Atlàntida Film Fest 2022 (IV)

Y hasta aquí nuestra cobertura de la edición online Atlàntida Film Fest 2022. Más de 100 películas que se han podido disfrutar gracias a Filmin. Desde la enigmática y críptica Earwig hasta los documentales combativos Hacia mi nombre, Futura o Diarios de Myanmmar, pasando por comedias como Girl Picture, Kung Fu Zohra o Cop Secret, thrillers de reivindicación social como Farha o America Latina, musicales marianos como Tralala o rapeados como Other People u obras más experimentales como The timekeepers of eternity o After Blue; una pequeña muestra de la diversidad que circula por Europa bajo el radar. Este año es el primero con concurso en la Sección Oficial, cuyo ganador resultó ser Samuel Theis con Softie, una película que, para bien y para mal, puede resumir el espíritu del festival. Esta edición, sin lugar a dudas, ha sido mejor que la anterior, que a su vez fue mejor que la anterior, que a su vez… No obstante, aun queda mucho camino por recorrer y el modelo híbrido es, como se ha señalado en alguna reseña, una navaja de doble filo con la que tener cuidado. Por último, no queremos dejar sin destacar y agradecer que un festival español, que cada vez es más importante, se muestre tan volcado y comprometido, además con diversas causas sociales, con la juventud, con sus temas, con sus obras y con sus formas. Solo queda esperar que el 2023 sea aun mejor.

After Blue (Bertrand Mandico)

¿Qué pasa si se mezcla un mundo de inspiración pulp y explotation con una voluntad entre lo experimental y lo lisérgico? Esa parece ser la pregunta que pretende responder Mandico con After Blue, una película que se mueve de forma irregular entre ambos mundos. La trama se podría resumir así: en el planeta inventado que da nombre a la cinta solo existen las mujeres y Roxy y su madre tendrán que ir a buscar y capturar a la forajida Kate Bush. Excesivamente verborraica y con unas pretensiones que no terminan de consumarse, la obra se regocija en lo extraño y en lo barato, en lo pasado para (intentar) hablar del futuro. Es precisamente en su pulsión por lo diferente tan exacerbada que se adentra en los terrenos del deseo que parece asomar en los márgenes del cine francés de festivales —el nombre de Julia Ducournau está ahora en boca de todos, pero en este Atlàntida también se ha visto Heartbeast—, donde encuentra su sentido. Frente al caos provocado, la iconografía del weird western nos recuerda que la última frontera se cruzó tiempo atrás y que, al mismo tiempo, aún está por cruzar.

After Blue es café para cafeteros; y quizá no encuentre un sentido en la televisión. Es una película anacrónica, como salida de un cine de arte y ensayo de los años setenta (El Topo de Alejandro Jodorowsky ha sido la principal referencia a través de la cual se ha intentado explicarla), con muchos de sus dejes y algunas de sus virtudes, que al tiempo parece conectar en profundidad con un espíritu contemporáneo: el del reciclaje pop, el de la ironía posmoderna, el de la repetición nostálgica de formas pasadas y el de la reivindicación de la experiencia artística. No estaría demasiado lejos, en ese sentido, de Maligno (James Wan, 2021) o The Love Witch (Anna Biller, 2016). Es una película valiente en tanto se lanza a una producción que, a primera vista, está tan alejada de los estándares estéticos de la crítica y del público —repito: a primera vista—; pero también es una película que recontextualiza una iconografía de carácter popular en formas y objetivos de un prestigio sociocultural más elevado (¿por qué nadie reivindica el cine de explotación actual o su equivalente? Siempre se trata del pasado). No en vano el Incoherence Manifesto que el director firmó junto a Katrin Olafsdottir, y al que esta película se adscribe, recuerda a los manifiestos vanguardistas, particularmente al dadaísta en su voluntad anárquica y transgresora, pero también se acerca mucho al Movimiento Dogma 95 de Lars Von Trier y Thomas Vinterberg por su énfasis de la prohibición. Es, por tanto, una película que funciona mejor sobre el papel que en su desarrollo, una obra que se entiende mejor leyendo la cartela que observándola, pues importa más el acto (artístico) que el resultado. La película y su director se revelan terriblemente románticos, en fondo y forma, no muy diferentes de aquello de lo que pretenden distanciarse, pero con una pátina intelectual y teórica que facilita el acceso desde determinadas esferas. Es una película que se entiende mejor en un museo de arte contemporáneo, rodeada de obras con las que está estrechamente emparentada; pero que, en la industria cinematográfica, tiene la potencialidad de convertirse en una isla a la que llegarán, con más facilidad, muchos admiradores. Y por eso se recordará, si no acaba aplastada por la era streaming. Jorge Sánchez.

