Ficha técnica:
Título original:
Jaddeh Khaki
Director: Panah Panahi
Duración: 93 min
País: Irán
Idioma: Persa
Intérpretes: Hassan Madjooni,
Pantea Panahiha, Rayan Sarlak,
Amin Simiar

Sinopsis: Una familia tan entrañable como caótica viaja por carretera a través de un paisaje abrupto. Pero, ¿a dónde se dirigen? En el asiento trasero, papá lleva la pierna escayolada, pero ¿está realmente lesionado? Mamá ríe y llora todo el rato. El niño ha convertido el coche en un karaoke, y todos se preocupan por el perro enfermo y se ponen nerviosos los unos a los otros. Solo el misterioso hermano mayor permanece en silencio.
Crítica
La semana pasada el mundo se hacía eco del nuevo arresto en Teherán del director Jafar Panahi, junto a los también cineastas Mohamad Rasoulof y Mostafa Ale Ahmad. El realizador iraní ya había sido arrestado, detenido y condenado a seis años de prisión y veinte de inhabilitación para hacer cine (que se ha saltado hasta en cuatro ocasiones), viajar y dar entrevistas. Quizá por eso su hijo, Panah Panahi, oculte la crítica social en el paisaje de una road movie familiar.
Hit the road comienza en medio de la nada, en una carretera que atraviesa el desierto iraní. Una familia compuesta por un padre de pierna escaloyada, su mujer al borde de las risas, su impasible hijo mayor, su divertido y loco hijo menor y su perro terminal viajan en un todoterreno sin saber muy bien a dónde. Parecen huir de algo, pues dejan los teléfonos móviles atrás, aunque no se sabe exactamente de qué. Se dirigen a algún lugar, incierto, que les separará. Esta falta de información se mantendrá durante el resto del viaje, solo explicitando que han vendido la casa para que el hermano mayor pudiese salir del país (por motivos políticos, se presupone). De esta forma, el cineasta centra toda su atención en el camino, en los últimos momentos de esta familia y en las diferentes vías con las que afrontar la pérdida: en primer lugar, la superficial y humorística del hijo pequeño (Rayan Sarlak), donde su ingenuidad y la ignorancia de los hechos permiten la felicidad —la mentira y el engaño son temas también fundamentales en la cinta, con multitud de elementos puestos en cuestión—; la profunda y grave de la madre (Pantea Panahiha); y la pasividad de los dos personajes masculinos (Hassan Madjooni y Amin Simiar).
Panah Panahi constantemente navega con fluidez entre esos cambios tonales, dándoles el espacio necesario, pero también mostrando sus contradicciones y choques y combinando elementos opuestos que generan una experiencia más compleja. Un idea que, según el mismo director, proviene de la propia cultura persa, particularmente de la música, donde las fondos tristes y melancólicos se envuelven de formas alegres. El propio cineasta se distancia de la escena, generando grandes planos de extensa duración, con frecuencia fijos (apenas hay contraplanos), y permitiendo que esos juegos de opuestos aparezcan en una misma imagen. Un estilo que culmina en la escena de la despedida, un largo plano general de un paisaje de horizonte bajo donde en la misma acción conviven dolor, tristeza y risa. Hay pocos movimientos de cámara, pero cuando los hay son parsimoniosos en sus faceta descriptiva y poderosos en la emotiva.
Es por ello que en su ópera prima Panah Panahi se acerca más al estilo y a las iconografías (los coches y carreteras, la mirada infantil) de Abbas Kiarostami que a las de su padre. Si bien la influencia de su progenitor está presente en el fuerte componente social que impregna la obra. El cineasta está ficcionando la realidad de un país que donde la situación política y social impulsa a muchos ciudadanos a exiliarse, pero no atiende a la denuncia explícita, sino que redirige su mirada a las consecuencias humanas; y, en lugar de caer en el dramatismo extremo que el tema podría parecer invocar, la película es ligera y divertida, conmovedora y triste, indignante y poética, bella
Esta road movie no deja de ser la primera etapa del viaje del refugiado, pero, a diferencia de obras como Flee, de un carácter más individualista y que pueden incurrir en los denominados pornografía emocional y misery porn, o relatos de los salvadores —ya sean, en el país de acogida (Mediterráneo) o de aquellos que posibilitan la salida ilegal (La lista de Schindler)—, el principio y el fin de Hit the road está en la familia; una familia que bien podría representar el país fracturándose, pero que, en última instancia, es algo mucho menos grandilocuente, pero más sencillo y poderoso: una familia despidiéndose. Poco importa el viaje a través de las montañas del hermano mayor o la vida que llevará en el extranjero, igual que no importan las razones que les han conducido a ese momento ni la vida que llevaban en Teherán. Importan ellos y esos últimos instantes juntos.
Presentada internacionalmente en la Quincena de Realizadores de Cannes, la ópera prima de Panah Panahi demuestra que el joven realizador tiene mucho que contar y una mirada propia. Si bien se puede —y merece— leer Hit the road como una película que crece en un lugar intermedio entre la estética de su padre y la de Kiarostami, es una obra autónoma que también merece ser entendida por sí misma. Divertida, tierna y desgarradora, no solo es un debut prometedor, sino que podríamos estar ante una de las películas del año que más desapercibidas va a pasar.
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