Ficha técnica:
Título original:
La abuela
Director:
Paco Plaza
Duración: 100 min
País: España
Idioma: Español
Intérpretes: Almudena
Amor, Vera Valdez,
Karina Kolokolchykova,
Chacha Huang,
Michael Collis.

Sinopsis: Susana (Almudena Amor) tiene que dejar su vida en París, donde trabaja como modelo, para regresar a Madrid. Su abuela Pilar acaba de sufrir un derrame cerebral. Años atrás, cuando los padres de Susana murieron, su abuela la crió como si fuese su propia hija. Susana necesita encontrar a alguien que cuide de Pilar, pero lo que deberían ser solo unos días con su abuela, se acabarán convirtiendo en una terrorífica pesadilla.
Crítica:
La abuela es, en esencia, cine de confluencias. En el esperado matrimonio entre Paco Plaza (Romasanta, [REC], Verónica) y Carlos Vermut (Diamond Flash, Magical Girl, Quién te cantará) se dan la mano la vejez y la juventud, la luz y la oscuridad, lo explícito y el fuera de campo, la desnudez y el lenguaje, el terror existencial y el físico, la «alta» y la «baja cultura». Todo ello toma presencia gracias a la yuxtaposición que caracteriza la forma cinematográfica.
La cinta comienza con un plano detalle de un reloj de pulsera que se detiene, así Vermut y Plaza introducen tanto el tema (el paso del tiempo, la vejez, la vida) y el género (el fantástico). El resto de la película se desarrolla, a lo largo de 100 minutos, fuera del tiempo para hablarnos del paso del tiempo. No es una película sobre el terror que provoca la vejez, como las críticas están señalando. La lección es mucho más sutil: es una película sobre el terror que tienen los jóvenes a envejecer (de igual forma que se dijo que La bruja (Robert Eggers, 2016) no era una película de miedo, sino sobre el miedo). Susana es una joven bella con una vida propia en París que se ve obligada a cuidar de su abuela tras sufrir un derrame. Su gran preocupación durante las escenas siguientes será volver a la capital francesa (símbolo y recipiente de las vanidades: belleza, riqueza, sociedad, arte, envidia) para recuperar su vida y será en los momentos en los que intenta escapar cuando el terror y el peligro aflore. En ese sentido, estamos ante una de las home invasion más particulares de la Historia, pues la amenaza viene del deseo de escapar. De esta forma, se critica una actitud milenaria (como atestigua la propia película, a través de los retratos, fotografías y pinturas murales; también en referencia a El retrato de Dorian Gray, con quién comparte temática) pero que en los últimos siglos se ha radicalizado: la búsqueda de la eterna juventud, que termina en un profundo miedo (y desprecio) hacia la vejez. En otras palabras, la crítica está referida a una sociedad capitalista que considera a los ancianos como un estorbo.
A lo largo de todo el metraje, asistimos a diversas identificaciones entre la abuela (Vera Valdez) y la nieta (Almudena Amor): ambas son modelos, comparten cumpleaños o a través de un juego de espejos (como se muestra en la imagen destacada). Pero quizá los procesos de identificación más poderosos y crueles están en el tramo final, tanto de forma explícita como implícita. Sin embargo, esos procesos son una forma no muy sutil de mostrar el futuro de la joven y señalar que nadie escapa al paso del tiempo. Al tiempo que, y salvo por momentos textuales puntuales, fuera de campo se esconde un pasado turbio para la relación entre las dos mujeres, que se tornará vampírica y necrófaga. Una incógnita que ahonda en el terror de lo cotidiano, el miedo a que tus seres queridos no te reconozcan, que se expande con la demencia senil y el derrame cerebral que sufre la abuela. Un temor muy real pues te despoja de todo tu asidero existencial: aquellos a los que amas y te aman. Es una muerte en vida; y eso puede resultar tan aterrador y desgarrador para los allegados como el propio cese de la existencia. Otra vez, la amenaza viene de dentro.
El gran «impedimento» no es la pausa con la que se desarrolla la trama (la historia requiere de esa cocción lenta) ni la aparente poca sutileza (en el fondo, esa crítica es de quedarse mirando el dedo y no la luna, pues la película no es lo que aparenta ser), sino que la temática no se expande demasiado y parece quedarse un poco corta. Quizá influida por su carácter híbrido o por el desarrollo de la estructura circular (otro elemento iconográfico asociado al tiempo) hace que muchos elementos temáticos se sientan reiterados o no tan complejos como la temática y el tono pueden exigir.
Si bien el guión es de Carlos Vermut, parte de una idea de Paco Plaza, quien también firma la dirección. Esto provoca una constante hibridación de formas que sorprende por lo orgánica que resulta (y este es el gran atractivo de la cinta). La desnudez propia del director de Magical Girl (pocos personajes, apenas un espacio, mucho silencio) se complementa con la exquisita caligrafía del cineasta valenciano, que en algunos momentos podría caer, para algunos -no para quien escribe-, en lo artificioso; el drama existencial bergmaniano se corresponde con los conocimientos de los recovecos del género; y el terror metafísico de Carlos Vermut se vuelve físico con Paco Plaza, sin que por ello pierda su significado ni su calado, demostrando una vez más el excelente estado de forma en el que se encuentra el director de Verónica (2015). La tercera autora es la debutante Almudena Amor (a quien también vimos en El Buen Patrón, estrenada antes, pero rodada después), sobre cuyos hombros descansa gran parte del metraje, y cuyo duelo interpretativo con la fría, impasible y siempre elegante Vera Valdez hace que el texto cobre la mejor de las formas. Y por último, nada sería lo que es sin los últimos dos autores: Daniel Fernández Abelló, director de fotografía, cuya labor con la cámara y la luz hacen del último acto algo terrorífico, y Fátima Al Qadiri, creadora de una banda sonora orgánica, que se funde con la imagen y es capaz de mantener la tensión de forma invisible.
La abuela es una película a celebrar. En primer lugar, por su existencia, tanto a nivel de género, demostrando que el terror y el fantástico español tienen muchas cosas que decir, como a nivel de autoría, demostrando que convivencia entre autores – tan diferentes como pueden ser Paco Plaza y Carlos Vermut- no solo es posible si se dejan los egos a un lado, sino que puede florecer en obras exuberantes. En segundo, por su tema, necesario y reivindicativo en estos tiempos donde el ritmo vital es tan acelerado y los ancianos se encuentran más marginados. En tercer lugar, por su facilidad para hibridar tanto formas como géneros y subgéneros. Y, por último, porque La abuela es una gran película.
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