Entrevista a Andrea Jaurrieta

El pasado 10 de mayo llegaba a las salas españolas una rareza: un western patrio. O una rape and revenge que jugaba con los códigos del western sucio, más spaghetti que clásico. Un western que, como el cortometraje Extraña forma de vida de Pedro Almodóvar, se distancia del naturalismo imperante en el cine de festivales, laboratorios e incubadoras para apostar por una formalista revisión del cine de los años 50. Una película de películas, una película cinematográfica.

En la cinta, el cine del pueblo está presidido por el cartel de Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) y el pañuelo rojo que viste Andrea Jaurrieta recuerda al de Joan Crawford.

Pregunta: Esta es la historia de una mujer errante, de identidad rota…

Andrea Jaurrieta: Tanto en mi primera película [Ana de día (2018)] como esta hablo un poco de eso, de identidades rotas. En la primera, era un desdoblamiento y quería huir de sí misma y, en este caso, es un desdoblamiento entre pasado y presente para contar de una identidad rota igualmente. Entonces, sí que me parece que es un buen punto de vista sobre cómo estoy contando la historia, que se podría contar de muchas maneras y yo la estoy contando desde un presente que se mete en el pasado a través del espacio y es un mismo personaje que está roto por un hecho que es el antes y el después que a la vez se complementan.

P.: Hay una escena clave en ese sentido y es cuando, en el bar, ella de joven se encuentra, en vez de con su padre, con su yo adulto, ¿cómo se aborda desde la planificación?

A.J.: Bueno, es un juego. Hasta ese momento, desde el presente, ha ido apareciendo poco a poco la niña, luego hay un bloque donde contamos el inicio de ella, de la chica pequeña, y terminaba ese bloque con ella entrando en el bar, en el casino que ya hemos visto antes, vamos con ella y, al girar, donde se supone que está el padre, está Nina adulta. Entonces «ah, vale, que estábamos en una ensoñación. Corta; y estaba durmiendo». Desde ahí tenemos ese juego. Cada vez que ella se duerme, que pasa ahí, pasa con los cazadores, todo el juego que hemos tenido que desde el presente vemos el pasado une los dos en escena. Posteriormente pasa que, cuando se despierta con los cazadores, que la chica pequeña Aina volvemos arriba y vuelve a estar la adulta. Entonces es darle la vuelta para distraer, para equivocar, para dar lugar a ese desdoblamiento.

P.: ¿Desde dónde empieza la película?

A.J.: Empieza desde una obra de teatro existente, que se llama Nina, pero que no va de venganza, no va con el tema principal de esta historia que tiene que ver con el consentimiento, pero sí estaban los personajes, sobre todo, los de Nina y Blas, el amigo que la acompaña. Y, a partir de todo lo que se va narrando en la obra de teatro, yo fui extrayendo lo que me interesaba y, en las dos elipsis que hay, al principio y al final de esa obra, yo metí la venganza y el motor por el cual voy contando la historia a su manera. Hay mucho trabajo de guión (risas).

P.: Todo está diseñado desde el género, desde el thriller…

A.J.: Desde el thriller, desde el western, desde… Me siento identificada de contar historias. Ya mi primera película tenía un punto surrealista… Cada historia tiene una forma de ser contada, pero mis referentes más grandes son un cine más formalista que naturalista. E inevitablememnte voy hacia allí. Y esta historia me lo pedía desde que la leí, lo hablé con el autor y me dijo que lo veía perfectamente.

P.: Diferencias el pasado y el presente a través de los colores, ¿cuál es el juego con el color?

A.J.: Hay un juego constante más que de diferenciar pasado y presente… Hay algo de intentar focalizar desde el presente el pasado; con lo cual nos podemos dar esa libertad de no ser absolutamente realistas, de que el espacio sigue igual a pesar de que han pasado más de 30 años, de que nos vamos metiendo, más que en flashbacks, en la memoria del personaje. Todo el juego de la puesta en escena iba por ahí, por darnos esa libertad. Por ejemplo, si estamos en los años 90, no hace falta poner coches de los años 90. Estamos en el recuerdo que ella tiene de esa edad, de ese momento.

P.: El rojo y el verde recuerda mucho al cine de Hitchcock, a Johnny Guitar, al cine en Technicolor…

A.J.: Sí, desde todos los departamentos artísticos. Teníamos esta premisa del cine en Technicolor, de colores potentes, planos. Por ejemplo, con vestuario, trabajamos que no hubiese muchos estampados, que fuesen colores vivos, relacionados con esta paleta cromática, y lisos. Y, desde la fotografía, estudiamos cómo tratar los sentimientos a través del espacio, con esos planos abiertos contra ese paisaje verde, cómo utilizar los cielo y la lluvia para transmitir la psicología… Que, en el fondo, bebe de este cine clásico.

P.: Johnny Guitar, Hitchcock,… Tu heroína bebe de ahí, de ese cine de los 50.