Animals (Nabil Ben Yadir)

La historia de esta película belga está basada en el caso real del asesinato de Ihsane Jarfi, primer crimen homófobo registrado a nivel jurídico en el país. Animals es una propuesta extremamente incómoda por su violencia y su relación con la realidad. La cinta se construye casi en su totalidad por planos secuencia de seguimiento hacia el (los) protagonista(s). Por su desarrollo, puede sugerir la crudeza que se aproxima; las partes sobre las que se construye la película, crean un ritmo y progresión interesante pero dificultan su visionado, ya que hacia la mitad de su metraje alcanza una dureza superlativa. La decisión del director es terriblemente dolorosa (aunque también comprensible), la imagen se ensaña en el horror, resultando difícil no apartar la mirada: unas grabaciones de móvil —que se eternizan— registran la tortura a la que los agresores someten al protagonista. Queda la duda de si la voluntad que prima es la social o aquella vinculada con el ámbito estético/intelectual, dando mayor importancia a la provocación. Partiendo de la denuncia de la homofobia, la película se convierte más bien en una reflexión sobre los límites de la representación. María Valdizán Cuende.

As far as I can walk (Stefan Arsenijevic)

En la hipocresía del primer mundo, donde las personas ajenas a él son simplemente un número más en esas noticias, donde la tragedia se maquilla con las estadísticas de la muerte, películas como As far I can Walk son necesarias para dar visibilidad al gran problema europeo donde los refugiados vagan entre centro y centro de confinamiento en la Europa contemporánea. Al igual que Mediterráneo (Marcel Barrena, 2021), Atlantique (Mati Diop, 2019) o Fear (Ivaylo Hristov), Stefan Arsenijević ponen el foco en los olvidados del conflicto, los propios refugiados, aquellos que exponen sus vidas en pos de una vida mejor y que caerán en la sinrazón de los procesos migratorios. Conoceremos de primera mano cómo se sobrevive en los duros y organizados campos de refugiados, donde los emigrantes del África subsahariana intentan obtener el permiso de residencia; y transitaremos entre esos países de paso como Serbia o Hungría donde el tráfico humano es un negocio especulativo en el cual nunca sabrás si alcanzarás el próximo destino. Un mensaje humano y conmovedor donde la historia de Strahinja y Ababuo es una metáfora de la vida y la muerte donde la libre e impulsiva África intenta sobrevivir dentro de la inmovilista y conservadora Europa. Carlos Garries.

The Devil’s Drivers (Daniel Carsenty y Mohammed Abugeth)

Nueve años de trabajo, de observación participante, con una cámara como la unica herramienta necesaria para registrar la perspectiva —casi nunca vista— del conflicto árabe—israelí, el palestino. Al igual que la documentalista colombiana Marta Rodriguez en su monumental Chircales (1972), los directores Mohammed Augeth y Daniel Carsenty se integraron en la comunidad del pueblo de Yatta, al sur de Hebrón, y, desde allí , nos relatan el día a día de los «Devil’s Drivers», un grupo de conductores que se juegan cada día la vida transportando ilegalmente a trabajadores palestinos desde Cisjordania a los terrenos ocupados por Israel, donde estos obreros realizaran trabajos tan peligrosos como fontanería, albañilería o electricidad.

El contemplar esas carreras hacia la muerte de sus protagonistas, buscando esas brechas en los 500 km. de muro bajo vigilancia que forma la frontera entre Cisjordania e Israel, tiene el mágico y eterno poder de la imagen, convirtiendo al documental en la herramienta de información necesaria para conocer el acoso al cual se somete diariamente al pueblo palestino.

