado de cara a Hollywood. De las misma forma, el cine épico y un resurgido cine musical resultaron las puntas de lanza de esta nueva era, por ser propuestas experienciales donde lo relatado no importaba tanto como su disfrute sensorial. Hoy en día estamos en una situación muy similar: las mencionadas plataformas, un caída cada vez más pronunciada a la asistencia en salas, el cine épico -en el siglo XXI, transformado en cine de superhéroes- es el que triunfa y los remakes vuelven a proliferar como conejillos de indias para la mejora tecnológica (El Rey León, El libro de la selva). Y Dune es, de todas las producciones desarrolladas en el sistema de estudios de los últimos años, la que más conscientemente responde a su contexto. Y la más romántica de todas.

Dune es una película hecha para las salas de cine, para ser vista en la pantalla más grande posible. Por la iluminación oscura (otro avance tecnológico), por su uso del sonido, pero, por encima de todo, por la dimensión de las imágenes. Todo en Dune impacta y arrolla por su tamaño y es una película que no se puede terminar de entender -como ocurre con muchas de las obras de los años 50 y 60- sin ser conscientes de la magnitud de lo perpetrado. Y para verla en todo su esplendor es peaje obligatorio pasar por la pantalla más grande de la ciudad.

Pero es la más romántica de todas porque, además de todo lo expuesto, participa fervientemente de la consecuencia más romántica de esa crisis a mediados de siglo XX: la aparición y consolidación de la política de los autores. Denis Villeneuve lleva unos años obsesionado con dejar su marcada en sus películas, alejándose de la invisibilidad formal que caracterizaron sus primeras películas (Prisioneros, Incendies, Sicario) para ir trasluciéndose más y más en la imagen proyectada, cada vez más preciosista y exhuberante. No es difícil de ver en cada una de las imágenes de Dune o Blade Runner 2049 a Denis Villeneuve queriendo escribir su nombre en los libros de Historia por la vía de lo sublime. Esto se complementa con que los proyectos son cada vez más personales y, en los dos últimos casos, producciones que parten de sus filias y obsesiones juveniles: Blade Runner y la serie de novelas de Dune. A nadie se le escapa que esto es, como el cine de Christopher Nolan o James Cameron, blockbuster de autor, donde el sello autoral está estrechamente ligado a lo espectacular -y, por tanto, costoso- de la propuesta. Y Dune es la confirmación de Denis Villeneuve como uno de los reyes del blockbuster contemporáneo.

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