A.J.: Exactamente. El trabajo que hicimos con Nina fue trabajar la heridas desde la realidad, qué pasó y cómo un personaje puede transitar esa herida. Eso sería como la debilidad. Y, por otro lado, la fuerza sacada desde todas estas heroínas del cine. Entonces, desde mi punto de vista, no es realismo, aunque tiene un punto de costumbrismo, pero lo estás llevando hacia lo cinematográfico. Entonces, el personaje de Nina está construido de esa manera, un equilibrio entre la heroína de cine clásico de Johnny Guitar y la debilidad de lo que le puede pasar a una persona.

P.: También hay algo de La conspiración del silencio (John Sturges, 1955) al ser el hombre solo luchando contra la sociedad y contra el silencio.

A.J.: No la he visto, pero es como el antagonista, que es el malo… No, no vamos a hablar en esos términos: «del que ella va a vengarse». Pero descubre que hay otro enemigo, que es el pueblo. Ese silencio que es algo mucho más estructural, que ya no solo focalizo mi venganza en una cosa, sino que está pasando todo esto y los tiempos tienen que cambiar. Es un poco esa escena con Blas, que dice que han pasado 30 años… Y todas las propuestas de tiempo detenido de presente y del pasado juegan un poco a eso. El espacio y las tradiciones son del pasado, pero tenemos que cambiar.

P.: Un espacio claustrofóbico.

A.J.: Muy de pueblo (risas).

P.: Al final, más que venganza, es que reconozca la culpa.

A.J.: Sí, hay una frase que ella dice «a mis pies». No vamos a contar el final, pero ahí está su venganza. Me armo, más allá de la pistola, me armo como persona… Esa es la que más me costó escribir de todas, porque era difícil entre contar mucho y no contar nada. Había más cosas verbalizadas, pero sabía que en montaje eso iba a caer. Lo que sí que hice es ensayar mucho con Patricia y con Darío, un poco de trabajo de mesa de por qué se decía cada frase. Pero hacer ensayo en pie una vez, porque era tan potente que los dos estaban agotados… Y bueno, es ahí donde se está viendo que las cosas no son blancas o negras, que las cosas son más complejas, que uno que no sabía el daño que le había hecho a ella…

P.: Pero él es un sinvergüenza…

A.J.: Por supuesto. Tú lo piensas y yo también lo pienso, pero quiero que la gente lo vea. porque se me ha acercado gente diciendo…

P.: ¿En serio?

A.J.: Hombre, claro, por qué te piensas que estamos en estos problemas a día de hoy. Entonces hay que empezar a hablar de estos temas y replantearnos como sociedad a nosotros

P.: En la manera de planificar tomas algunas decisiones arriesgadas…

A.J.: Eso es con el director de fotografía, que es de aquí, de Barcelona, que entiende muy bien la propuesta que yo le digo. entre él y yo hablamos con referencias cinematográficas y así nos entendemos. Incluso a veces él era más comedido y le decía que «le meta más», que lo haga más raro. Y funciona porque ahí está la expresividad de la imagen. No son hiperrealistas, no son naturalistas que es un poco lo que se lleva ahora. Son propuestas que te cuentan la historia igualmente, lo que pasa que con cierta distancia.

P.: Y tenemos que hablar de la banda sonora de Zeltia Montes…

A.J.: Zeltia está tan loca como yo. Nosotros teníamos esta propuesta de música hitchcokiana, también muy Paul Thomas Anderson, también muy Jonny Greenwood que es muy Bernard Hermann. Y lo principal es que aporta Zeltia es que haya dos leitmotivs; uno más relacionado con Blas, el pueblo y ese presente más amable y luego todos los recuerdos más oscuros. Y con esos letimotivs se va moviendo toda la película. Su propuesta es desde dónde contamos los recuerdos: ¿los contamos musicalmente como si fueran flashbacks normales o siempre es desde la perspectiva del presente, porque cambia? Así que al tener la perspectiva del presente siempre está incómoda, aunque sea que ella se está enamorando, hay una inquietud y es por el punto de vista que tiene la música.

P.: Para terminar tenemos que hablar de los actores, porque has puesto en un brete interpretativo a Patricia López Arnaiz, a la que habíamos visto en Ane (David Pérez Sañudo, 2021) o 20000 especies de abejas (Estibaliz Urresola, 2023), un cine más naturalista, pero aquí se convierte en una femme fatal, una vengadora, un Clint Eastwood, un Alain Delon en Le Samouraï (Jean-Pierre Melville, 1967)…

AJ.: Sí, todas esas referencias estaban ahí. De hecho, cuando ella al final mete la escopeta, decía «ahora soy un samurái». Es que es muy, muy buena y entendió muy bien todo. El trabajo que hicimos con ella desde entender al personaje y construir todo ese pasado, porque casi no habla. Cómo estaba herida, si estaba más o menos débil. Y luego le ponía muchos deberes de películas clásicas y viera a las heroínas.

P.: Pero Darío Grandinetti e Iñigo Aranburu también están muy bien

A.J.: Sí, estoy muy contenta con el trabajo de los dos y reivindico mucho el trabajo de Iñigo, que es como un personaje secundario, pero te lo crees porque es el chico majo que se quedó en el pueblo y la mujer le pone los cuernos. y es un hombre bueno, que hace un poco de equilibrio con el otro personaje. Es la bisagra.

BTEAM Pictures

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