Crítica ‘Sangre en los labios’

Puntuación: 3 de 5.

Por Sergio Román y Jorge Sánchez

De unas décadas a esta parte, las formas tradicionales de la serie B se han impuesto en el mainstream cinematográfico: desde la hegemonía de géneros como el terror, la ciencia ficción o la fantasía a la aparición de cineastas como Quentin Tarantino, los Hermanos Coen o Nicolas Winding Refn que devoraban y regurgitaban imágenes e historias independientemente de la nobleza de su origen. El mercado no solo pervirtió una idea con fines emancipadores (la democratización de la creatividad sin atender a valores materiales), sino que la aprovechó para instaurar una precariedad estética e industrial hasta que, hoy en día, se vive la paradoja de que el cine de gran presupuesto es estéticamente B. Quizá el mejor ejemplo es Ant-Man y La Avispa: Quantumanía, un aventura fantástica de ecos juliovernescos y pulp que costó 275 millones de dólares. O Barbie (No te preocupes, querida), fenómeno corporativo que retoma la ciencia ficción de los años 50 para bañarla en las claves estéticas e ideológicas actuales.

Auspiciada por el estudio de moda, A24, y por uno de los iconos queer de los últimos años, Kristen Stewart, Sangre en los labios cuenta la historia de dos mujeres en los márgenes del sistema que se enamoran. La actriz de Personal Shopper es Lou, una trabajadora de un gimnasio de mala muerte en la América profunda que se enamora de Jackie (Katy O’Brien), una culturista que pretende ganar un campeonato de culturismo para salir de la pobreza. Así, varios de los vectores temáticos sobre los que se construía Saint Maud (la transformación del cuerpo, la opresión inexorable de la realidad que conduce a la fantasía alucinada) regresan en el segundo largometraje de Rose Glass para radicalizarse: más sangre, más mugre, más cuerpo, más margen y más delirio. La presentación de sendas protagonistas lo deja patente: Lou limpiando un retrete atascado y Jackie follando por dinero en una escena grotesca. La realizadora británica aumenta las revoluciones y se arriesga más, a veces forzando los límites de lo absurdo; y esta valentía es algo que celebrar, incluso cuando menos convence. 

Con todo, hay un potencial de desenfreno en Sangre en los labios que parece mermado por las ambiciones de una productora que parece haber codificado con esfuerzo el tipo de cine que quiere ofrecer, y esta película, dentro del disparate que ofrece, resulta quizás más recatada y menos subversiva de lo que podría haber sido: lejos de resignificar unas narrativas habitualmente asociadas a “los machos”, Glass se limita mostrar, según las lógicas del estudio y del feminismo de mercado, a dos mujeres que se alejan de una feminidad normativa, convirtiendo a una de ellas en la versión femenina de Hulk —peor suerte corren los personajes masculinos, apenas el resultado de un ejercicio de maniqueísmo, quizás autoconsciente, en el que ellos son los malos y las mujeres las víctimas de sus fechorías—.  Dentro de la corriente imperante (¿alguna vez fue distinto?), en virtud de la cual las películas parecen no ser ya de sus propios autores sino de las plataformas o de sellos cinematográficos como el aquí mencionado, existen unas líneas estéticas que parecen, por una parte, potenciar a sus autores, y de otra, limitarlos; A24 continúa su buena racha sacando al mercado una nueva muestra de cine cool.

Como ocurre en La Quimera, las imágenes de Sangre en los labios dan testimonio del cadáver estético andante que es, de momento, el audiovisual en un sentido historiográfico, aunque, al contrario que la película italiana, no lo reconoce. Rose Glass bebe, en vez de una serie de fuentes de tradición autoral (Fellini, Pasolini), nacionalista (arte etrusco) y oral (commeddia dell’arte, juegos fotográficos, fábulas y mitos) como hace Alice Rohrwacher, de la serie B, de la ficción barata, de bajo presupuesto y de consumo masivo —el cine y las novelas de género negro o del Oeste, el cine y los cómics de ciencia ficción de los 50—y, sin embargo, lo filtra por la estética del cine independiente más mainstream actual, mientras referencia a autores que también viven de la hibridación —Nicolas Winding Refn, los hermanos Coen, Quentin Tarantino—, obras claves del subgénero —Thelma y Louise, Carretera perdida— u otro directores afines —Darren Aronofsky y Terry Gilliam, por la vía de la psicodelia, Alex Cox por su falta de prejuicios o David Cronenberg por su fascinación por el body horror—. La suma de los apetitosos ingredientes que conforman la película se salda con un plato cocinado de forma desigual y excesiva, dejando a la obra en una tierra de nadie, entre el cine de prestigio y el cine «de usar y tirar», entre el pasado y el presente, entre la fascinación y el hartazgo.

Con carne de culto en el colectivo queer y periferias —veremos si el culto sobrevive al fervor A24—, Sangre en los labios es, pese a todo, una entretenida y enormemente disfrutable muestra de las encrucijadas estéticas en las que se mueve el cine contemporáneo.


Título original: Love lies bleeding Duración: min País: Estados Unidos, Reino Unido Idioma: Inglés Dirección: Rose Glass Guion: Rose Glass, Weronika Tofilska Productores: Andrea Cornwell, Oliver Kassman, Daniel Battsek, David Kimbangi, Susan Kirr, Ollie Madden Fotografía: Ben Fordesman Montaje: Mark Town Música: Clint Mansell Intérpretes: Kristen Stewart, Katy O’Brian, Ed Harris, Anna Baryshnikov, Dave Franco, Jena Malone, Eldon Jones, Orion Carrington, Matthew Blood-Smyth, Keith Jardine, Jerry G. Angelo.

Sinopsis: Jackie está decidida a triunfar como culturista y se dirige a Las Vegas para participar en una competición. En su camino, pasa por un pequeño pueblo de Nuevo México donde conoce a Lou, la solitaria gerente del gimnasio local. El padre de Lou es traficante de armas y lleva las riendas de un sindicato del crimen. Jackie y Lou se enamoran. Pero su relación provoca violencia y ambas se ven inmersas en las maquinaciones de la familia de Lou.


Avalon

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