Ficha técnica:
Título original:
Nightmare Alley
Director:
Guillermo del Toro
Duración: 104 min
País: Estados Unidos
Idioma: Español
Intérpretes: Bradley
Cooper, Rooney Mara,
Cate Blanchett, Toni
Colette, Ron Perlman
Willem Dafoe, Richard
Jenkins

Sinopsis: A finales de los años 30, Stanton Carlisle es un hombre que trata de forjarse un futuro prometedor. Empezará a trabajar en un circo, donde se apropiará de diferentes talentos y donde conocerá a Molly, una joven ingenua, con la que se marchará a la ciudad a realizar un exitosos espectáculo de mentalismo. Pero, no satisfecho, Stanton se aliará con una psicóloga llamada Lillith para crear un peligroso entramado para alcanzar el mayor éxito posible.
Crítica:
Guillermo del Toro siempre ha sido un cineasta que ha mirado el mundo a través de los monstruos. Desde Cronos a La forma del agua, pasando por Hellboy, El laberinto del fauno o El espinazo del diablo, los monstruos le han servido como catalizador para explorar las miserias y las bondades del ser humano. Su nuevo largometraje, El callejón de las almas perdidas, continúa esa línea, si bien no de forma tan explícita como en su filmografía previa.
La nueva adaptación de la novela homónima de William Lindsay Gresham surge, como el propio libro, de la necesidad de su autor de sacarse algo de dentro. En el caso del literato, se trataba de la imagen de un borracho que comía pollos y serpientes vivas a cambio de dinero o más alcohol, vista durante su estancia en España con las Brigadas Internacionales y que le horrorizó durante años; en el caso del remake cinematográfico, la obra surge de la mezcla entre un acto de amor crítico del director hacia la película y la novela y su resonancia con los tiempos actuales.
Guillermo del Toro se adentra, tras su oscarizada aventura en el melodrama, en el cine negro por primera vez en su carrera y lo lleva a sus raíces: el cine de terror y los fantasmas morales del sueño americano. El horror se logra por dos vías: por un lado, el pesimismo existencial con el que se mira al ser humano; y, por otro, el hecho de que un relato situado en los escombros de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial siga siendo actual hoy en día; quizá más que entonces. Porque, es cierto, hoy sería más difícil encontrar un engendro comiendo pollos vivos y serpientes en una carpa, pero, hoy en día, hay muchos Stantons. La espiral de codicia puramente capitalista se une a la compraventa de datos personales de terceros para el beneficio propio y a la posverdad, donde los límites entre la verdad y la mentira se han difuminado. Estos dos elementos estaban ya, tímidos, en la película de 1947, pero aquí adquieren un particular peso temático, desarrollándose a conciencia, pues, en la actualidad, son los pilares sobre los que se asienta el capitalismo, que, a su vez, se revela como un sistema económico que explota y elitiza las formas de las clases más bajas.
Y es en esa traición a la tradición, tanto a la familiar (el asesinato de su padre) como a sus orígenes (Pete, Zeena y el circo que le acoge), aquello que provoca la caída de Stan en última instancia, pues termina creyéndose sus propias mentiras. Quizá por eso Guillermo del Toro continúa realizando fábulas morales, recogiendo el testigo del relato oral popular y adaptándolo al siglo XXI.
Quizá uno de los mayores cambios -pues en líneas argumentales y estructurales se mantiene bastante fiel a la película original- es el final, eliminando la redención y la felicidad, creando un círculo fatalista a través del cual el protagonista descubre a su verdadero yo; un final que se relaciona directamente con la conclusión de la (quizá) mejor película circense, La Parada de los Monstruos (Tod Browning, 1931). Como decía al principio, esta película es una película de monstruos y, como Guillermo del Toro ha defendido toda su carrera, el verdadero monstruo es el ser humano, pero, a diferencia del resto de su filmografía, En el callejón de las almas perdidas no hay elementos sobrenaturales, solo los humanos y sus falsas fantasías. En ese sentido, el análisis de la humanidad resulta más pesimista que en La forma del agua, donde aún se vislumbraba algo de luz en la mirada del cineasta; sin embargo, aquí, todos los personajes, incluso los más puros como Molly o Zeena, están abocados a la perdición y al dolor. No hay espacio alguno para el idealismo, representado a través del arco de Molly, ni para la honestidad, encarnada en Zeena; solo hay crueldad y violencia, la espiritualidad solo tiene presencias corruptas y la mentira se revela como el único ascensor social. Y es esa inmensa desolación, pese a lo maniqueo de la propuesta, donde el terror golpea con todas sus fuerzas.
El papel de las mujeres también evoluciona ligeramente, si bien mantienen caracterizaciones similares. A diferencia de la película de Edmound Goulding, Zeena tiene un carácter maternal, Molly no es la responsable de la perdición, mientras que Lilith es una femme fatal más implacable e independiente. Y a diferencia de su antecesora, esas tres mujeres marcan una estructura progresiva en función de la decadencia moral que se permite Stanton. Es, precisamente, esa estructura, tan fiel a la primera adaptación y a la vez tan dispar, el principal obstáculo de la película, que se alarga en sus primeros actos -en la presentación se hace más llevadero por la iconicidad del ambiente circense, que se pierde en su llegada a esa Nueva York de despachos- y termina abultando el minutaje final. En ese sentido, la (magnífica) interpretación de Bradley Cooper -quien sostiene en gran medida el peso de la cinta-, tan contenida en su búsqueda de la evasión del pasado y del verdadero yo de su personaje, que puede resultar hermética y contribuir a que la cinta se haga cuesta arriba.
Guillermo Del Toro aborda el género de forma personal, adoptando y adaptando las ideas que más le interesan (el fedora, el fatalismo, el claroscuro, la mujer fatal) e hibridándolas con otras influencias para generar, como suele acostumbrar un universo particular; con una puesta en escena que sigue la línea de lo mostrado en La forma del agua, pero avanzando en el preciosismo y el barroquismo de la imágenes y volcándose en la luz como principal herramienta expresiva. El gusto por los detalles y el cuidado por el arte, el vestuario y el maquillaje, marcas de la casa, siguen estando presentes, pero desprendiéndose de ese carácter supernatural y acercándose al realismo. Un realismo que no es tal, pues se encuentra barnizado por el carácter fabuloso y negro de la historia.
El callejón de las almas perdidas es un remake que ahonda en conceptos planteados en la película de Edmound Goulding; es una película hecha con amor y cariño sobre el mundo cruel y amoral que deja el capitalismo a su paso; y es una fábula moral humanista que explora, como nunca en su carrera, lo monstruoso del ser humano.