Ficha Técnica
Título original:
Licorice Pizza
Director:
Paul Thomas Anderson
Duración: 133 min
País: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Intérpretes: Alana Haim,
Cooper Hoffman, Sean Penn,
Tom Waits, Bradley Cooper,
Ben Safdie, Maya Rudolph,
Joseph Cross, Skyler
Gisondo, Mary Elisabeth
Ellis, Ryan Heffington.

Sinopsis: En el Valle de San Fernando en 1973 se conocen dos jóvenes. Alana Kane y Gary Valentine, con cierta diferencia de edad, comienzan a pasar el tiempo juntos y terminan enamorándose.
Licorice Pizza es, como su cartel, una constelación de estrellas gravitando alrededor del nostálgico proyecto cinematográfico de Paul Thomas Anderson. Es innegable que Alana Haim y Cooper Hoffman son dos supernovas que brillan fuertemente, pero mi atención se dirige a los actores de reparto que soportan y guían a los novatos protagonistas. De hecho, Anderson construye este reparto como quién hace un listado de invitados a una fiesta familiar, ya que muchos de los actores son parte de su propia familia, amigos, colaboradores de larga duración o familiares de amigos: Alana y su familia en la ficción están interpretados por la familia Haim -con quién Anderson había trabajado previamente, al realizar los videoclips del grupo de rock indie Haim, y cuya madre fue profesora de arte del cineasta en el colegio-; y Cooper Hoffman ha crecido en contacto con el director por las constantes colaboraciones profesionales de éste con su padre, el actor Philip Seymour-Hoffman, o por ser dirigido por Anderson en películas caseras,. Este apoyo, sin duda, fue esencial para que ambos cómo actores pudiesen expresarse con tanta verdad y desenredo, frente a la presencia de actores reconocidos y experimentados como Sean Penn, Bradley Cooper, John C. Riley, Tom Waits, Harriet Sansom Harris o Benny Safdie. Todos ponen mucha pasión y cariño en lo que hacen, aunque aparezcan pocos minutos, y lo que se ve en pantalla es una conjunción, por momentos casi una explosión, de energía que explica mucho del encanto de la película.
Licorice Pizza es cine-memoria. Lo es por su condición biográfica, pues está parcialmente basada en anécdotas de Gary Goetzman, productor asociado de Tom Hanks. y del propio Paul Thomas Anderson. Es cine-memoria por su estructura, construida a base de episodios sueltos de la relación entre Alana y Gary, que elimina elementos decorativos e impone la lógica propia de un sueño, donde una noche conduciendo un camión sin gasolina marcha atrás tiene el mismo espacio que la primera conversación. Es cine-memoria por su tema, la eterna juventud que se escurre y la inocencia a punto de mancillarse con el mundo adulto. Es cine-memoria hasta en su aparato técnico, pues está rodada -en un arrebato neorromántico- con cámaras y lentes de 1973. Pero, sobre todo, es cine-memoria por su carácter esencialmente nostálgico.
Licorice pizza es cine en movimiento. No ha pasado desapercibido que los protagonistas -como la propia historia y sus plasmación formal- se pasan la cinta corriendo, epítome de la energía de la juventud y del ardor romántico. Pero es cine en movimiento también porque estamos ante el debut de Alan Haim y Cooper Hoffman, ante el debut de Anderson como director de fotografía y ante el debut en el largometraje del montador Andy Jurgensen, editor con el cineasta ya había colaborado en su extensa carrera en el videoclip. Y también porque estamos ante la segunda vez que Paul Thomas Anderson cambia de estilo -a grandes rasgos-, ahora adentrándose en su primera cinta donde se abandona el tono opresivo y donde reluce el corazón del cineasta. Es cine en movimiento porque es una coming of age del propio cine de Paul Thomas Anderson, pues es una soterrada crónica -como lo fue Puro Vicio o, en una clave mucho más cinéfila, Érase una vez en Hollywood de su amigo y compañero de generación Quentin Tarantino- del fin de la inocencia; como si Gary y Alana viviesen en la etapa que precede a los temas habituales del cineasta: el lado oscuro del sueño americano, capitalismo voraz, personajes faltos de moral, relaciones de poder, parejas tóxicas o turbias relaciones paternos-filiales.
Y, sin embargo, no emociona. Te ríes, admiras a los intérpretes, y sus doradas imágenes y su precisión formal que aparenta naturalidad te dejan boquiabierto; pero la historia de amor no funciona en sí misma. Funciona como funciona un recuerdo, que emociona más en el hecho de recordarlo que en lo ocurrido realmente. Porque, en el fondo, estamos ante eso, ante una memoria hecha cine.
A Paul Thomas Anderson no se le puede reprochar nada. Sabe cómo hacer una buena película y que todos sus elementos sean correctos. Sin embargo, algo le falta a Licorice Pizza. Absolutamente disfrutable y con mucho cuidado en todos sus departamentos (la fotografía es espléndida, los actores están magníficos, los diálogos son divertidos e inteligentes y la recreación de la época resulta convincente), nunca alcanza la plenitud. Puede que su propia condición de recuerdo sea lo que no la haga tener un rumbo al que aferrarse. En el retrato generacional se incluyen multitud de matices y temas, pero no llegan a desarrollarse. Las experiencias se van encadenando en un relato sobre el amor y desamor de los dos protagonistas, Gary y Alana, quiénes, con tanta carisma, dificultan a veces encariñarse con ellos. La cinta es un coming of age peculiar. Alana a sus 25 años quiere «poner en orden su vida», objetivo truncado al conocer a un joven actor de 15 años, Gary con el que entabla una amistad en potencia de ser algo más. Ahora bien, en esa búsqueda de identidad y de madurez, la joven descubre cómo ese orden propio de la vida adulta: a veces es solo una fachada. En esta curiosa relación con Gary, Alana sufre una guerra interna entre caer más en el caos (por comenzar a salir con un adolescente) y reconducir su vida (su nuevo amigo es decidido y resuelto a pesar de su corta edad). Como Alana, no tenemos muy claro cuál de las dos opciones se corresponde con el relato y finalmente la película parece sugerir que no hay una evolución en los personajes más allá de que reconozcan sus sentimientos. Alana y Gary seguirán siendo en su adultez esas dos personas impulsivas, pasionales, carismáticas, inconscientes y sobre todo, atrayentes de situaciones cuanto menos surrealistas.
Un comentario en “Licorice Pizza”