Fichas técnica:
Título original:
The Last Duel
Directora: Ridley Scott
Duración: 152 min
País: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Intérpretes: Jodie Comer,
Matt Damon, Adam Driver
Ben Affleck, Harriet Walter,
Nathaniel Parker, Marton
Csokas, Sam Hazeldine,
Michael McEthalton

Sinopsis: Francia, 1386. Narra el enfrentamiento entre el caballero Jean de Carrouges y el escudero Jacques LeGris, al acusar el primero al segundo de abusar de su esposa, Marguerite de Carrouges. El Rey Carlos VI decide que la mejor forma de solucionar el conflicto es un duelo a muerte. El que gane será el poseedor de la verdad y, en caso de que venza LeGris, la esposa del caballero será quemada como castigo por falsas acusaciones.
Crítica:
La Historia no está grabada en piedra, es un relato. Esa es una idea que, si bien la tenemos asumida, olvidamos con facilidad. «Es un relato que cuentan los ganadores» es la muletilla que se suele usar; sin embargo, hay más factores que condicionan, siendo el más importante el presente. Como buen relato, la Historia habla sobre todo de su tiempo; y esto es porque, sin caer en ningún momento en el presentismo, desde los restos que tienen a su disposición los historiadores hasta la propia ideología de los mismos -pasando por propia subjetividad de los individuos que impide que exista una verdad- son condicionantes de aquello que queda escrito en los libros. Quizá el ejemplo más ilustrativo es el tratamiento que ha tenido (y tiene, en gran medida) el arte medieval, juzgándose siempre en términos post-renacentistas (una idea que, por cierto, Ridley Scott sabe subvertir, dándonos una Edad Media mucho más luminosa, burguesa y culturalmente rica de lo que se suele representar). La Historia es un relato, más cercano a la leyenda oral que al procedimiento científico que muchas veces se le asocia. El último duelo sabe captar esa idea mejor que nadie.
Para ello el guión de Ben Affleck y Matt Damon (con arreglos de Nicole Holofcener) aplica una estructura de tres capítulos (más un prólogo y un epílogo) para contar el punto de vista de cada uno de los tres personajes implicados (Jean de Carrouges, Jacques LeGris y Marguerite de Carrouges). De esta forma, la historia se va desarrollando en toda su complejidad poco a poco, gesto a gesto, hasta conducirnos al capítulo de Marguerite, «La Verdad». Aquí es cuando entra el veterano Ridley Scott que logra hacer de cada uno de los fragmentos una historia diferente a través de los pequeños detalles: las actuaciones (¡en qué momento más dulce interpretativamente se encuentran Adam Driver y Jodie Comer!), el vestuario, el sonido, la cámara… Hasta aquí no habría novedad, esta estructura se lleva repitiendo desde Rashomon (1950); sin embargo, la película de Akira Kurosawa es más individualista y no busca tanto hacer un comentario sobre La Historia. Se muestra más filosófica respecto a la condición humana, más centrada en qué significa La Verdad. Por el otro lado, es en la repetición de cada historia de El último duelo, pero sobre todo en su vinculación con el presente, cuando la unicidad del relato histórico se hace añicos. No hay una Historia, hay varias versiones del mismo relato y algunas han sido silenciadas sistémicamente.
Las resonancias con el presente son claras: el #MeToo, los avances del feminismo y el inicio del fin a siglos de silencio hacen que se pueda mirar hacia al pasado. Esa propuesta revisionista, que entiende la Historia como un fluido, es el gran valor de la película. El gran problema viene, precisamente, de su representación femenina. Algo que no es de extrañar dado que la película se puede leer perfectamente como un lavado de cara/disculpa/muestra de aprendizaje de Matt Damon y Ben Affleck, quienes se han visto involucrados en los silencios alrededor de varios casos de abuso sexual, entre ellos el caso Weinstein.
El título es «El último duelo», pues narra la historia real del último duelo documentado en Francia. Ese duelo -el corazón, por tanto, de la película- responde, aunque se enmascare en la búsqueda de la verdad, a una rivalidad política y personal entre los dos hombres – Marguerite se lo hace saber así a su marido momentos antes del duelo-; y esto complica el mensaje feminista. Pues, pese a los esfuerzos de darle voz a la mujer, ésta queda atrapada en una lucha política, donde su postura es una postura más entre oportunistas y donde su voz depende de los hombres. La tan perseguida verdad no es más que otra arma arrojadiza con la que tumbar al rival y ganar la posición. En ese sentido, también es muy hija de un tiempo en el que machismo y feminismo se equiparan.
Ridley Scott regresa al drama histórico que le vio nacer (Los duelistas) y crecer (Gladiador, El Reino de los Cielos) con una de sus mejores películas en las últimas décadas; si bien es una obra completamente diferente a su aproximaciones anteriores, marcadas por la épica heroica. En su acercamiento más realista a la Historia, rueda de forma más ruda y fragmentada, con una brillante paleta de colores grisáceos y azulados -colocando a la película en un permanente invierno, acorde con la corrupción moral y el tono crepuscular que marca el texto- con una cámara siempre cercana a los personajes y con el gran duelo final como la gran escena donde el cineasta muestra de todo lo que es capaz. Pero la cinta, como su calado temático, se desarrolla en gran medida en interiores, alejada de la sangre, y Scott rueda esa intimidad con maestría, convirtiendo las sombras en el hogar natural de la política y en una prisión.
Con todo, El último duelo es una película notable, con unas actuaciones estelares de Adam Driver y Jodi Comer y un Ridley Scott que, a sus 83 años, ofrece una épica medieval alejada del heroísmo habitual, mientras reflexiona sobre la Historia y su condición de relato.