El vientre del mar

Ficha técnica:

Título original:

El vientre del mar

Director: Agustí Villaronga

Duración: 71 min

País: España

Idioma: Catalán

Intérpretes: Roger

Casamajor, Òscar Kapoya,

Maminu Diallo, Amand

Buika, Marc Bonnin

Filmin

Sinopsis: Junio de 1816. La fragata Alliance, de la Marina francesa, embarranca ante las costas de Senegal. Como los botes disponibles para la evacuación no son suficientes para acoger a todos los tripulantes, se construye una precaria embarcación en la que obligan a subir a 147 hombres, abandonando la balsa a su suerte. El hambre, la inclemencia del mar, la locura y una lucha encarnizada se desata en aquella balsa a la deriva. Un horror que duró días y días. De esos 147 hombres sólo nueve lograron salvar sus vidas. Entre ellos estaban Savigny, un oficial médico implacable y Thomas, un rebelde marinero raso. Enfrentados, viven esos hechos mostrando diferentes actitudes para sobrevivir. Un escenario donde mostraron la mayor de las crueldades y la más dulce de las piedades. 

Crítica:

El análisis iconográfico de La balsa de la Medusa de Théodore Géricault suele interpretar el cuadro como un retrato de la sociedad, aquello que queda de la sociedad-navío como reacción a un momento de crisis. En él se representa el naufragio real de la fragata francesa Méduse, que encalló frente a las costas mauritanas en 1816, forzando a parte de la tripulación (150 personas) a permanecer a la deriva durante 13 días hasta su rescate accidental por otro navío.

Agustí Villaronga, como Gericault, parte de la realidad. Más bien, se inspira en ese mismo hecho real pasado (el naufragio de la fragata Méduse, aquí llamada Alliance) para traerlo al presente y hablar de otra realidad (la crisis migratoria en el Mediterráneo). El retrato que hace de nuestra sociedad no es favorable: una sociedad dividida y enfrentada, una sociedad cobarde y amoral y una sociedad que se cree superior al mar. No obstante, el director de Tras el cristal no pretende quedarse en los pantanosos terrenos políticos y sociales, sino que busca un hondo discurso filosófico, de claro corte romántico, sobre la condición humana a través de su sublime enfrentamiento contra la naturaleza, bella, terrible, inmutable.

Como los náufragos de La Medusa, los supervivientes se enfrentan a los fantasmas de la locura. En el lienzo, la disposición de las figuras muestra un espectro que va desde la muerte hasta esa alegría ante la posibilidad de la salvación; mientras que en la película, es Savigny quién recita, una y otra vez, un mantra con las diez fases de la locura. Y, como en el cuadro, la esperanza (la bandera en lo alto de la composición / el timonel Thomas) y la desesperanza (la ola que se cierne / el cirujano Savingy) conviven. No sabemos cuál será el futuro, pero existe una dialéctica entre opuestos; una dialéctica entre opuestos que también se puede interpretar de múltiples formas (moral y pragmatismo; emoción y razón; verdad y mentira; clase baja y alta; la realidad y la versión oficial); y una dialéctica entre opuestos que da lugar a uno de los duelos actorales del año, a cargo de Roger Casamajor y Òscar Kapoya.

La gran diferencia viene marcada por su adscripción a diferentes medios, lo cual no es extraordinario; sin embargo, permite a Villaronga jugar y experimentar. Los acercamientos al documental, la introducción de grabados (y una imagen de la propia La Balsa de La Medusa) o la imaginería más abstracta para intentar captar la belleza terrible del mar se desarrollan y yuxtaponen gracias a la dimensión temporal del cine. Pero nada destaca tanto como la particular mezcla del teatro y el cine: con toques de fantasía, alucinación o ambas (propios del cine de Villaronga), gran parte del metraje se divide entre la realidad (la balsa en el mar abierto, los juzgados,…) y varios decorados interiores, cercanos a una puesta en escena de una obra teatral, que centran la atención en los personajes. Y es la fusión tan fluida y orgánica entre todas esas capas aquello que crea un obra de una gran carga tan poética, dramática y expresiva.

Y, a diferencia del lienzo, aquí no hay colores. Predomina un potente blanco y negro (con algunas escenas a color beige desaturado) que oprime a los personajes y los atrapa en un tono pesado y frío, al tiempo que otorga unas extraordinarias texturas que conjugan con la representación del mar, cercana a la abstracción.

Y, a diferencia de la obra de Géricault, que se trataba de un cuadro de una actualidad radical sobre un escándalo internacional, Villaronga denuncia una realidad actual que no se quiere ver, un drama humano que no escandaliza.

Filmin

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