Ficha Técnica
Título original:
El páramo
Director: David Casademunt
Duración: 91 min
País: España
Idioma: Español
Intérpretes: Inma
Cuesta, Roberto Álamo,
Asier Flores.

Sinopsis: Una familia vive aislada del resto de la sociedad. Su tranquilidad se ve perturbada por la presencia de una criatura aterradora de leyenda que pondrá a prueba los lazos que les unen.
El Páramo cuenta con una sugerente secuencia inicial que prepara el terreno para un claustrofóbico thriller folclórico. Del mismo modo, su secuencia final es visualmente impresionante, con una potente carga emocional que deja una huella en la mente por bastante tiempo después de que la película se acaba. Por otro lado, el nudo de la obra no consigue llevar más allá los temas planteados por el inicio, la prometida atmósfera de tensión, salvo momentos de jumpscare, no se establece del todo, ni se construye un crescendo hacia el clímax, y en comparación con lo que viene antes de la secuencia final acaba sonando demasiado grandilocuente, que uno acaba preguntándose «¿me he perdido algo?». Aun así, la película nos proporciona una fotografía y una escenografía que son verdaderas proezas visuales y a pesar de los tropiezos para contarnos esta historia, David Casademunt es, sin duda, una voz prometedora en el cine de terror y creo que con el tiempo conseguirá más solidez en su trabajo.
Partiendo de una atractiva premisa, David Casademunt nos adentra en este drama de terror psicológico, lleno de miedos de los que no se puede escapar. A través de una inquietante leyenda sobre una bestia, este director construye una historia angustiosa que, a pesar de su ritmo lento (completamente necesario), mantiene la intriga hasta el último momento. No se sabe si la bestia de la leyenda es real o no y la puesta en escena –arriesgada en algunos casos, con algún que otro perturbador fuera de campo– ayuda a seguir manteniendo esta incógnita. “Mostrar sin dejar ver”, bajo esta norma se establece el film que nos presenta el peligro a través de planos muy cuidados y utilizando elementos como cristales, reflejos, contraluces –que no muestran al espectador más de lo que los personajes pueden ver–, para solo dejarnos intuir. Esta ópera prima destaca a nivel técnico, con un increíble trabajo de Isaac Vila como director de fotografía, que junto con las brillantes interpretaciones por parte de ambos protagonistas consiguen crear una atmósfera tensa y hacer que todo se entienda sin apenas palabras. El páramo nos habla de la salud mental; la locura es una bestia que puede acabar con nosotros y la soledad, el miedo y el aislamiento pueden hacer que esta bestia se acerque más y más. El contraste entre frases como “no puedo más” (Lucía) y “solo un día más” (Diego), hacen que se entienda la lucha interna y el conflicto externo de ambos personajes. Muchas veces nosotros mismos somos nuestro mayor peligro y nuestros propios miedos son los que nos impiden seguir viviendo.
En el inicio y en el final de Centauros del desierto (John Ford, 1956), la cámara se sitúa en el hogar, mientras que la aventura ocurre en el exterior y siempre protagonizada por el hombre. En El páramo, la aventura ocurre en el hogar y la protagonizan aquellos que tradicionalmente no son objetos de relatos, mientras el aventurero (el personaje de Roberto Álamo) huye. Esta premisa tan home invasion se mezcla con el western de gran angular y con el terror psicológico, con toques coming of age. Como en Babadook (Jennifer Kent, 2014) o La Bruja (Robert Eggers), hay una presencia alegórica terrorífica; como en El faro (Robert Eggers, 2019) o el cine de John Carpenter, los personajes se encuentran atrapados en un sitio y se verán envueltos en una milimétrica espiral de descenso a la locura. Construida con precisión y mucha atención al detalle, la mayor virtud es que se puede entender de muchas formas: el miedo a la soledad, el miedo a madurar, el miedo a la muerte, el miedo generado por el poder de las ficciones, el miedo que es el corazón de la masculinidad históricamente tóxica… pero para todas ellas existe la misma solución, el miedo solo provoca que lo temido te lleve a la locura y termine haciéndose realidad. Se puede entender esa constante hibridación de géneros y referentes como su mayor defecto, pues puede desviar la atención del espectador en exceso; sin embargo, eso solo habla del paisaje mental de su equipo creativo que está lejos de ser desértico.
Por último, una reflexión. Es fascinante cómo las películas que tratan el aislamiento y la soledad adquieren nuevos significados, y quizá mayor importancia y aceptación, a raíz del confinamiento y la pandemia, incluso si son anteriores.
Es en la soledad donde los miedos cobran más fuerza. Cuando consiguen adentrarse en la seguridad del hogar, son particularmente aterradores. Esa es la historia que se narra en El páramo, los horrores que trata de evitar una familia por medio del aislamiento, terminan en lo más dentro de su propia casa. En clave de cuento se introducen el aislamiento y la salud mental —grandes protagonistas de muchas de las ficciones de este año— temas constantes en la película, capaces de crear una atmósfera desoladora llena de pesadumbre acompañada de manera magistral por las interpretaciones, en especial la del pequeño Asier Flores. La masculinidad y su construcción tienen gran importancia en el desarrollo del relato: el padre como símbolo de la fuerza le regala una escopeta y trata de inculcarle lo propio al pequeño, que reniega de la violencia; sin embargo, la madre le regala un teléfono de lata. La madre acude a su protección al principio, Diego tiene el privilegio de la inocencia y el cariño hasta que el peligro aparece y es su madre la que le exige que sea un hombre, que recurra a la violencia. El dolor y la pérdida del padre que no vuelve tras un viaje hacen que la madre de Diego se sumerja en la oscuridad poco a poco, presa de la tristeza y de un pánico crecientes. En esa caída a las sombras, el pequeño se encuentra ante la dura situación de cuidar a una madre y crecer de golpe. A pesar de esa obligación a recurrir a la fuerza, no es con ello con lo que aprende a ser un hombre, sino a través del cuidado, de apostar por la comunicación, la aceptación y de enfrentarse a sus miedos.
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