En Promethea, Alan Moore afirmaba que el apocalipsis lo traería una mujer, encarnación de la imaginación. En esa línea se mueve Sarah Polley, actriz convertida en directora, cuando escribe el rótulo que abre la cinta: «Lo que sigue es un acto de imaginación femenina».
No se trata de una declamación novedosa —gran parte del cine feminista que se viene haciendo desde las décadas de los 60 y 70 se ha configurado en torno a esa pregunta— ni de una afirmación que pueda escapar con facilidad de lo coyuntural—es difícil entender esta película fuera del contexto del #MeToo y la respuesta de Hollywood a la cuarta ola feminista—, ni de una frase que solo pueda enunciar Sarah Polley. Su poder, sin embargo, no se ve revocado por estas cuestiones contextuales. Más bien casi al contrario, pues la cineasta parece estar comentando sobre el debate feminista actual más que incendiar el sistema a través del cine. No en vano, estamos ante una película donde las mujeres ya hablan; solo van a decidir sobre su futuro.
Como en She Said (Al descubierto, Maria Schrader; película con la que comparte productor, Brad Pitt, en lo que parece ser un intento de oportunismo, lavado de cara o ambas por parte del actor y productor de 12 años de esclavitud), se otorga mucho poder a la palabra, tanto temática —el habla como forma de poder— como formalmente. Ya desde su título y su sinopsis, estamos avisados que esta va a ser una película de corte teatral, con pocos espacios y personajes y un gran preeminencia de los diálogos y las actrices. No obstante, Sarah Polley despliega diversos matices —la importancia no solo de la palabra escrita/hablada, sino también del dibujo y las imágenes y su mezcla con el verbo; el hombre trans que no habla— que llevan esa temática más allá del mero eslogan.
No es sutil y tampoco lo pretende. Con 12 hombres sin piedad como referente conceptual —un grupo de personas se encierran en una estancia para tomar una decisión—, estamos ante una película de tesis, donde la reflexiones se enarbolan de forma explicita, con subrayados a veces, y cobran vida gracias a que, en el epicentro, están las intérpretes. A diferencia de la cinta de Lumet, Women Talking no esconde su espíritu panfletario (en el mejor de los sentidos). Así, la sororidad frente a la violencia se erige como tema principal y, desde esa posición, se estudian las diversas reacciones, individuales y conjuntas, de las diferentes mujeres; la acompañan temas más o menos secundarios como la posición de los hombres en ese futuro o la educación como pilar de la sociedad.
Pero esa frase inicial también responde a porque la novela que adapta está construida como respuesta a un hecho real ocurrido en Bolivia a principios de siglo, una respuesta que solo podía ocurrir en la ficción. Y, por ello, la cinta te recuerda, de forma sutil, en todo momento que es una película: la fotografía desaturda, la presencia constante de la música, los diálogos teatrales, lo artificioso de algunas escenas… No todas funcionan y, a veces, uno tiene la sensación que la película se queda corta, formalmente hablando; que se apoya demasiado en el momento para ser relevante; y que, al final, detrás de esas imágenes y de esa retórica, no está la gran película que el concepto se merece.
Además, Women Talking corre el peligro que, por su localización en una comunidad religiosa claramente desvinculada del grueso de la sociedad, la crítica a la sociedad actual se diluya, que, por construirse desde las ideas y no desde una visión del mundo actual concreta, pueda parecer más gruesa que precisa. No obstante, hay dos aciertos que elevan la película: en primer lugar, la indefinición temporal. La película está situada en el 2010, nos informa el censista, y, sin embargo, parece estar ubicada fuera de cualquier tiempo —algo a lo que las imágenes ayudan. Y, en segundo lugar, la iconografía del western (la caravana) narra la búsqueda de esa última frontera —explicitada en los planos finales, junto al recién nacido de la protagonista—, del establecimiento de la civilización y los valores democráticos, que aún están por llegar. Y es esa reapropiación del género estadounidense, masculino, libertario y de carácter inherentemente violento y poco dialogado por excelencia, que hace del nuevo largometraje de Sarah Polley una de las cintas más interesantes e imperfectas de la temporada.
Quizá cabe mencionar que, para Moore, el apocalipsis no es el fin del mundo, sino los cambios que condicionan de forma irrevocable nuestra mirada hacia él.
Título original: Women Talking Duración: 104 min País: Estados Unidos, Idioma: Inglés Directora: Sarah Polley Guion: Sarah Polley, basado en la novela ‘Ellas hablan’ de Miriam Toews Productores: Emily Jade Foley, Dede Gardner, Jeremy Kleiner, Lyn Lucibello, Fances McDormand, Brad Pitt Fotografía: Luc Montpellier Montaje: Christopher Donaldson, Roslyn Kalloo Música: Hildur Guðnadóttir Intérpretes: Rooney Mara, Judith Ivey, Emily Mitchell, Kate Hallet, Liv McNeil, CLaire Foy, Shiela McCarthy, Jessie Buckley, Michelle McLeod, Kira Guloien, Shayla Brown, Frances McDormand, Ben Whishaw, August Winter.
Sinopsis: En 2010, las mujeres que integran una colonia religiosa tratan de reconciliarse con la fe tras haber sufrido una serie de agresiones sexuales.