El segundo día del Festival es tranquilo, tras la jornada de inauguración y antesala del Premio Donostia a Juliette Binoche, que también acompaña su última colaboración con Claire Denis, Fuego. Cristian Mungiu y Santiago Mitre presentan sus aclamados dramas políticos, R.M.N y Argentina, 1985 respectivamente, mientras que Paco León, que ejerció de copresentador en la Gala de Inauguración, presenta su nueva película, Rainbow, un canto a la vida y a lo extraño. Pues lo que decía, un día tranquilo, tan extraño como normal.
Carvão (Carolina Markowicz) – Horizontes latinos
Lo primero que llama la atención es la lectura metatextual de la ópera prima de Carolina Markowicz, que compite en la sección Horizontes Latinos. En un pueblo perdido del interior de Brasil, una familia que sobrevive como puede deberá acoger a un narco que desea salvar su vida, haciéndose pasar por el abuelo enfermo terminal. A priori, parece circular por los caminos de la parodia al neorrealismo y de la representación miserable de la pobreza, que no ha dejado de ser una de las principales formas que han tenido los países latinoamericanos para captara atención de los festivales europeos; y hay algo de eso. No deja de destacar por su gran sentido del humor, que se mueve desde un humor blanco, casi escatológico hasta el más negro, pasando por el que esconde cierta crítica social, desnudando la realidad como solo el humor sabe hacer.
Quizá sea el tono confuso aquello que impide hacer esa lectura de forma segura, pues la voluntad parece ser humorística, más que social… Pero también hay de eso, ya alejado de cualquier tipo de humor, en sus paisajes, en su arte, en la propia trama, en algunas escenas,… Y en esa lectura, la cinta se vuelve más endeble y falta de sentido, por reiterativa y excesiva y por la escasa profundidad del comentario dramático. En cualquiera de los casos, destaca la labor de los actores, auténticos protagonistas de la cinta, sorprende, por inusual, la subtrama queer, aunando los secretos que impone el neoliberalismo con los que impone el patriarcado y sobresale por su comedia. María Valdizán Cuende.
Rainbow (Paco León) – Velódromo
Cuando Paco León anunció que estaba trabajando en un versión personal de El Mago de Oz, las alarmas saltaron. Podía ser algo muy grande o un fracaso estrepitoso. Es una mezcla de ambos, aunque lo primero solo aparezca en destellos (el mimo que le da al arte y vestuario, únicos apartados que parecen luchar por una auténtica fantasía) y lo segundo comience rápido y no haga sino ganar terreno a pasos agigantados.
Esta es una obra que hace de lo literal, simbólico, y de lo simbólico, textual; de la misma manera, que hace de la fantasía, realidad y de la realidad, fantasía. Es decir, que sabemos que es Muñeco es El hombre de hojalata porque, primero, conocemos de antemano el cuento; segundo, porque se encuentra en un desguace; y tercero, porque el director subraya con bastante patetismo que le falta cerebro. Esa confusión intencionada, que se agota tras la secuencia de créditos, no hace otra cosa uno desvirtuar el mensaje principal del cuento, recuperando la parte más coming of age.
Al final, Rainbow es una obra terriblemente posmoderna, con sus aciertos y sus fallos. Lo queer, la mezcla de idiomas, la iconografía de las road movies estadounidense, el paisaje castellano, lo multicultural, la alteridad, lo musical, lo contemporáneo, la fiesta, el capitalismo y la superficialidad se dan la mano en una celebración de lo pop. En definitiva, una película de Paco León. Jorge Sánchez.
Argentina 1985 (Santiago Mitre) – Perlak
Que Santiago Mitre siempre ha sido un cineasta comprometido políticamente no es novedad. Desde el intimismo de El estudiante (2013) a los altos vuelos de La Cordillera (2017), pasando por la polémica Paulina (2015), el director argentino ha hecho del cine un arma de denuncia social. En Argentina, 1985 da un paso adelante y se vuelve más convencional. Su nueva película se inscribe del cine edificante que tanto se ha cultivado en Hollywood, donde los héroes cotidianos y anónimos son endiosados en un acto de creación de una mitología democrática y laica; no hay juegos con las estructuras, ni con las elipsis ni con los puntos de vista ni con el fuera de campo, como sí ocurría en la filmografía anterior, sino que estamos ante un héroe clásico, aplicando a la perfección la estructura campbelliana y desarrollando el resto de facetas acorde. Como el propio Strassera, no tiene pretensión de originalidad alguna: busca dar altavoz a la voz del pueblo, contando un cuento sabido por todos, pero que queda registrado a través del cine. También es, por tanto, un acto de creación de memoria colectiva en un tiempo en el que urgen ficciones que nos recuerden los peligros que se esconden tras ciertas ideologías y movimientos sociales. Que la Historia deje de relamerse las heridas y sirva para evitar errores en el presente y el futuro. Todo ello sujeto por Ricardo Darín, increíble, un libreto maravilloso del propio Mitre y el cineasta Mariano Llinás que recuerda al mejor Sorkin y al mejor Oliver Stone, una puesta en escena que varia entre el intimismo, la épica y el preciosismo hopperiano. No obstante, esas dos cosas no sorprenden; lo que sí lo hace es que se trata de una película realmente divertida, equilibrando el humor, que sirve para aligerar tensión y bajarle las defensas al espectador, con el drama judicial (cuyo momento culmen, la recreación del discurso donde se pide sentencia a los acusados, es uno de los mejores momentos del festival) y el thriller político. Quizá esa hibridación, junto con su clara influencia hollywoodiense y el contexto histórico argentino, los que hacen de Argentina, 1985 una película convencionalmente única. Jorge Sánchez.
