«No son pijos. Se burlan de los pijos» afirman con entusiasmo casi al unísono David y Layla, dos niños de 12 años que se conocen en 8º de E. G. B. Aún no lo saben, pero están a punto de embarcarse, arrastrando con ellos a los espectadores, en los meses de su vida. Se refieren a los Hombres G, el grupo favorito de ambos, y respondiendo a la fama que ha acompañado a la banda desde su lanzamiento en 1985.
Voy a pasármelo bien es una película de barrio, pese a ser una producción de primer nivel (Sony Pictures y Amazon Prime participan en la distribución). Es una película de barrio por el hecho de estar rodada en las calles de una ciudad de provincias (Valladolid) sin hacer de esta una postal, haciendo de sus calles un protagonista más, pues los espacios cobran una importancia fundamental en el relato. Una película de barrio bien, de clase media/media-alta, eso sí; que ni el centro de Valladolid ni Parque de las Avenidas son zonas pobres; ni Ganadora de un Óscar ni Presidente del Real Valladolid ni dentista ni dueño de una librería que puede permitirse cerrarla durante una semana son trabajos de un estatus socioeconómico muy bajo; ni la cinta muestra ningún tipo de conflicto social como telón fondo. Pero película de barrio, al fin y al cabo.
Y lo es porque es la crónica memorística de su autor. Al entrar en terrenos de la autoficción, los espacios cobran importancia fundamental: no son pocas las transiciones entre las dos líneas temporales —este juego narrativo a dos bandas dará algunos de los mejores momentos de la cinta— que se hacen a través de la irrupción del David adulto en el plano del David joven, materializando el recuerdo y convirtiéndolo en algo puramente cinematográfico. De esa forma, un paseo por Valladolid se convierte en una reivindicación de las vidas, de las historias y de los lugares que más fácilmente evapora el tiempo. Una homenaje a la verdadera cultural popular, aquella que se genera en las calles. Así, David Serrano cataloga chascarrillos (a los que presta boca y desparpajo un robapantallas nato como es Rodrigo Gijaba, que se encuentra entre lo mejor de la cinta), espacios, personajes, objetos y otras formas que permitiesen a la cultura popular de 1989 expresarse; y, sobre todo ello, se añade la música pop de Hombres G, que sirve de aderezo vertebral a la cinta. Nunca vehiculando la trama, pero siempre estando ahí para permitir que los personajes puedan expresarse mejor (¿acaso no es eso lo que ha hecho siempre la música pop?).
Además, se trata de cine de barrio porque enraiza con uno de los géneros más populares e idiosincrásicos del cine español que, salvo excepciones puntuales, parecía haber desaparecido desde los años 80: el cine musical. En este caso, el musical se refugia en el amparo de la influencia hollywoodiense (la resurrección del cine musical en sí diferentes formas —desde el biopic musical (Elvis, Rocketman) hasta el musical puro (West Side Story, Cyrano), pasando por otras formas bastardas como el uso de discografías populares como gancho (Blinded by the light, Yesterday)—; el auge de las autoficciones y del cine nostálgico) y del éxito de películas similares (y a la vez muy diferentes) como son La Llamada (Javier Ambrossi, Javier Calvo, 2017) y Explota, explota (Nacho Álvarez, 2020). No obstante, bien podría ser una nueva actualización —ahora en clave de la nostalgia autoficcionada que lleva caracterizando al panorama audiovisual internacional de un tiempo a esta parte— de dos de los subgéneros más exitosos del cine español: las películas de folclóricas (subgénero siempre reivindicable por el trasfondo social y feminista de muchos de sus títulos) o de niños prodigio, con quienes comparte formas y características industriales; manteniendo el mismo valor sociológico que aquellas y, al parecer, compartiendo el mismo destino histórico-crítico.
Por último, y quizá más importante, porque Voy a pasármelo bien es una película sencilla, con objetivos sencillos explicitados en el título (que cumplen con creces). No hay grandes ambiciones, solo el deseo de recordar y pasarlo bien, como quien recuerda viejas batallitas junto a sus amigos de infancia y adolescencia; o mejor dicho, como quien le cuenta su viejas batallitas a las nuevas generaciones. Por eso poco importan los elementos más cuestionables (la fotografía, la subtrama de Maroto, algunos giros dramáticos u otros aspectos relacionados con los personajes y su desarrollo): David Serrano nos abre su intimidad para hablarnos de su primer amor, y lo hace con alegría, con música, con control sobre la nostalgia y con ternura; pero también abre la puerta a un mundo que explica el tiempo presente; un pasado que es, a la vez, refugio y casa encantada.
Título original: Voy a pasármelo bien Duración: 105 min País: España Idioma: Español Director: David Serrano Guión: Luz Cipriota, David Serrano Productores: Pablo Cruz, Pablo Fernández Masó, Enrique López Lavigne, Pilar Robla, Diego Suarez Chialvo Fotografía: Kiko de la Rica Montaje: Alberto Gutiérrez Música: Zeltia Montes Intérpretes: Raúl Arévalo, Carla Souza, Izan Fernández, Renata Hermida Richards, Dani Rovira, Rodrigo Díaz, Rodrigo Gijaba, Raúl Jiménez, Jorge Usón, Michel Herráiz
Sinopsis: Valladolid, 1989. David y Layla acaban de empezar 8º de E.G.B. y a ambos les encanta el grupo Hombres G. Poco más de treinta años después. David y Layla no se han vuelto a ver desde finales de los ochenta, pero nunca se han olvidado el uno del otro. Layla es directora de cine y ha ganado un Oscar. La vida de David, en cambio, ha sido más normal sin fama ni premios. Cuando Layla vuelve a la ciudad para recibir un homenaje, ambos pasarán juntos una semana en la que se dan cuenta de que los niños que fueron no han desaparecido del todo.