Tras unos años desaparecido, George Miller vuelve a un universo orientalista para dar forma a uno de sus proyectos más personales; quizá de forma más evidente que en Mad Max: Furia en la carretera (2015). Adaptando el libro de relatos, The Djinn in the Nightingale’s Eye del escritor británico A. S. Byatt, el director australiano entrega una película sobre la naturaleza de las narraciones y los cuentos que bien podría funcionar en un programa doble con Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell, 2018).
Tres mil años esperándote es un película que no admite crítica, pues cualquier cuestión que no sea el propio poder interno de la narración (el contenido) ni el acto de ser narrado es una domesticación de esa historia, es una forma de privarle sentido. «No tiene porqué ser una gran historia. Un sabio escucha a aquel que cuenta la suya«, con esas dos frases George Miller desbarata cualquier sentido (profundo) que pudiesen tener la crítica, la calidad y los cánones e invita a que contemos historias, propias y ajenas. En ese sentido, que Miller deje a un lado su voluntad de estilo —en muchos aspectos este es un proyecto en el registro opuesto a Mad Max (muchos diálogos, interiores, mucho tiempo), al tiempo que se siente parte del mismo universo creativo— y permita que las palabras sean el centro absoluto del relato es significativo, conectando con esa tradición pretérita en la que la historia es voluble y el narrador un legatario que deja marca, pero no se impone por encima del texto. Una tradición desaparecida y heredada por, entre otras artes, por el cine.
También se abordan la cuestión del realismo (y cómo esto está ligado al avance de la tecnología y la ciencia y cómo esto está ligado al avance de la soledad el individualismo), el menosprecio a los lugares comunes y los clichés, a las moralejas y a las casualidades y los finales felices (y cómo tienen una inexorable razón de ser), el tipo de ficciones que consumimos (y cómo carecen de un carácter mitológico profundo) y nuestra posición frente a los narradores (y cómo, a priori, consideramos que nos están engañando), como características de una sociedad que ha olvidado el sentido profundo de las ficciones. Como buena narración, no está contaminada por ambiciones filosóficas/poéticas o antropológicas: es un cuento en estado puro; un cuento del siglo XXI y, por tanto, posmoderno, referencial y metarreflexivo.
Y el gran acierto de George Miller es no caer en la condescendencia, en el señalamiento al público (ejem, Jordan Peele; ejem, Michael Haneke), sino que se desenvuelve en la naturalidad y en la calma de quienes comprenden la naturaleza de las cosas, de quienes comprenden que la muerte y el deseo se relacionan y de quienes aceptan el fin de las cosas; en definitiva, de quienes aman. Una actitud, desarrollada en el epílogo y que conecta con el espíritu de la obra de Neil Gaiman o Alan Moore, importante, pues rebate todo el romanticismo (literario y artístico) que impregnaba la cinta, con su orientalismo, con sus Mil y una noches y con su Washington Irving y con su Delacroix y con su Ingres, pero, sobre todo, con su visión mágica del arte y con su (aparente) crítica al presente en favor de un pasado idealizado. Es en ese epílogo agridulce donde se cierra el círculo (la simbología del número tres), la historia da un paso de gigante para alejarse del simple berrinche nostálgico y un baño de realidad al espectador: no sabemos nada; y, como no sabemos nada, el amor verdadero y la humildad deben ser el camino.
Como buena obra sobre las historias y las palabras, comienza con la pantalla en negro y una voz en off, la de nuestra narradora, Alithea, quien está contado su historia. Ha pasado de estudiarlas y consumirlas a hacerlas, a crearlas; un mensaje humanista que, en una época en la que vivimos, cuando nuestra propia definición de cultura es tan limitante y limitada, se vuelve necesario. De igual manera, en un tiempo tan pesimista y cínico, en el que es tan fácil mirarlo con desprecio, se vuelve necesaria la visión vitalista del Djin del mundo actual, observando los pequeños detalles y los grandes acontecimientos que hacen de la humanidad y sus logros algo magnífico y maravilloso.
Tres mil años esperándote quizá sea demasiado meta para interesar a alguien a quién no interesen estas reflexiones de antemano y seguramente la crítica no la admita por «verborraica», por «arrítmica», por «orientalista», por «digital», por… Cualquier excusa se puede poner, pero George Miller coloca al espectador frente a un espejo: las críticas y la obsesión con la forma son, como decíamos antes, una forma de desvirtualizar y restar poder a las ficciones; y una muestra de la falta de humildad que son semejantes actos. Así, el director australiano conjura una de las películas del año, una de las cintas que cuestionan más profundamente nuestros presupuestos estéticos, un pequeño gran milagro al que más nos vale hacerle caso. Al fin y al cabo, si a una de las mayores expertas en el mundo de historias es capaz de sorprenderse, de ver lo imposible, ¿por qué no nosotros?
Título original: Three thousand years of longing Duración: 108 min País: Australia Idioma: Inglés Director: George Miller Guion: George Miller, Augusta Gore Productores: Doug Mitchell, George Miller, Dean Hood, Craig McMahon, Kevin Sun Fotografía: John Seale Montaje: Nikki Barrett Música: Junkie XL Intérpretes: Tilda Swinton, Idris Elba, David Collins, Alyla Browne, Hayley Gia Hughes, Angie Tricker, Sah Houbolt.
Sinopsis: La Dra. en literatura Alithea Binnie parece estar feliz con su vida aunque se enfrenta al mundo con cierto escepticismo. De repente, se encuentra con un genio que ofrece concederle tres deseos a cambio de su libertad. En un principio, Alithea se niega a aceptar la oferta ya que sabe que todos los cuentos sobre conceder deseos acaban mal. El genio defiende su posición contándole diversas historias fantásticas de su pasado. Finalmente, ella se deja persuadir y pedirá un deseo que sorprenderá a ambos.