Nest (cortometraje, Hlynur Pálmason) – Zabaltegi-Tabakalera
Previo al estreno en la sección Zabaletegi-Tabakalera de Godland, una de las sensaciones del pasado festival de Cannes, se presentó otro trabajo de Hylnur Pálmason, tan diferente de ese western nórdico como similar. Aprovechando las facilidades que dan los cortometrajes para la experimentación, el director se permite jugar. Literalmente. El cineasta islandés graba a sus hijos mientras juegan, bromean y ayudan en la construcción de una caseta en un árbol, todo ello grabado con cámara estática (siempre en el mismo sitio), permitiendo capturar en sus escasos veinte minutos el paso del tiempo. Es cine doméstico, natural, que está hecho por el puro placer de filmar, de experimentar, diluyendo así las fronteras entre el cine y la vida. Una pequeña joya. María Valdizán Cuende.
Godland (Hlynur Pálmason) – Zabaltegi-Tabakalera
Su tercer largometraje mantiene las estéticas de cámaras fijas y formato cuadrado, de obsesión temporal y la frialdad de Nest y Winter Brothers (2017), añadiéndole un cuidado por el paisaje propio del western. No deja de ser un relato de frontera, el relato, inspirado en las primeras fotografías tomadas en Islandia, de un sacerdote danés que carga un cámara fotográfica en vez de un cruz, perdido por los diversos parajes islandeses tratando de cumplir el encargo de construir una iglesia en una comunidad.
Pálmason reivindica la experiencia estética de la pérdida, ya sea geográfica, cultural o religiosa, obligando al espectador a participar de esta narrativa improvisada, llevándole sin un rumbo fijo y haciéndole disfrutar, gracias a una fotografía espectacular a cargo de su colaboradora habitual Maria von Hausswolff, a los actores y a un concepto poderoso, de ese proceso. Comenzando su desarrollo en 2013, el propio cineasta ha hecho de su desarrollo un espacio libre, desprovisto de destino; no en vano, Godland no deja de ser un juego, un juego de inventar historias a partir de fotografías. En ese camino, se vislumbran los problemas de comunicación, tema que ya apareció en su ópera prima y que aquí adquiere un matiz político, y de nuestra necesidad de conexión, algo que la propia película ofrece a través de su aparato ficcional. No obstante, esto es un arma de doble filo, pues a la peculiaridad de la propuesta hay que sumar el extenso metraje hace mella en una película muy absorbente, reduciendo drásticamente su público. El resultado es una experiencia agridulce, fruto del riesgo que esconde esta propuesta, pero en la que terminan de pesar más las virtudes que los pecados. María Valdizán Cuende.
Fuego (Claire Denis) – Proyección Premio Donostia
Como decíamos al principio, la actriz Juliette Binoche recoge el Premio Donostia como homenaje a su carrera, que no repasaremos aquí, y presenta, de paso, su última película: Fuego, de Claire Denis. En ella, la actriz, que se encuentra tan bien, da vida a Sara, una periodista que vive con Jean, interpretado por un sensible y desesperanzado Vicent London, un jugador de rugby lesionado que ahora vive de ojeador de nuevos talentos. Ambos se aman apasionadamente y viven en un mundo idílico y atemporal (ese precioso prólogo) hasta la reaparición en sus vidas de François, el exnovio de Sara y excompañero de Jean, que revolverá en el pasado causando conflictos en Sara y en su relación con Jean.
Claire Denis se ha ganado a pulso ser considerada como una de las cineastas que mejor ha sabido labrar el deseo en cine, desde los impulsos caníbales de Trouble Every Day (2004) hasta los fluidos vitales de High Life (2017), su última película hasta la fecha, y una de las directoras que más (y mejor) ha llevado el deseo femenino a la gran pantalla. En esta ocasión, da el salto a de los jóvenes cuerpos que ha gustado de esculpir con su cámara al los de dos sexagenarios, tratándoles con la misma sensualidad, respeto y espacio. Es esa reivindicación, con sus placeres y sus tormentos, con sus fallos y sus aciertos, del cuerpo y los sentimientos de complejos de una mujer de 58 años es lo que hace de esta película algo profundamente valioso.
Fuego juega en la línea de sus melodramas realistas, cotidianos, y, en cierto modo, sirve como complemento perfecto para El sol interior (2013), pues, pese a hablar de lo mismo (la imposibilidad del amor sin amor propio), donde aquella era luminosa y esperanzadora, ésta es lúgubre y violenta. Aquello que presencia el espectador es un descenso a los infiernos emocionales de su protagonista con final agridulce; y la cineasta es implacable y no da cuartel a Sara hasta que ésta se hace responsable de sus deseos. Como el resto de películas de Denis, la puesta en escena es densa, pese a su sencillez, dejando entrever más de lo que se muestra. Claire Denis ha regresado, quizá para quedarse. Quedamos pendientes de su próxima película: Stars at noon. Jorge Sánchez.