Carlos Vermut, con apenas cuatro largometrajes en su haber, ha conseguido crear un universo cinematográfico tremendamente personal y, con ello, se ha convertido en uno de los cineastas más importantes del panorama nacional. Su obsesión por los monstruos y la curiosidad por el amor se han conjugado una mirada sobre la propia forma cinematográfica convierten su cine en un incómodo y estimulante ejercicio de reflexión. Este 2022 comenzó con el estreno de La abuela, película que guionizó para Paco Plaza, y el realizador de Magical Girl cierra el año con Mantícora, que promete ser una de las películas más extrañas del año.
Pregunta.: Siempre has dicho que el fantástico es uno de los géneros que más te interesa, porque te permite hablar a través de una ficción que cualquier otro registro no permitiría. Tus películas no eran fantásticas pero tienen ciertos toques; por ejemplo, Quién te cantará podía verse como una película de fantasmas. Has dado un salto con La abuela, donde hacías de guionista, y ahora con Mantícora, que es una película de terror.
Carlos Vermut.: Bueno, hay un terror. El personaje se plantea durante la película un suspense de algo que puede suceder y eso crea un terror en el espectador. La posibilidad de que haya algo terrorífico ya es terrorífico en sí.
P.: Porque es una exploración del monstruo, de sus caras…
C. V.: Bueno, se acompaña a una persona que tiene un lado monstruoso o que consideramos monstruoso. Y ese acompañamiento sucede en muchas películas de monstruos. La persona que sufre una maldición, como en las películas sobre hombres lobo, y vas siguiendo su incapacidad para relacionarse, de esconder un secreto que aparece de forma puntual y que le impide tener una vida normal. En el caso de Frankenstein, su propio aspecto es algo que le hace que los demás le rechacen; en el caso del Fantasma de la Ópera, es alguien muy vanidoso que de repente se ve recluido, casi como Quasimodo, a un lugar al que no tiene acceso nadie más y que observa el mundo desde un lugar alejado, pero que en el fondo desea ser amado. Entonces, esa necesidad del monstruo de ser amado también aparece en Mantícora.
P.: También es una historia de amor diferente.
C. V.: Pero las historias de monstruos clásicas también tienen una historia de amor. Si tu piensas en El jorobado de Notre Dame o en El Fantasma de la Ópera o en Frankenstein, son historias de alguien que quiere amar a alguien y es rechazado constantemente por su aspecto, por su condición. En el caso del Hombre Lobo también. Él sabe que en algún momento, puede acabar haciendo daño a la persona que quiere. El caso de los vampiros es distinto porque representan a los psicópatas, que es muy distinto, es alguien que es consciente de su manipulación y no esconde su condición, sino que muchas usa su capacidad o sus atributos naturales para engañar, seducir, hipnotizar; entonces el vampiro representa más al psicópata que la hombre lobo que representa a una persona que tiene impulsos agresivos o que tiene algo que rechace esa misma persona.
P.: Tus personajes son muy poliédricos y llegan a hacer cosas terribles. ¿Hasta qué punto hacen esas cosas terribles porque buscan el amor?
C. V.: Depende del personaje. Es verdad que muchos de ellos se ven interpelados por un tipo de amor; en el caso de Quién te cantará, por ejemplo, es una persona que necesita la aprobación de alguien a quien admira, que le ofrece una identidad. Esa persona ama a la cantante, porque le ha dado una identidad y una realidad y una vida que a ella no le gustaba. Es un amor basado en la admiración. El amor de Magical Girl es un amor basado en la obsesión, un amor paternal. En el caso de Mantícora es también un amor basado en un amor que empieza siendo utilitario, estoy contigo porque te pareces a alguien que quiero y no puedo tener, y se acaba convirtiendo en un amor sincero. Pero son distintos tipos de amor y todos mis personajes sí buscan el amor de alguna manera.
P.: Tu cine siempre ha sido muy austero, sin grandes exhibiciones formales; y, en esa austeridad, destacan el juego con el fuera de campo, con lo que no ocurre en cámara. ¿Cómo planificas esos momentos o cómo llegas a ellos?
