Por María Valdizán Cuende y Jorge Sánchez
En el año en que En los márgenes ha sido una de las películas españolas más vilipendiadas por meter el dedo en el ojo al espectador a la hora de tratar ciertas causas sociales (los desahucios y la consecuencias de la crisis), los hermanos Dardenne, maestros de la culpabilidad, estrenan nueva obra que es recibida con laureles y aplausos.
Hay algo muy admirable, y muy poco común en el cine de autor, en la obra de los Dardenne: el contenido siempre se supedita a la forma. El discurso político no está en la forma (o no solo), sino en el propio tema. Así, evitan una elitización de su cine y permiten que este pueda ser increíblemente popular. Eso no quiere decir que descuiden la puesta en escena o el guion, al contrario. Su estilo heredero del documental se mezcla con un tratamiento muy humano de los personajes que dan lugar a cintas muy tensas, minimalistas y realistas. Igualmente admirable es su compromiso social, intacto, incluso tras ser el ojito derecho del Festival de Cannes (el premio del 75 aniversario fue para ellos, que ya han recolectado todos los premios posibles otorgados por el festival) y de la crítica intelectual europea.
Tori y Lokita bien podría ser la expansión de La chica desconocida, donde una médica, movida por la culpa, busca la identidad de una joven «de ascendencia africana». O la corrección de los errores pasados. Tori y Lokita son dos inmigrantes que se conocieron en su viaje de África (de esto hablaremos más adelante) a Europa y que, una vez en Bélgica, tendrán que pelear para conseguir los papeles y un trabajo digno y evitar las redes del narcotráfico y la prostitución (¡qué lejos queda Rosetta, donde solo había que encontrar un trabajo!). En otras palabras, es la primera vez que los cineastas belgas se adentran en el terreno de la inmigración y la segunda consecutiva que retratan a personas no blancas (tras El joven Ahmed, donde se exploraba la cuestión del terrorismo islámico).
Y ahí radica su mayor problema, que está lejos de ser nuevo, pues lo llevan arrastrando desde sus comienzos. Pese a lo bien documentados que están y a sus buenas intenciones, Tori y Lokita no consigue emanciparse del hecho que está dirigida por dos hombres blancos de clase media-alta: Tanto en El joven Ahmed como esta nueva entrega, los Dardenne son incapaces de mirar al Otro de una forma no estereotipada. Tanto Tori como Lokita está humanizados y son presentados, gracias a un gran trabajo de actuación y escritura, como personas de relieve y complejidad —el tratamiento de las crisis de ansiedad es un detalle que da la medida de esto—, algo que ya mejora a la cinta en relación con otras de temática y tratamiento similar, pero que, al mismo tiempo, no se encuentra entre los mejores trabajos de los Dardenne; sin embargo, eso no impide que el punto de partida y todo el marco que les rodea. Y esto donde mejor se ve es la sinopsis que dan: «un joven y una adolescente que llegaron solos de África». ¿De África, dónde? En la película se menciona un par de veces de forma muy resbaladiza: Benín. Pero, y lo más problemático, es que este tratamiento del Otro va a peor durante la película.
Poco importan Tori o Lokita más allá de los problemas que puedan plantear a la sociedad belga. No importan las causas que los llevaron a moverse de su país (Benín, antigua colonia francesa) ni siquiera importan las soluciones (en su línea, los Dardenne son extremadamente cautos a la hora de señalar instituciones o sistemas que causen esos problemas); importa el diálogo incómodo que se establece entre los cineastas y el espectador occidental, al que obligan a realizar el mismo camino, judeocristiano y culpabilizador, que al personaje de Adele Haenel en La chica desconocida. Un diálogo que lleva a una serie de reflexiones interesante: ¿quién ve el cine? ¿quién ve el cine de los Dardenne? ¿quién ve el cine social? Emmanuel Carrère parece darnos la solución en En un muelle de Normandía, cuando asume que sus espectadores es unívocamente gente de clase media-alta. Entonces, ¿qué lugar ocupan el arte y el cine en nuestra sociedad?
El resultado final de Tori y Lokita es una obra profundamente desesperanzadora —la gran diferencia con En los márgenes es que la opera prima de Juan Diego Botto es esperanzadora—, arreflexiva, inmovilista y obtusa. No muy distinta de cintas como Quo Vadis, Aida?, donde el nihilismo trágico se apodera de la cinta para terminar contradiciendo los postulados humanistas de la misma; en cambio, sobresale por encima de En un muelle de Normandía, Flee o Quo Vadis, Aida?. Y sobresale, irónicamente, por encima del resto no por su discurso ni el tratamiento de sus temas, sino por una realización y una escritura sobresalientes. En ese sentido, una última pregunta: ¿cuáles son nuestros criterios estéticos como sociedad, nuestros cánones? Y, mientras discutimos eso, el mundo, desigual e inexorable, sigue.
Título original: Tori et Lokita Duración: 88 min País: Bélgica, Francia Idioma: Francés, italiano Dirección: Jean Pierre Dardenne y Luc Dardenne Guion: Jean Pierre Dardenne y Luc Dardenne Productores: Peter Bouckaert, Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, Denis Freyd, Delphine Tomson, Bart Van Langendonck Fotografía: Benoît Dervaux Montaje: Marie-Hélène Dozo Intérpretes: Mbundu Joely, Alban Ukaj, Tijmen Govaerts, Charlotte De Bruyne, Nadège Ouedraogo, Marc Zinga, Pablo Schils, Batiste Sornin, Annette Closset, Thomas Doret, Amel Benaïssa, Leonardo Raco
Sinopsis: En la Bélgica actual, un joven y una adolescente que llegaron solos de África enfrentan su invencible amistad contra las difíciles condiciones de su exilio.