Ficha técnica:
Título original:
竜とそばかすの姫
Ryū to Sobakasu no Hime
Director: Mamoru Hosoda
Duración: 122 min
País: Japón
Idioma: Japonés
Intérpretes: Kaho Nakamura,
Takeru Satoh, Kōji Yakusho,
Ryō Narita, Lilas Ikuta,
Shōta Sometani, Tina
Tamashiro, Toshiyuki
Morikawa, Fuyumi Sakamoto,
Kenjiro Tsuda, Mami Koyama,
Mamoru Miyano Michiko
Shimizu, Ryoko Moriyama.

Sinopsis: Suzu es una estudiante de 17 años que vive con su padre en un pueblo. Durante años solo ha sido una sombra. Hasta que entre en «U», un mundo virtual con 5 billones de usuarios, y se transformará en Belle, una cantante de extraordinario éxito. Pero, pronto, su camino se cruzará con el de una criatura misteriosa…
Crítica:
A nadie se le escapa que Belle, el nuevo largometraje de Mamoru Hosoda (La chica que saltaba a través del tiempo, Los niños lobo, Mirai, mi hermana pequeña) presentado por todo lo alto en el pasado Festival de Cannes, es una apropiación personal y en clave anime del relato de La Bella y la Bestia.
Perteneciente a la tradición oral europea, el cuento «original» -si es que esa palabra tiene sentido en este texto- narraba el romance entre una bella mujer y un príncipe convertido en un monstruo violento para trasladar un firme mensaje sobre no dejarse llevar por las apariencias. Una estructura universal que, como apuntan Jordi Balló y Xavi Pérez en su (imprescindible) libro La semilla inmortal, se ha repetido a lo largo de los siglos, anteriores (el rapto de Europa, Cupido y Psique) y posteriores (Cyrano, El fantasma de la ópera, King Kong, Eduardo Manostijeras, Shrek). Esto ha llevado a que, ya en los siglos XX y XXI, sea considerado, en la versión de Madame de Villeneuve del siglo XVIII, como un relato fundacional y ejemplo perfecto de este arquetipo. Un argumento que, en el fondo, habla de la alteridad, de perder el miedo a lo desconocido y, con ello, del triunfo del amor por encima de los prejuicios. A esto hay que añadirle la vuelta de tuerca al relato que dio el clásico animado de Disney de 1991: la expiación de quién es bestia en el exterior porque no es bueno por naturaleza -es decir, la capacidad redentora del amor- y la introducción de un personaje masculino que haga de reverso «humano» a la Bestia. Y sobre esto construye su obra Mamoru Hosoda para hacer avanzar otra vez el arquetipo.
El cineasta usa el imaginario que ha generado la película animada de Disney -pero también de The Matrix, de Blade Runner, de Ready Player One y otras películas de ciencia ficción similares- y que pervive en el subconsciente colectivo para levantar su universo propio, aprovechándose de la capacidad de los remakes para potenciar la forma por encima del argumento como modo de adaptarse a diferentes contextos. El Castillo, La Bestia, Suzu, el mundo virtual como actualización contemporánea del escapismo que los libros ofrecían a Bella son algunos de los ejemplos de ello. Las deudas que el director tiene con sus antecesores son incontables y se cuelan de diferentes formas en la película; sin embargo, el cineasta las usa como trampolín para zambullirse en su propio mundo personal. Las canciones, el mundo (virtual) pop, el día a día de Suzu o la espectacularidad visual sin desentender el cuidado por la introspección son zonas comunes del anime, mientras que temáticas como las amistades juveniles, la familia y los vínculos afectivos -tratadas con un gran humanismo y un punto reivindicativo, fruto de su inspiración en los miedos personales de su vida privada- forman parte del estilo de Hosoda.
Belle es una película de amor, pero no es romántica. Tiene momentos de romance, pero son secundarios. En el corazón de la historia están la empatía y la amistad; el amor por el prójimo. La relación entre Belle y La Bestia es platónica. Se encuentra fuera del mundo físico y opera en el plano de las ideas. No solo por su ubicación, en un primer momento, en un mundo virtual, sino porque, en el fondo, el cineasta está hablando de la necesidad de conectar (emocionalmente) con otros individuos y con la sociedad, y de lo peligroso que puede resultar la negación de esos vínculos afectivos. En esa línea, La Bestia se descubre como alguien incapaz de conectar. Su representación y su historia no dista mucho de las de muchos villanos de la ficción y de la vida real. Y, al contrario que muchas de estas ficciones que terminan de forma violenta o perpetuando esa alteridad a través de la cárcel o la marginación, Hosoda aboga por una resolución pacífica, con la empatía como centro de todo, para descubrir que el otro podemos ser nosotros.
Todo ello en el contexto de Internet y de un mundo hiperconectado que, paradójicamente, ha hecho aumentar sentimientos de soledad, de aislamiento y de odio. En un mundo donde se vive a través de simulacros, de máscaras pop y avatares que, a veces, posibilitan la expresión de las ideas con mayor sinceridad; a veces, permiten ocultar la realidad; y, siempre, resultan hiperbólicas. La imagen que el cineasta nos da del mundo virtual esquiva con maestría la bala del reaccionarismo ludita y muestra un mundo complejo, donde las redes sociales tienen elementos positivos y negativos, pero que siempre tienen una base importante en la realidad -concretamente en la educación familiar- de la que son una proyección.
Lo exhuberante se mezcla con lo cotidiano de igual manera que la animación digital se mezcla con la tradicional o el mundo virtual lo hace con el real. Dualidades complementarias que conforman unidades más complejas: un individuo, la sociedad, la propia película… El resultado es un equilibrio mágico entre el entretenimiento y el cine más personal, entre la aventura, el romance, la ciencia ficción y el drama familiar, entre imágenes que emocionan en sí mismas por su belleza y escenas que conmueven por su significado. Un enrevesado conglomerado de emociones, visiones y melodías que se revela más profundo a través de sus predecesoras y de su sincera conexión con el mundo actual y que satisface con creces la ambición desmedida de Mamoru Hosoda. Una película cuyas imágenes prometen quedarse con nosotros por mucho tiempo.
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