En Ancora Lucciole, María Elorza, a través de una cámara en mano, zooms digitales y un contraste entre el blanco y negro y el color, exploraba la memoria familiar con el pretexto de las luciérnagas, su desaparición y la cita de Pasolini como marco donde desarrollarse. En su primer largometraje, A los libros y a las mujeres canto, presentado en la sección Nuevos Directores de la pasada edición del Festival de San Sebastián, la cineasta vitoriana vuelve a la memoria familiar y vuelve a los insectos.
En este caso son abejas, otro animal que está desapareciendo —como la biodiversidad en general— y son su madre y sus amigas, en tanto lectoras, el objeto de estudio de la película. El documental arranca con la estantería del estudio de su madre, que se le vino encima, y con el resultado personal y moral de la avalancha de libros; luego sigue con una serie de preguntas en clave poética que terminan encauzando el discurso de la cinta en la reivindicación de las lectoras en la Historia de la Literatura y la reivindicación de la lectura como acto creativo, vital en la cadena de transmisión de cultura. Así se cuestiona el «espectador hegemónico», no solo en la actualidad, sino también a lo largo de la Historia —cada capítulo se abre con representaciones de lectoras a lo largo de la Historia—, y de igual manera la tendencia presente de indagar en una Historia diferente. La realizadora reflexiona sin considerar imprescindible el encuentro de Otra Historia si no proponiendo una lectura crítica de la misma. Algo que se tiene que entender más como un complemento a la creación de esa Otra Historia, tortuoso sendero que la cineasta no quiere recorrer en esta obra, centrada en la conservación, que como rechazo de una revisión de los cimientos sobre los que se construyen estos relatos.
Esa aspiración de diversidad queda patente en la mezcla de material de archivo con fragmentos de películas silentes y con imágenes grabadas ad hoc en un maremágnum donde la Historia se entrecruza con las historias, olvidadas o a punto de olvidarse. Es la equiparación de fragmentos de grandes obras del cine mudo con momentos familiares propios o ajenos donde se logra no solo la equivalencia con el mundo audiovisual de parte de su discurso temático, sino también la plasmación del discurso en imágenes, sosteniéndolo en sí mismas. La voz en off, la estructura capitular, los títulos y la palabra cobran una gran importancia en un decisión que se podría tildarse de anticinematográfica por literaria; no obstante, se revelan como una posibilidad más de lo cinematográfico —que termina siendo un test de Rorschach que define más a quién lo empuña que al objeto de estudio.
Sin embargo, lo más sorprendente es su sentido del humor. Bajo un género que acostumbra a vestirse de seriedad o solemnidad, Elorza logra una cercanía con el espectador a través de pequeños guiños cómicos. Frente al discurso de reivindicación de la cultura habitualmente centrada en los grandes autores y obras y, en definitiva, de la Alta Cultura, ese espíritu juguetón supone un gran contraste. Maria Elorza propone una mirada infantil en tanto a fascinación, curiosidad y cuestionamiento. Esa mirada humorística y ese rescate de la literatura clásica, terminan funcionando como un tándem perfecto que sostiene unos testimonios que son más batallitas de juventud que entrevistas documentales. Este tratamiento del testimonio, incidiendo en un diálogo cercano y familiar, en busca de las raíces de la humanidad, amaga con despertar las ascuas de la oralidad perdida.
A los libros y a las mujeres canto participa no solo de una época esplendorosa para el documental nacional, en la que se experimenta con las formas, sino también de un movimiento propio de la modernidad y que en España, tanto en mencionada faceta documental como en el cine de ficción, ha cogido fuerzas en los últimos años: la reivindicación de lo popular desde lo autoral, del colectivo supeditado a lo individual y, en última instancia, una reivindicación más preocupada por cómo está enunciada que por el propio enunciado. Y es en estos intentos donde se ratifica la defunción de la cultura oral. No es la única contradicción en la que cae la cinta. Al tener un carácter familiar, la muestra es pequeña y termina haciendo del discurso algo endogámico y de corto recorrido. Algo que, en realidad, no importa demasiado, pues no necesita de ese discurso social y político para llegar lejos —es más, en algunas ocasiones, pese a ir a favor, termina entorpeciendo—, sino que es en su carácter familiar, de proyecto privado hecho público, de reivindicación de los círculos cercanos y de la imagen digital donde alcanza una mayor cota de subversión. Es lo pequeño que se hace grande. Lo íntimo hecho universal. Lo anónimo. David contra Goliat.
Por María Valdizán Cuende y Jorge Sánchez
Título original: A los libros y a las mujeres canto Duración: 72 min País: España Idioma: Español, italiano, Dirección: María Elorza Guion: María Elorza Productores: Marian Fernández Pascal, Koldo Almandoz Fotografía: María Elorza Montaje: María Elorza Intérpretes: Tonina Deias, Loreto Casado, Waltraud Kirste, Viki Claramunt, Anne Elorza
Sinopsis: Una mujer casi fue llamada Avioneta. Otra tuvo una biblioteca en el asiento trasero de su coche. Otra se fractura un dedo con los estantes rebeldes de su librería. Las cigarreras escuchan lecturas mientras trabajan. Las planchadoras recuerdan poemas. A todas ellas, les canto. Contra fuego, agua, polilla, polvo, ignorancia y fanatismo, un ejército anónimo de mujeres cuida de los libros. Es una resistencia íntima, sin épica, sin revolución, sin armas.