No deja de ser representativo de los cimientos de nuestra sociedad que, en los cuentos tradicionales canonizados en los siglos XVII y XVIII, la figura materna sea inexistente o malvada. Blancanieves, Cenicienta, Rapunzel, los Tres Cerditos, Hansel y Gretel… la lista sigue y sigue y el patrón se repite una y otra vez. Cabe mencionar, eso sí, que en el otro pilar del imaginario occidental la maternidad sí ha mantenido un protagonismo tan envidiable como paternalista: el cristianismo. Si bien este segundo caso es fundamental para entender la cultura y la sociedad, será el primero, el de los cuentos con consejo final, la herramienta fundamental para entender los miedos de esa sociedad. Y será la tradición oral, pese a la impugnación del concepto de la familia (idílica) que enraíza mejor con la representación de la Virgen María, con quién se relacione más profundamente Cinco lobitos de Alauda Ruíz de Azúa.
La relación comienza con el propio título —uno de los mejores títulos de los últimos años— que hace referencia a la conocida canción infantil de origen desconocido. Continúa en su retrato de una cadena infinita de relaciones maternofiliales, construida generación tras generación. Termina en su impugnación de una moraleja; o, mejor dicho, en la conclusión «no hay manual de instrucciones: vive». Y revive al construirse ella misma como ese relato que pueda servir a otras mujeres.
No descubro nada a nadie (o quizá sí) cuando digo que la nana que da título a la cinta es una canción que sirve para que los bebés aprendan a través de la imitación de los gestos de sus madres. Por eso es brillante la estructura espejo que crea Alauda Ruíz de Azúa: todo lo que Amaia (Laia Costa) sufre cuidando a la pequeña Ione tiene un eco en la segunda parte, donde la joven hará lo propio con su madre, Begoña (Susi Sánchez). La instalación de la cuna, los puntos, el primer baño, no dormir,… Un concepto que culmina en un precioso plano de conjunto enmarcado donde, ya casi al final de la cinta, la abuela le canta la nana a su nieta.
En esa escena, como en la propia canción, en la secuencia final donde las tres mujeres se hacen una o en esa bellísima autoreflexión que es la película que crea Koldo (Ramón Barea) a partir de diferentes grabaciones de las infancias de Amaia e Ione (y las respectivas maternidades de Begoña y de Amaia), toma forma la cadena generacional, siempre vista desde el eslabón intermedio, aquel que es a la vez madre e hija. Una cadena —similar de forma, pero opuesta de fondo, al realizado por Céline Sciamma en Petite Maman— que denuncia un problema estructural. La soledad y el sufrimiento a los que se han enfrentado y se enfrentan las mujeres, tanto como madres como hijas. Ruíz de Azúa busca enseñar y dar valor a aquello que queda invisibilizado sistémicamente: lo doméstico. No en vano, es una cinta que se desarrolla casi en su plenitud en el interior de la casa, que se convierte en una cárcel simbólica. En primer plano, están el esfuerzo y el sacrificio; fuera de campo, el sistema que sustentan. La ausencia marcada de Javi (Mikel Bustamante) y el amor de Koldo por las puertas hablan también de una cadena generacional que no se ha roto, pero que sí ha mutado (que la pareja joven solo tenga como objetivo «fuera del hogar» el trabajo es representativo de lo hondo que ha calado el capitalismo en nuestra sociedad).
El realismo de la cinta está estrechamente ligado con los dos conceptos previos. En primer lugar, el sistema es el objetivo temático de la cinta, no lo son las diferentes situaciones de cómo cuidar a sus mayores o cómo educar a tu hijo; escenas que, a priori, pensaríamos como la base propia de un cine realista, un cine construido en primeros planos a partir de su dedicación a los pequeños detalles —solo la escena de las anchoas parecen acercarse a este tipo de cine; por lo demás, es una película de planos medios-cortos. No obstante, la película es realista en la representación del sistema, a partir de la cual surgen escenas más o menos cotidianas, más o menos identificables, más o menos detallistas.
En segundo lugar, porque la forma de aprendizaje que promueve la nana es a través de la imitación; y es en la imitación donde radica el fundamento estético del realismo. La película no da ningún manual de instrucciones sobre la maternidad y los cuidados, ni sobre la vida (la lectura existencialista de Cinco lobitos es apasionante, pues no deja de narrar un viaje de la cuna a la tumba visto desde la mediana edad), pues acepta el caos del mundo, con sus alegrías, sus tristezas y sus risas. Pero sí da un consejo, convirtiéndose a sí misma en un objeto a ser imitado: aprended (imitad) de vuestras madres. Una cadena que ahoga, pero que también libera. Y es en la honestidad de ese consejo, en el reconocimiento de la imitación como camino a seguir ante el caos, donde alcanza una profunda cota de realismo, un realismo que emociona.
La empatía se erige como el gran pilar que sustenta toda la película, pues no solo es tema, sino que también es estilo. Alauda Ruíz de Azúa rueda con calma, dejando respirar a las actuaciones, pero sin comprometer el cuadro ni el guión. Su estilo austero se aleja de la cámara en continuo movimiento que tanto triunfa en el cine de autor patrio y propone cierta invisibilidad de la puesta en escena para que los actores brillen. Y vaya sí que brillan. Laia Costa y Susi Sánchez, sin olvidarnos del gran Ramón Barea, encabezan un reparto entregado en unas interpretaciones que hablan con lo que callan. La cercanía con la que la cineasta rueda a sus personajes, mirándolos de tú a tú, recuerda, como decíamos, a la última Sciamma. La emoción y el cuidado que aportan desde las actrices hasta la realizadora, pasando por la directora de arte, el director de fotografía, el montador y el músico, se transparentan y logran un conjunto conmovedor.
A medida que la mujer ha ganando poder social y, con ello, haciéndose cargo de sus propias ficciones, la maternidad y todos los miedos, dudas y dificultades que la rodean y la conforman ha ganado peso y complejidad en el imaginario colectivo. En los últimos años, por tanto, han proliferado los relatos, muchas de esas historias realizadas por mujeres, sobre la maternidad, que se ha convertido en el gran tema de las ficciones de los últimos años —tanto, que hasta el cine de acción mainstream no ha podido evitarlo. Cinco lobitos se erige, entre todas ellas, como una de las películas más complejas y emocionantes; y, con ello, su directora irrumpe en el panorama cinematográfico —seleccionada en la sección Panorama de la Berlinale y gran ganadora del Festival de Málaga. ¿Lo mejor? Estamos ante su ópera prima. Alauda Ruíz de Azúa tiene muchas películas por delante. Habrá que estar atentos.
Título original: Cinco lobitos Duración: 104 min País: España Idioma: Español, euskera Director: Alauda Ruiz de Azúa Guión: Alauda Ruiz de Azúa Productores: Manuel Calvo, Marisa Fernández Armenteros, Sandra Hermida, Nahikari Ipiña Fotografía: Jon D. Domínguez Montaje: Andrés Gil Música: Aránzazu Calleja Intérpretes: Laia Costa, Susi Sánchez, Ramón Barea, Mikel Bustamante, José Ramón Soroiz, Asier Valdestilla García
Sinopsis: Amaia acaba de ser madre y se da cuenta de que no sabe muy bien cómo serlo. Al ausentarse su pareja por trabajo unas semanas, decide volver a casa de sus padres, en un bonito pueblo costero del País Vasco y así compartir la responsabilidad de cuidar a su bebé. Lo que no sabe Amaia es que, aunque ahora sea madre, no dejará de ser hija.
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