El cine de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña se ha fundamentado, por un lado, en la dialéctica entre lo que parecen las cosas y aquello que verdaderamente son, y, por otro, una discusión irregular entre la voluntad de estilo y una querencia discursiva contundente. Estas dualidades son la materia prima que da forma a As Bestas y que, en última instancia, elevan el nuevo largometraje sobre el resto de la obra de la dupla.
La primera novedad es el humanismo que surge, pese a los esfuerzos de sus creadores, de las entrañas de la historia: un matrimonio francés, que decidió cumplir su sueño —de una forma simbólica, pero también literal, pues lo soñado tiene una gran importancia en la decisión de asentarse en ese pueblo— y vivir de forma ecológica y humilde (es decir, por los principios opuestos a los que rigen el sistema capitalista), se enfrenta con una pareja de hermanos locales, cuyos sueños y aspiraciones se vieron truncados por los cánones de ese mismo sistema. Idealismo vs. cinismo. Y los autores toman partido a favor de la pareja francesa, particularmente de Olga (Marina Foïs), alejándose del cinismo que había caracterizado a producciones como Antidisturbios, El Reino o Que Dios nos perdone.
Idealista y, en algunos aspectos, idealizado. Quizá el más patente sea el supuesto virtuosismo de la mujer frente a la violencia animal del hombre. «Mujeres conciliadoras; hombres violentos», así definieron Sorogoyen y Peña a su película en el Festival de Cannes. Y esa lucha entre la épica masculina y la femenina bien podría haber sido un golpe sobre la mesa rotundo y novedoso, pero se queda a medias. Y en gran medida esto ocurre por dos motivos: la sobreestilización de la violencia (verbal y atmosférica, nunca explícita) y el trato condescendiente hacia sus personajes femeninos. Dejando de lado los hechos reales y el lavado de cara que se le hace a la madre de los dos hermanos, las mujeres en As Bestas son pasivas, siempre dependientes de los hombres y que «se quedan solas» como consecuencia última de la violencia. De hecho, se intenta remediar, explícitamente, a través de una conversación madre-hija en la cocina que muestra a Olga como alguien independiente. Por eso su segunda parte cojea más de lo que debería, pues no le dan al personaje la entidad suficiente (como sí ocurría en Stockholm, por ejemplo, donde el juego de contrastes estaba mucho más marcado, pero también sujeto narrativamente por una protagonista clara durante las dos partes). Pero también por el poco interés dramático que demuestran de cara a esa segunda parte tras una primera más desarrollada y cargada de tensión, hasta el punto que deja el poso de epílogo largo, no de un bloque unitario e independiente.
Otro aspecto donde deja entrever su carácter idealista es en el conflicto «vieja ruralidad» vs. neorruralismo, que se está conformando como uno de los grandes pilares temáticos del cine español actual. Aunque este caso es más ingenuo que idealista, pues apenas tiene un discurso al respecto (y lo poco que tiene es para posicionarse a favor de ese neorruralismo), sino que el comentario se articula más bien en términos de nacionalismo y de xenofobia. Más interesante (y más clasista) sería entenderla en términos de fábula cautelar, que advierte a los urbanitas de los peligros de la vida rural. Como Surcos, pero a la inversa. O como La matanza de Texas.
Quizá sea el título de Tobe Hooper, si Sam Peckinpah lo permite, el que mejor nos permite desentrañar As Bestas y en qué medida su pulsión formalista termina contraviniendo su discurso, que importa poco. La dicotomía entre lo animal y lo social —si en la serie Rapa, la tradición gallega se refería al proceso de desparasitaje social, aquí, es una descripción de las formas humanas, bestiales, que pueden regir, y han regido históricamente, lo social— toma cuerpo en el conflicto entre los dos hermanos y el francés —increíble Denis Ménochet, nuestro R. W. Fassbinder, y extraordinario Luis Zahera, sobre cuya actuación se sostiene gran parte de la cinta— de la misma manera que entre el grupo de hippies y Leatherface. Y durante gran parte de la cinta corren por terrenos similares, de terror —llegan a compartir el uso de un largo plano fijo en una secuencia climática—; sin embargo, donde Hooper impone una imagen malsana y truculenta, Sorogoyen opta por sus propios estilemas (gran angular) y espectaculariza el apartado visual con unas formas más propias del western moderno.
As Bestas es la película más madura de Sorogoyen y Peña y, con ello, una de las mejores cintas de la añada nacional. Se alejan de algunos manierismos de su filmografía y combinan sus dos tendencias estilísticas previas en una obra que es más que la suma de las partes. También es su película más arriesgada hasta la fecha y la más irregular. Seguramente sea su lectura como western bastardo la más favorable con la visión idealista de sus autores, en tanto, estamos ante una crónica de la civilización de una zona salvaje, entendido tanto en términos físicos y sociales (la aplicación de la ley) como de género (el triunfo del feminismo como condición sine qua non). Pero cabe preguntarnos, primero, qué hay de mitológico o de ejemplarizante en las formas violentas y autorales de As Bestas, y segundo, si es una crónica prestada o es nuestra, o hasta qué punto puede llegar a ser nuestra.
Título original: As Bestas Duración: 137 min País: España, Francia Idioma: Gallego, francés, español Director: Rodrigo Sorogoyen Guión: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen Productores: Ignasi Estapé, Anne-Laure Labadie, Jean Labadie, Nacho Lavilla, Thomas Pibarot, Rodrigo Sorogoyen, Sandra Tapia, Jérôme Vidal, Eduardo Villanueva Fotografía: Alejandro del Campo Montaje: Alberto del Campo Música: Olivier Arson Intérpretes: Marina Foïs, Denis Ménochet, Luiz Zahera, Diego Anido, Marie Colomb, Luisa Merelas, José Manuel Fernández y Blanco, Xavier Estévez, Gonzalo García
Sinopsis: Antoine y Olga son una pareja francesa que se instaló hace tiempo en una aldea del interior de Galicia. Allí llevan una vida tranquila, aunque su convivencia con los lugareños no es tan idílica como desearían. Un conflicto con sus vecinos, los hermanos Anta, hará que la tensión crezca en la aldea hasta alcanzar un punto de no retorno.