The Devil’s Drivers muestra a los verdaderos protagonistas y testigos de los conflictos que se plantean. Montamos en esos vetustos vehículos que intentan sortear a través de duras carreteras de piedra y arena y en los equipados todoterrenos israelíes, un auténtico reality de una nueva versión de Fast & Furious, en los que transpiramos auténtica adrenalina, porque allí lo que se está jugando es la vida de personas con familias que lo único que desean es intentar sobrevivir en ese mundo hostil. Carlos Garries.

El paraíso del pavo real (Laura Bispuri)

Una familia se reúne para el cumpleaños de su matriarca, pero los secretos guardados durante años, las mentiras y un pavo real llevarán a un resultado explosivo. No hay mucho —salvo el detalle del ave en un pequeño piso de la costa italiana— de lo que ocurre en El paraíso del pavo real que no se haya dicho ya; es más, seguramente se habrá dicho mejor. La cámara en mano y el control de Laura Bispuri sobre las diferentes subtramas hace que la experiencia sea (aún) más tensa y entretenida, al tiempo que el humor, la ternura con la que las directora trata a sus personajes y los momentos más cercanos al absurdo o al surrealismo proporcionan las suficientes inflexiones el relato para que este no se vuelva asfixiante; mientras, la fotografía de tonos cálidos se acerca al recuerdo, a la nostalgia que nos inunda el cuerpo cuando vemos una vieja fotografía familiar. Y esa es la lógica que parece imperar a lo largo de la cinta; no tanto porque las decisiones que toma la directora no sean racionales, que lo son, sino que generan un pequeño caos controlado que, como Licorice Pizza (Paul Thomas Anderson, 2022), parece regirse por una organicidad de los sueños y las memorias. Y a eso la directora llega con sorprendente naturalidad. El espectador se asoma al peor día de las vidas de estos personajes, cuyos arcos y tramas se encuentran abiertos al inicio de la cinta y que no terminan de cerrarse al final. De la misma forma, no hay un mensaje obvio que se en el argumento o se subraye a través de los diálogos; es algo mucho más simple y complicado. Ante todo, El paraíso del pavo real es una celebración de la familia: de las familias extrañas y diversas, de las familias imperfectas, de las familias pese a todo, del poliamor, del amor y de los amores. De pavos reales que corretean por un pequeño piso de la costa italiana. Jorge Sánchez.

Inventory (Darko Sinko)

Boris, un hombre tranquilo con una vida estándar —hasta aburrida—, es disparado en su propia casa. Recibiendo los disparos pared y mesa y sin salir herido el protagonista, este se enfrenta ante una situación inesperada: alguien le quiere muerto. Inventory es un thriller psicológico particular, pequeñas pinceladas de humor negro se incorporan a un relato que se aleja de la investigación policial y aborda la confusión de un hombre que no encuentra motivo aparente del ataque. La premisa y el desarrollo son sencillos, pero son manejados de forma inteligente —lo que resulta aún más valorable al tratarse de una ópera prima—, transformando la paranoia y la trama detectivesca en una revisión del propio protagonista, que se cuestiona si su autoimagen es diferente a la que tiene el resto sobre él. La confianza se transforma en el cuestionamiento de si mismo y de su círculo cercano, Boris se enfrenta a la misma vida de siempre, pero ahora parece nueva, en una sensación continua de extrañamiento de lo cotidiano. En este sentido a veces recuerda al cine de Yorgos Lanthimos, no tanto a nivel actoral, si no por la presencia contante de la ironía y unos espacios fríos que crean un ambiente deshumanizado. El enfoque existencialista es crucial en un resultado donde las preguntas no solo mantienen el suspense, si no que invitan a reflexionar sobre uno mismo y la sociedad actual. María Valdizán Cuende.

