Crítica ‘Puñales por la espalda: el misterio de Glass Onion’

Puntuación: 4 de 5.

¡Atención! Este artículo no contiene spoilers, pero sí algunas referencias implícitas a la trama. Si no quiere saber absolutamente nada de las acciones narradas en Puñales por la espalda: el misterio de Glass Onion, desaconsejamos leer este texto hasta después del visionado de la película.

Puñales por la espalda fue el golpe de la mesa de Rian Johnson tras la polémica y magistral Los últimos Jedi, una película, en muchos sentido opuesta a la gran producción de Star Wars, que le permitió reivindicarse como uno de los realizadores estadounidenses a tener en cuenta. Una de sus mayores virtudes como cineasta (que no son pocas) es su capacidad para hacer de la tradición algo fresco, así renovó (hasta donde pudo) una franquicia anclada en el pasado como es la creada por George Lucas, a un actor lejos de sus años de gloria como Bruce Willis en Looper o un subgénero de capa caída como el whodunnit con la mencionada Puñales por la espalda.

El gran acierto de estas películas, más allá de los estupendos elencos y unos guiones sorprendentes, fue enfrentarse a la actualidad de cara (no le tiene miedo a la pandemia, ¡y cómo le saca partido!), como en su día hizo Agatha Christie: si la primera cinta estaba dedicada a mostrar la realidad tras una familia de hombres y mujeres «hechos a sí mismos» (unos trepas que vivían de los triunfos del abuelo), en Glass Onion Johnson se dirige a los multimillonarios tecnológicos y sus círculos cercanos. Y, en ambas, otorga el protagonismo a una mujer de clase baja, una emigrante latina y una profesora de Lousiana afroamericana, que terminará por prevalecer.

Si la primera hablaba sobre los Estados Unidos de Trump, en la segunda el director estadounidense profundiza en su estudio sobre las sociedades occidentales actuales, tocando varios temas por el camino. El primero de ello entra en estrecha relación con el título y el diseño de arte (espectacular): la generación de cristal y todos estos términos asociados al neoliberalismo más salvaje, donde la meritocracia es tan importante como la fe, terminan revelándose falsos, donde el dinero y el poder compran tendencias, personas y silencios y sus gurús son gente patética y necesitada de atención. El segundo tiene que ver con los personajes, que, sin dejar de sentirse reales, responden a arquetipos (la política conservadora, el ingeniero «amigo», el twitchero machista, la exmodelo que quiere volver a ser famosa) que le permite al realizador explorar diferentes aspectos de cómo opera nuestra sociedad. Y, por último (de esta pequeña selección), es una crítica frontal a las formas de victimización de las clases altas frente las críticas y al progreso social. El grupo de amigos se hace llamar «los disruptores» por su incorrección política (esa escena es oro puro), pero, además, será el asesino el que juegue el papel del asesinado, es decir, mostrándose como víctima cuando él es el verdugo. De la misma manera, se demuestra que esa incorrección política que defienden solo se trata de un maniobra para conservar el status quo, cuando no de radicalizarlo; sin embargo, la verdadera disrupción es acabar con el sistema.

Pese a que su estructura no es extraña (mantiene los tres actos, pese a su falta de linearidad), sí es particular, pues esta altera algunas convenciones para potenciar su mensaje. Esto, sumado a la ambición de esta nueva entrega, puede hacer que el espectador no se sienta del todo satisfecho y que lo nuevo no está a la altura —un sentimiento, por otro lado, habitual en un mundo que empuja a considerar las primeras impresiones como las más importantes. No obstante, Glass Onion es tan buena como su precedente. O más.

El primer riesgo que toma Rian Johnson es jugar con las convenciones del género. Poco misterio hay en Glass Onion; o poco misterio para ser una película, en principio, de descubrir al asesino. Misterio hay y sorpresas también, pero Johnson revuelve aquí y allá para que estos siempre estén en primer término (salvo algunos tramos del viaje, el punto de vista pertenece en exclusiva a Benoit Blanc), pero nunca sea fundamental. También relacionada está la decisión de hacer que el tercer acto sea un epílogo y del clímax (la resolución del misterio), un anticlímax al que siguen casi quince minutos de cinta. Tanto el género y la estructura como las referencias culturales, que cubre el abanico tan amplio que hay entre el famoseo y algunas referencias de Alta Cultura (¡el chiste de Phillip Glass!) son parte del aparato fílmico, parte del juego, como se encarga de recordar repetidamente Edward Norton a lo largo de la película; y ahí el anticlímax cobra sentido como elemento que separa el juego del mensaje, la honda de la piedra.

Es en ese momento cuando la identificación entre Johnson y Blanc, que ya aparecía tímida en la primera entrega, culmina: «Lo siento, Helen, te di la verdad. Aquí termina mi jurisdicción. Debo responder ante la policía, a los juzgados, al sistema. No puedo hacer nada.» escribe el guionista para su personaje principal, pero también para sí mismo, pues no deja de ser un artista y un artista que trabaja para Netflix. Acto seguido, Blanc la anima a la acción social y Johnson le concede casi 8 minutos de catarsis disruptiva. El cineasta, como el detective (para otro día ya que la figura detectivesca/creativa deje de ser un hombre blanco), es el encargado de revelar la verdad y, con ello, de incentivar el cambio social; pero nunca serán los líderes de ese cambio, pues ambos pertenecen inevitablemente al sistema. Esa visión del artista, en un mundo dividido entre eslóganes como «la forma es política» o «la política está en la forma» y las defensas de la representatividad, resulta tan humilde como refrescante y, sobre todo, alejada de un neorromanticismo acrítico y narcisista que entorpece, por su propia naturaleza, cualquier acto revolucionario.

Glass Onion dobla las apuestas de Puñales por la espalda y termina siendo una de las mejores películas del año, más en términos de escritura que de puesta en escena. Es, pese a las diferencias, una cinta que se emparenta estrechamente con Matrix Resurrections, pues comparten el objetivo de resignificar términos y discursos propios de la izquierda apropiados por la ultraderecha. Y lo hace a través de una sátira con toques de misterio, que permite al cineasta observa, con una mirada lúcida, nuestra sociedad para reírse de los poderosos y, así, hacerlos un poco menos poderosos. Porque, recordad, dice Rian Johnson, el poder, el sistema, es tan frágil como un cristal; solo basta una persona cabreada para hacer arder la Mona Lisa.


Título original: Glass Onion: A Knives Out Mystery Duración: 139 min País: Estados Unidos Idioma: Inglés Director: Rian Johnson Guion: Rian Johnson Productores: Ram Bergman, Nikos Karamigios, Leopold Hughes, Rian Johnson, Rom Karnowski. Fotografía: Steve Yedlin Montaje: Bob Ducsay Música: Nathan Johnson Intérpretes: Daniel Craig, Edward Norton, Janelle Monáe, Kathyrn Hahn, Leslie Odom Jr., Jessica Henwick, Madelyn Cline, Dave Bautista, Kate Hudson, Ethan Hawke

Sinopsis: Cuando el multimillonario Miles Bron invita a algunos de sus allegados a una escapada a su isla griega privada, pronto queda claro que no todo es perfecto en el paraíso. Y cuando alguien aparece muerto, ¿quién mejor que Benoit Blanc para desentrañar todas las capas del misterio?


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