Los pasajeros de la noche

Ficha técnica:

Título original:

Les passegers de la nuit

Director: Mikhäel Hers

Duración: 111 min

País: Francia

Idioma: Francés

Intérpretes: Charlotte

Gainsbourg, Emmanuelle

Béart, Noée Abita, Quito Rayon

Richter, Ophélia Kolb, Laurent

Poitrenaux, Didier Sandre

Adso Films

Sinopsis: París, 1981. Soplan vientos de cambio la noche de las elecciones y los franceses toman las calles, eufóricos. Pero a Élisabeth le cuesta compartir el ambiente general de optimismo. Su matrimonio está llegando a su fin y ahora tendrá que mantener a su familia. Está angustiada, y a su padre y a sus hijos adolescentes les preocupa que no consiga superar su pena. ¿Y si escuchar sus propias emociones le ayudara a llenar poco a poco esa página en blanco en la que se ha convertido su futuro?

Crítica:

La conexión entre la década de los 80 del siglo pasado y la nostalgia actual es, quizá, la más obvia, y más en las cámaras de eco que son las esferas culturales. El movimiento revival viene favorecido por un mayor acceso a la información que provoca tantas incertidumbres que genera la ilusión de que el pasado fue mejor y porque fueron los 80 la etapa de formación todas aquellas figuras que, hoy en día, tienen la autoridad social —no es un fenómeno nuevo: Bernardo Bertolucci proyectaba en Soñadores (2003) toda su nostalgia por el Mayor del 68 y por la Nouvelle Vague, y su anhelo por su juventud perdida; o Regreso al futuro desmontaba la versión idealizada de los 50 que los políticos conservadores estadounidenses esculpían en sus discursos. Así que podría decirse que tener nostalgia de los años 80, a día de hoy, es un lugar común. Mikhäel Hers, no obstante, se aproxima desde una vía diferente.

En Los pasajeros de la noche, el director francés nos presenta a una familia burguesa en proceso de separación: Elisabeth —a la que da vida una magnífica Charlotte Gainsbourg que demuestra que, con ternura y amor, se puede construir una interpretación tan potente como una miserabilista— es la matriarca en proceso de separación de su marido, y Mathias y Judith son sus dos hijos, cada uno en distinto grado de independencia. Elisabeth tendrá que encontrar un nuevo trabajo y aprender a rehacer su vida amorosa; mientras que su hija mayor tratará de encontrar su lugar en el multiverso político y su hijo menor comenzará a adentrarse en el mundo adulto. En ese contexto, se encontrarán con Talulah, una joven de provincias que decidió emigrar a París en busca de un futuro mejor, pero terminó viviendo en las calles de la capital francesa; un encuentro que más que ser crucial es tangencial, pues apenas tendrá un efecto en sus vidas, pero sí que hará de punto de inflexión. En el momento que Elisabeth y su familia acogen a esta joven, su vida se llenará de luz y sus vidas comenzarán a mejorar, pero no como consecuencia directa de la adopción de Talulah. Así se vislumbran varios de los pilares temáticos y estéticos que sustentan la cinta.

En primer lugar, la ayuda desinteresada al prójimo como pilar social. Durante gran parte de la película, se pinta —con pocos trazos, pero precisos— un telón de fondo político, donde la oscuridad se apodera, poco a poco, del relato; frente a esa decadencia, la mano tendida de una familia conllevará una evolución opuesta a la social, luminosa y feliz, ejemplarizante. Después, lo fortuito del encuentro subraya ese desinterés: podría haber sido Talulah, pero también otra persona. No hay una lógica ni una relación causa-efecto; solo empatía. Luego, el desarraigo es algo universal y, por tanto, esa empatía debería serlo también. Quizá la persona más obviamente desarraigada sea Talulah, tanto como personaje como narrativamente, pues entra y sale de la película casi a placer, como si estuviese a la deriva; sin embargo, la familia también se encuentra en un momento de desarraigo, particularmente la madre, y, por ello, el apartamento adquiere una dimensión simbólica, pero, al final, todo París se encuentra en la misma situación que ellos, como muestra una sobreimpresión del rostro de Talulah sobre la ciudad. Y es con ese abrazo a la fluidez en las estructuras sociales, de esa familia extraña y no normativa, Hers esquiva la bala de reaccionarismo que, por momentos, coge demasiado cuerpo.

Por último, la luz. En Una bonita mañana, Mia Hansen-Løve y su director de fotografía, Denis Lenoir, conjuraron un mundo visual con la luz que te da la cercanía a la muerte, así una iluminación suave y colorida daba una nueva vida a todos los objetos, a todas las personas, a todos los lugares y a todos los instantes. Mikhäel Hers y Sébastien Buchmann logran un resultado similar (imagen suave y granulidad, colores cálidos, montaje y estructura que se fundamentan a través de escenas casi independientes entre sí) desde una aproximación distinta. La dicotomía entre la luz y la oscuridad —entre la familia y la política— está, pero encuentra su mayor fuerza en la nostalgia por un pasado luminoso que parece haberse perdido. Y el cineasta parece ser consciente de ello, pues inserta fragmentos grabados en vídeo —presuntamente realizados por él mismo en su adolescencia— para generar una distancia con lo narrado, de igual forma, aunque con menos fuerza, que la preciosista fotografía en blanco y negro en Belfast o la animación en rotoscopia en Apolo 10 1/2.

La inmersión que hace Mikhäel Hers en los años 80 es más sensorial («impresionista» dice él) que racional o histórica. Tampoco es nuevo, pues la nostalgia está más ligada a la réplica de sensaciones y emociones que a las representación auténtica de un momento pasado; en ese sentido, Los pasajeros de la noche se siente parecido a Soñadores u otras cintas similares, con esa esperanza que otorgamos al pasado (y no al futuro) y con esa sensación final agridulce por haberse terminado. Pero sí es una aproximación poco ortodoxa, pues el cineasta se abandona a ese cine «para vivir». De esta forma, el París de los años 80, ese París de radios nocturnas y cines de barrio, se convierte un lugar mítico, una suerte de Arcadia feliz a la que volver a través del cine, un mundo ideal antes de que este se fuera a la mierda.

Adso Films

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