Hacia mi nombre (Nicolò Bassetti)

“Una transición de género es uno de los actos inofensivos más subversivos. Por ello, tenemos que llenar el mundo de historias propias, únicas, incluso radicalmente diferentes las unas de las otras”. El documental italiano apadrinado por Elliot Page recoge las vidas de cuatro jóvenes trans, sus reflexiones, su cotidianeidad y sus infancias en un viaje delicado y sincero por las luces y sombras de su identidad. Comenzando y finalizando con el horizonte de la ciudad, el documental señala la sensación de soledad a través de la metáfora del espacio y los astronautas, pero también lo sitúa como un manifiesto de esperanza: la posibilidad de un futuro y un proyecto de vida. Los cuatro chicos relatan momentos clave de su niñez y sus luchas presentes (médicas y burocráticas), revelando una sociedad incapaz de diferenciar entre orientación sexual, expresión de género e identidad. En su comprensión de sí mismos y de lo que les hace diferentes, se identifican fuera de un binarismo establecido también queriendo alejarse de algunos valores dentro de la masculinidad en la que se reafirman.

Hacia mi nombre es una exploración de la diversidad a través de la empatía, motivada por la experiencia personal del director respecto a la transición de su hijo. De esta manera, Bassetti se adentra en las teorías queer y explora el género como construcción social: ¿y si las personas trans no fueran personas que cambian de sexo, si no que eligen un nombre? —incluso a veces, un nombre les elige a elles. María Valdizán Cuende.

Marina y Ulay: sin final previsto (Kasper Bech Dyg)

Más allá de los museos o galerías de arte, las performances se convirtieron, desde sus primeros pasos en la primera Feria Internacional Dadá en Berlín en 1920, en ese espectáculo vanguardista donde los cuerpos, expresiones y acciones se convertían en el lienzo artístico del autor. Marina Abramovic y Ulay fueron dos de los artistas que evolucionaron la performance hacia el lenguaje contemporáneo, convirtiéndose en una de las parejas de performers más influyentes de finales del siglo XX. Con sus series de obras llevaron hacia límites de tensión impactantes nunca vistos ni sentidos, ni compartidos hasta ese momento, entre el artista y el espectador.

Marina y Ulay se reencuentran delante de una cámara después de 30 años —habrá que olvidar ese emocionante reencuentro en el MoMA, entonces— donde los amantes y compañeros artísticos se dieran su último adiós, después de completar una última colaboración al recorrer toda la Gran Muralla China desde extremos opuestos para finalmente encontrarse en el medio. Una conversación dura y honesta a través de la cual iremos repasando las históricas performance que realizaron desde los años 70 hasta 1988 pero también descubriremos su vida como pareja donde “descubrieron el cielo y el infierno” y que finalizó por el agotamiento entre esas dos potentes personalidades. Y realmente eso es lo que destila el film dirigido por Kasper Bech Dyg, el compromiso y la personalidad de dos artistas que deseaban impactar y experimentar con sus creaciones artísticas en las que la crítica social estaba siempre presente. Indispensable. Carlos Garries.

The Score (Malachi Smyth)

Malachi Smyth nos trae una película especial en lo que a la combinación de géneros y estilos se refiere. Una cafetería de carretera un tanto aislada ,pero con un ambiente bastante familiar, como único escenario, aloja una peculiar trama musical, romántica y criminal. The score está narrada de manera original, condensando un romance, un golpe y una traición en un solo día. Con solo tres personajes principales y varias apariciones breves, pero que aportan naturalidad y dinamismo a una historia que por lo general –exceptuando las escenas de acción– se desarrolla de manera lenta.

Una obra diferente en cada uno de los géneros que toca. En cuanto al thriller y el suspense, la película comienza fuerte con una tensión que pierde fuerza en el tramo medio de la historia para volver a recuperarla al final, haciendo uso de recursos fáciles (la pantalla partida) para crear un ritmo mas ágil. Respecto a lo musical, se compone de melodías muy bonitas cantadas por voces que se compenetran a la perfección, dejando muy de lado el baile que normalmente acompaña a las canciones en los típicos musicales. Y, por último, tenemos el romance como protagonista la mayor parte del film, contándonos y desarrollando una historia de amor en solo doce horas (aproximadamente). Esta mezcla, aunque original y acertada en muchos momentos, resulta poco efectiva a la hora de crear una historia con ritmo, sin que algunos momentos puedan ser pesados y largos. Judith Pérez.

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