Surgen de manera orgánica en la escritura. Aparecen escenas que siento que no quiero contar, pero que me apetece transitarlas sin la necesidad de que se vean. Y es el momento en el que decido poner la cámara fuera y contarlo a través de una elipsis, de unas gafas [de realidad virtual] en las que no sabes qué está viendo el protagonista. El horror, por un lado, nunca he sentido la necesidad de mostrarlo, nunca me ha molestado la violencia gráfica en las películas; y, por otro, cuando he trabajado en este tipo de imágenes, la omisión de la imagen me ha parecido más terrorífica. Entonces, desde ahí, interpelando al espectador directamente, consigues un nivel de terror mayor, pero es verdad que interpelas al espectador y hay espectadores que no sienten nada. Entonces, depende mucho de quién está al otro lado de la pantalla para completar la película a nivel emocional. Entonces, es vuestro trabajo como espectador. Hay espectadores que, cuando les preguntas por la puerta de lagarto negro en Magical Girl, pues no sé qué pasa, pero me da igual. Depende mucho de quién esté viendo la película.
P.: Pero también intentas sembrar dudas e implicar moralmente al espectador
C. V.: A mí, agitar moralmente al espectador siempre me ha gustado, porque me gusta hacerlo conmigo mismo. Y cuando yo estoy en un callejón sin salido, cuando no sé qué pensar sobre algo, pienso que esto da para una película e invitar al espectador a que sufra y a que se plantee este dilema como me lo estoy planteando yo. Cuando tengo certezas, igual me interesa menos la película. No me gusta dar mensaje; mis películas no tienen un mensaje claro. Pero si hay un dilema moral en la película, sí me gusta compartirlo con el espectador.
P.: La película se divide en tres actos y la parte central la trabajaste mucho, porque todo el tema del videojuego encaja perfectamente…
C. V.: Sí, toda la parte central era lo primero que tenía. No llegué a describirlo nunca, era más una especie de estructura, de idea. Y cuando apareció toda la parte de los videojuegos, fue cuando yo sentí toda su profesión, algo que conectaba el principio y el final. Es verdad que a mitad de la película no se mencionan tanto el mundo los videojuegos, se centra más en la relación entre los dos personajes. Pero sí me servían para introducir al personaje de Diana, para que Diana al final de la película tuviese esa reacción y para ese desenlace. La escritura surge de una manera más orgánica: vas escribiendo, dejas reposar el guión, necesitas resolver cuestiones de guión, cómo avanza la película, qué elementos has sembrado a lo largo de la película. Sin spoilers, pero el tema de las pastillas y que él tuviese ansiedad, pues esas mismas pastillas, al final, tenían una utilidad. Entonces es un proceso de escritura que, al final, son hacer una o dos versiones, ir repasando y hay cosas que se van puliendo y otras van cobrando sentido.
P.: ¿Cómo planificaste la escena, digamos, primordial, cuando se quita la piel de oveja y se muestra ya como un lobo?
C. V.: Porque se siente acorralado, como los lobos. Cuando tú acorralas a un lobo y ya se encuentra que no tiene capacidad de huir, que solo le queda atacar. Es lo que hacen los lobos, has puesto ese ejemplo y es buen ejemplo. Si el lobo tiene una oportunidad de sobrevivir, no ataca. Él lo que intentaba era sobrevivir, pero cuando ya se siente acorralado por todo el mundo y ya no tiene escapatoria. Si ya me han quitado la piel, si ya me han descubierto que soy un lobo, actuaré como un lobo en consecuencia. De hecho, hasta ahí no tenía la pulsión. Parecía que ya se había olvidado de eso y ese rechazo le provoca… Es muy complejo. ¿Cómo se llama cuando una persona actúa como los demás esperan que actúe casi por sentirse confirmado? Es como la confirmación de los prejuicios. Tiene una palabra clínica que no conozco. Y en el caso de Julián es así: él ya se había olvidado y estaba bien así, pero, de repente, todos lo acorralaron y le hicieron ver un reflejo; entonces, no tenía escapatoria. Es muy interesante eso, lo de las personas que acaban convirtiéndose en lo que los demás esperan de ellos, porque da igual lo que hagan.