Ficha técnica:
Título original:
Verdens verste menneske
Director: Joachim Trier
Duración: 121 min
País: Noruega
Idioma: Noruego
Intérpretes: Renate Reinsve,
Anders Danielsen Lie,
Herbert Nordrum, Silje
Storstein, Maria Grazia
Di Meo, Hans Olav Brenner,
Marianne Krogh, Vidar
Sandem, Sofia Schandy
Bloch, Anna Dworak.

Sinopsis: Julie va a cumplir los treinta y su vida es un desastre existencial. Ya ha desperdiciado parte de su talento y su novio Aksel, un exitoso novelista gráfico mayor que ella, la presiona para que contenga su energía creativa y siente la cabeza. Una noche se cuela en una fiesta y conoce al joven y encantador Eivind…
Crítica:
A un nivel superficial, La Peor Persona del Mundo puede ser definida como un cuento en doce capítulos (sin contar el prólogo y el epílogo) sobre el proceso de maduración de Julie: una coming-of-age tardía que ejecuta a la perfección la labor de sintetizar y representar la transición de los veinte a los treinta años para la generación millennial. Pero, incluso con una mirada más desatenta, se percibe que hay mucho más en juego en la película de Joachim Trier. En el plano de apertura, vemos a Julie colocada de perfil contra el panorama de la ciudad de Oslo. Su cuerpo es parte integrante del paisaje deslumbrante y su mirada se pierde contra la inmensidad del horizonte mientras fuma y juega con su móvil. Como Paolo Sorrentino en Fue la mano de Dios o Mia Hansen-Løve en la inédita Isla de Bergman, hay una clara intención de plasmar en pantalla la sensación de experimentar la vida en un espacio y tiempo concretos a través de la captura de una atmósfera fantástica y mágica, sea en Nápoles, en la Isla de Faro o, en este caso, en Oslo.
Esta intención se materializa en el constante estado de tránsito que Trier impone a sus personajes y en la actitud contemplativa de la protagonista frente al paisaje urbano. Esta actitud se extiende también a la experiencia del espectador, en especial en la escena donde el tiempo se detiene y el espectador es invitado a un bello baile entre la cámara y Julie por las calles de Oslo, donde la ajetreada vida contemporánea es interrumpida por el poder (re)constructivo de la diégesis cinematográfica. El citado dinamismo del movimiento físico encuentra paralelismos en el trabajo de montaje, que realiza secuencias dinámicas de presentación de las personajes y sus contextos biográficos, así como las virtuosas elipsis entre los capítulos. La fragmentación narrativa, como en Licorice Pizza, aporta un aspecto de recuerdos que se van siguiendo, pero que, a diferencia de la cinta de Paul Thormas Anderson, no crea una sensación nostálgica y sí subraya la constante incertidumbre, las dudas y la sensación de estar atascada en ciclos sin salida.
Es precisamente el ciclo, o arco, de la relación de Julie y Aksel aquello que ocupa los doce capítulos centrales de la película. La dinámica construida por los guionistas y ejecutada por los actores, Renate Reinsve y Anders Danielsen Lie, es encantadora y propone un juego, una dicotomía crucial en la composición de la riqueza temática de la película. El interés compartido por el arte y la intelectualidad, sumados a la sinceridad y la diferencia generacional de la pareja, hacen de la relación una senda muy fructífera para comentarios sociales, que tratan desde cuestiones de género hasta conflictos familiares, pasando por la maternidad, la culpa occidental, la nostalgia y el enfrentamiento a la muerte. Lo que parece al principio otra de las efímeras relaciones de Julie pasa a cobrar en la segunda mitad de la película una gran relevancia. Efectivamente, si en el personaje de Julie está encerrada la propia ciudad de Oslo, en Aksel se encuentra la expresión del propio autor, que, además de aportarnos una visión que contradice el argumento de que ella es la peor persona del mundo, conduce al personaje a su destino.
No es que el destino de Julie sea concreto o que esté encerrado en esta película. Al revés. Cuando se acaba la película uno tiene la sensación de que la vida de la joven está empezando. Esta idea está sintetizada muy bien en la letra de la canción Waters of March que acompaña al cierre de la cinta: mucho del encanto de la vida está, como en la naturaleza, en el orden del azar. Al final, la gran labor de La Peor Persona del Mundo es encararnos de manera optimista con nuestra propia condición: individuos incapaces de llamarnos «La Mejor Persona del Mundo».
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