Ficha técnica:
Título original: Alcarràs
Director: Carla Simón
Duración: 120 min
País: España, Italia
Idioma: Catalán
Intérpretes: Jordi Pujol Dolcet,
Anna Otín, Xenia Roset, Albert
Bosch, Ainet Jounou, Josep
Abad, Montse Oró, Carles
Cabós, Berta Pipó

Sinopsis: Durante generaciones, la familia Solé, cultiva una gran extensión de melocotoneros en Alcarràs, una pequeña localidad rural de Cataluña. Pero este verano, después de ochenta años cultivando la misma tierra, puede que sea su última cosecha.
Crítica
Otro verano más tratado por Carla Simón. En este caso el de la última cosecha de una familia arraigada a su campo. La segunda obra de la cineasta catalana sigue la estela de Verano 1993, intimista, pausada y con un lugar especial para las cuestiones de la familia y de la memoria.
Las emociones son el elemento central en la obra de Simón. Una mirada influida por el neorrealismo y basada en la experiencia personal pero que es llevada más lejos. Carla Simón trabaja premisas inspiradas en su vida y su familia, pero sin que la narración quede supeditada a su experiencia. Carla Simón se entrega a sus personajes y a sus sentimientos. Y en esa entrega pone sumo cuidado en los actores. Se nota el trabajo previo al rodaje, la preocupación y la dedicación por generar vínculos reales. Cuando Mariona mira a su abuelo y cierra la puerta del salón para que deje de oír la conversación en la que su madre y su tía hablan de los conflictos de la familia, Mariona no solo mira a su abuelo, lo ve. La familia Solé parece una familia real, porque su directora ha luchado por crear lazos verdaderos y profundos antes del rodaje. Un realismo íntimo, interior.
Tras su opera prima narrada bajo el punto de vista de la pequeña Frida, Carla Simón apuesta por una narración colectiva; un salto arriesgado que podría haber resultado nefasto. Debido a esa naturaleza coral, es complicado profundizar en cada uno de los personajes y sus relaciones; sin embargo, la directora lo logra magistralmente. A través de esas emociones ya mencionadas, los sentimientos definen a los personajes. Y a pesar de no conocer cada detalle de ellos, les conocemos en profundidad. Entendemos su esencia. La familia se presenta como refugio de las adversidades. Pero al mismo tiempo, la familia es nido de roces y disputas. Los Solé no van a poder seguir cultivando las tierras que siempre han cuidado como propias. Solo encuentran consuelo en la unión familiar y en la cotidianeidad. Pero al mismo tiempo vuelcan sus frustraciones en la familia. Viñetas del día a día se entremezclan con discusiones y enfados alimentados por la falta de comunicación. Niños robando sandías y unos caracoles asados contrastan con una pelea paternofilial y unos tortazos bien dados. Los problemas no se afrontan hablando. Finalmente el verdadero conflicto de la historia de la familia Solé no es perder sus tierras, esto es solo el detonante, sino su incapacidad de comunicarse.
Sin pretenderlo en un principio, la directora genera un discurso político muy fuerte en torno a la reivindicación agraria. Sigue la línea de su primera obra, donde lo político (en Verano 1993 la cuestión del VIH) surge de lo íntimo. Lo colectivo se comprende a través de individuos concretos. Un relato humilde y familiar se convierte en algo mayor, una crítica hacia el rechazo a la agricultura, a la tradición, a las raíces. La tecnología está acabando con oficios milenarios y ahogando a las personas que quieren heredar estas profesiones y son clave en sus identidades. Las grandes empresas ahogan a los pequeños productores y les obligan a dejar atrás parte de su ser. La situación es límite y genera escenas como la de la manifestación. Las lágrimas de Quimet son reales. Son la frustración y la impotencia de los campesinos. Son el dolor por la presión que sufren por abandonar el campo. Son raíces arrancadas de su tierra.
Carla Simón se caracteriza por hacer un cine marcado por el recuerdo (tema que reiterará en su próxima película Romería), sin embargo es capaz de centrarse en el presente de la narración sin caer en esa mirada melancólica con la que se tratan este tipo de obras. El relato coral permite ese distanciamiento de la memoria más estrictamente personal y la arraiga en la colectiva, sirviendo la cinta como registro de un último eco a punto de perderse, un canto de cisne de un modo de vida que no tiene hueco en el presente.