Ficha técnica:
Título original: Elvis
Directora: Baz Luhrmann
Duración: 160 min
País: Estados Unidos, Australia
Idioma: Inglés
Intérpretes: Austin Butler,
Tom Hanks, Olivia DeJonge,
Richard Roxburgh, Helen
Thomson, David Wenhamn,
Dacre Montgomery, Kodi
Smit-McPhee, Kevin
Harrison Jr., Luke Bracey

Sinopsis: La vida y la música de Elvis Presley a través del prisma de su complicada relación con el coronel Tom Parker, su enigmático manager. La historia profundiza en la compleja dinámica que existía entre Presley y Parker que abarca más de 20 años, desde el ascenso de Presley a la fama hasta su estrellato sin precedentes, en el contexto de la revolución cultural y la pérdida de la inocencia en Estados Unidos. Y en el centro de ese periplo está Priscilla Presley, una de las personas más importantes e influyentes en la vida de Elvis.
Crítica:
Cualquiera diría que el hombre que orquestó Moulin Rouge, El Gran Gatsby o Romeo + Julieta, sería el indicado para perpetrar el biopic musical de Elvis Presley. El estilo del director australiano, excesivo, maximalista y puramente barroco, parecía estar en sintonía con la propia figura pública del cantante: los elementos fitzgeraldianos y románticos de la vida de El Rey del Rock’n’roll son diseccionados por el realizador y elevados a la categoría de sueño trágico. Un sueño, no obstante, que no es soñado por Elvis, sino por su manager, el Coronel Parker. De esta manera, comienza un jugoso proceso de identificación —tan discutible como brillante— entre el personaje interpretado por Tom Hanks y Baz Luhrmann.
La película comienza con los momentos previos a la muerte del representante, años después del fallecimiento de Presley en 1977, y será Parker quién cuente, en un estado de ensoñación, la historia del cantante. De esta manera, se cuela la afectación y la alucinación en las estructuras del biopic tradicional, pero sin terminar de explotarlo ni subvertirlo. Salvo en el metraje, Luhrmann se encuentra contenido —de hecho, uno tiene la sensación que es la primera vez que el cineasta australiano se encuentra atrapado en el material—, continuado el clasicismo manierista de Australia; y se echa de menos una mayor dosis de barroquismo audiovisual, una mayor teatralidad que deje más patente la artificiosidad del aparato (aquí encontramos la primera diferencia, mientras Parker busca convencernos, el cineasta nos muestra el truco). Pues ese es el objetivo final, más allá de rendir pleitesía al legado del Rey, de Elvis.
En Elvis se conjugan varias narraciones en una. En primer lugar, la concepción maquiavélica del consejero o valido (en este caso, justificada) que culmina en una caricatura grotesca del Coronel Parker, interpretado por un Tom Hanks histriónico y hasta arriba de maquillaje; luego, la crítica al Sueño Americano a través de la dialéctica de clases marxista que se subraya en la relación entre el inocente cantante y su codicioso representante, pero también en su relación con el(los) público(s); en tercer lugar, precisamente, a través de la relación entre el público y Elvis, Luhrmann establece una narrativa hagiográfica, donde el amor del público se convierte en la gasolina de Elvis, cuya pulsión musical se explicaría a través de lo espiritual; después, recorre algunos lugares comunes del biopic musical (la infancia, el destino, la genialidad, las horas bajas, problemas familiares) que lastran bastante la cinta, particularmente en un nivel rítmico -es difícil no pensar en el vigoroso pulso narrativo de En la cuerda floja, donde el Elvis aparecía brevemente para acompañar a la troupe de Johnny Cash-; y, por último, una glorificación del pop, de lo popular y de quienes lo practican a quienes llega a considerar poco menos que dioses en la tierra o superhéroes pulp —la escena del primer baile podría ser un magnífico resumen de la película.
Pero como Parker, Luhrmann también se podría estar aprovechando de Elvis Presley y de su iconografía. El apropiacionismo —que también le lleva a situarse del lado de Elvis en el debate sobre sus «influencias» sobre músicas negras y a mezclar el R&B con el rap— del que suele hacer gala el cineasta australiano se vuelve más problemático al mencionarse explícitamente. Pero éste responde: es el legado, el impacto en la cultura popular —de todos, por definición— con lo que se construye Elvis y de lo que trata la obra. Y ahí es cuando el director se identifica con el cantante para la gloria de todos. Es por ello, y por cómo entiende el cine Luhrmann, que no se comprende cómo la música tiene tan poco peso en la cinta, que se compone de un encadenado de escenas dramáticas salpicadas por algunas actuaciones.
Si bien ya no estamos en el barroquismo visual de El Gran Gatsby, la contraposición de las palabras de Parker con las imágenes de Elvis, la mezcla de tiempos y de texturas o la inteligente convivencia del digital con el analógico hacen que el montaje adquiera un peso estilístico como nunca antes había tenido en la filmografía de Luhrmann. De la misma forma, el arte, el vestuario y la actuación de Austin Butler están dirigidos a la imitación, más que a la reinterpretación que habituaba el cineasta australiano. Por tanto, estamos ante un manierismo visual menos evidente, más sutil, pero muy efectivo para una ensoñación y que otorga grandes momentos como la ya mencionada escena del primer baile o el final.
Elvis es un fallido (anti)biopic y una desmitificación de ciertas narrativas. Es una de las obras conceptualmente más poderosas de este 2022 —su premisa es tan potente como para sostener la cinta por sí sola—, pero que tropieza en su desarrollo. Es la última obra de uno de los directores más divisivos y distintivos de nuestro tiempo. Es una celebración de lo pop, un sueño.
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